Capítulo 98

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—Se me ocurre que por dinero —dijo con indiferencia.

—No voy a escuchar nada de lo que digas —le espetó—. Además, ya tengo dinero. Peter me paga bien porque trabajo bien. Pregunta a cualquiera. No tenía motivo para robar la tablilla.

Capítulo 98:

—Yo no hablo de la tablilla. Tu comisión por ella sería de ¿cuánto? ¿Diez mil dólares? Eso no es más que un sencillo, incluso para un idiota como tú.

Cortés apoyó los puños sobre la mesa, tratando sin duda de amedrentarla.

—La idiota eres tú, porque sé que eres tú quien la robo en realidad. Encontraron la falsificación en tu bolsa. No en la mía.

—Porque todas tus falsificaciones ya colgaban de las paredes —respondió.

Él se puso blanco como la pared.

—No sé de qué estás hablando.

—Ay, por favor, Dante. Parecía que el Picasso lo hubiera pintado un mono. Y eres tan imbécil que hasta guardas un informe de cuándo te llevaste el auténtico.

—¡Mentira!

—Junio de 1999 —dijo, cruzando figurativamente los dedos.

Un paso en falso y el hombre no se derrumbaría. Y ella no se sentía precisamente en su mejor momento en aquel lugar. Ella, y la cárcel.

Él la miró con tal odio en los ojos que Lali se preparó para que se le lanzara por encima de la mesa. Por el contrario, con un áspero aliento que pudo sentir en su cara, Cortés se fue hacia el espejo para volver a continuación al mismo punto. Peter se giró en su silla para no perderlo de vista; obviamente confiaba tan poco como ella en el hombre.

—No puedes probar nada —siseó—. Soy un buen hombre.

—Puedo demostrarlo todo —replicó, dejando que la repugnancia se vislumbrara en su voz—. ¿Quieres que te enumere más? ¿El Remington? ¿El Gaugguin azul?

—¡Cállate!

—Claro, pero no servirá de nada. El FBI vendrá mañana a verte. Tan sólo quería avisarte de que sé lo que has hecho, de que se lo he contado a Peter y que mañana también lo sabrá el FBI. ¿Podemos irnos ya? —Miró a Peter, fingiendo en parte.

La cara del administrador se había vuelto de color ceniciento. Se hundió en la silla, como perdiendo aparentemente el control de los músculos.

—El FBI. Puta.

Peter dio un puñetazo en la mesa, y Lali y Cortés se sobresaltaron.

—¡Basta! —gruñó.

—Peter, yo…

—¡Cierra el pico, Dante! Quiero dos palabras de ti, y luego haré lo que pueda para ayudarte. Si no me dices esas dos palabras que quiero, usaré hasta el último centavo que tengo para asegurarme de que te declaran culpable de matar a Fernández y de tratar de matarme a mí.

—Nunca…

—Ésas no son las palabras.

—Entonces, ¿qué… qué quieres?

—El nombre de tu comprador para la tablilla. Sabemos que tenías tus propios planes para ella.

—No…

—Ésas tampoco son las palabras. Última oportunidad, Dante. —Se recostó con la mirada clavada en el rostro de Cortés—. ¿Quién iba a comprarte esa tablilla?

Su boca se abrió y volvió a cerrarse como si fuera un pez, acto seguido, Cortés tragó saliva compulsivamente.

—Pérez —dijo finalmente con voz áspera—. Ignacio Pérez.

El nombre le resultó vagamente familiar a Mariana, pero Peter apretó fuertemente la mandíbula. Durante un segundo Lali pensó que se habían preocupado de rastrear al tipo equivocado cuando Juan Pedro se puso bruscamente en pie.

—Me aseguraré de que las autoridades sepan que has colaborado —dijo con voz dura—. Aunque por tu propio bien, más te valdría rezar por no salir nunca de prisión.

—Peter…

Juan Pedro fue con paso enérgico hasta la puerta y llamó. El oficial la abrió y Peter salió tras dedicarle un rígido saludo con la cabeza. Ahogando un grito, Lali aceleró detrás de él.

—Dame las llaves —dijo él, una vez que estuvieron en el estacionamiento—. Sé que me las has quitado.

—Ni hablar. Sube, yo manejo.

—Quiero manejar yo.

Ella lo miró ladeando la cabeza.

—Si yo tuviera como tú, ¿me dejarías manejar?

—Mariana…

—Estás enojado, quieres manejar a toda velocidad y quieres matar al tal Pérez. Yo manejaré rápido y tú puedes seguir enojada cuando estemos en la casa. Entretanto, puedes contarme quién es Pérez y de donde lo conoces. Y yo puedo recordarte lo valiente que fui al venir aquí, y que ésta es la primera y última vez que lo hago.

Asintiendo concisamente, se retiró del lado del conductor y rodeó el auto hasta el otro lado.

—Maneja como alma que lleva el diablo —dijo con los dientes apretados.

Así lo hizo. Peter miraba por la ventana delantera, inmóvil como una estatua… o más probablemente como un volcán a punto de erupción. Pérez. El nombre estaba relacionado con grandes negocios, con la banca o con algo similar, pero no lograba ubicarlo concretamente. Habría estado concentrada en otra cosa cuando había escuchado aquel nombre, o lo hubiera recordado. Peter se lo contaría, pero si no lo hacía pronto, tendría que irse. No iba a arriesgarse a que la atrapara el FBI ni siquiera por Peter se arriesgaría.

Continuará…