Capítulo 56

Hola, hola!!! Cómo están?! Qué tal las trata septiembre y su “ya casi llega la primavera”?! Espero que bien y hayan tenido un buen día! Besos y nos leemos mañana!!! ;)

@Ari_Stafe: La última frase es un “Ahora soy tu pase libre para tus allanamientos/robos/etc” jajajaaj y no te preocupes, que cuando no entiendas algo no me cuesta nada ayudarlas ;)

Twitter: @Caparatodos

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—Por lo que me contaste el otro día, puede que no seas bienvenida, Lali.

—Lo seré si tú estás aquí.

—Genial. Ahora soy tu salvoconducto para el latrocinio.

Capítulo 56:

Lali salió lentamente y se dirigió hacia el patio en el centro de la residencia Bedoya-Agüero. En su opinión, no existía mucha diferencia entre un velorio de la alta sociedad y una fiesta propiamente dicha, y éste no era una excepción.

No veía a Peter, que se encontraba en algún lugar a su espalda, pero podía cuidarse sola. Dios, él se ganaba la vida codeándose con la gente. Ella les robaba sus posesiones… o, más bien, solía hacerlo. Hoy hubiera sido una tarea sencilla de realizar.

El patio descubierto estaba casi tan abarrotado como el interior, pero le proveía una vista a través de la ventana del escritorio de Bartolomé sin tener que entrar en la habitación. Se apoyó contra una palmera para poder observar. Ninguna de las ventanas estaban rotas o rajadas, lo cual no la sorprendió, pero las diminutas líneas de los marcos eran todas regulares y estaban levemente descoloradas por el sol. Quienquiera que hubiera entrado en el escritorio de Bartolomé no lo había hecho a través de aquellas ventanas.

Una mano le rozó su hombro desnudo.

—Hola.

Ella se sobresaltó, inclinándose por un lado de la palmera. «¡Miércoles!»

—Daniel, hola. Fue una ceremonia muy linda.

—Gracias, supongo que sí. Me alegra que estés aquí.

—¿De verdad?

Daniel asintió. Se había quitado el saco, pero con su camisa azul oscuro, corbata y pantalón color gris se seguía viendo como un modelo de revista.

—Laura fue un poco dura contigo ayer —dijo con una cautivadora sonrisa—. Está pasando un mal momento con todo esto.

—Bueno, en todo caso, encontró quien los ayudara con la ceremonia —respondió, señalando una fuente que pasaba, repleta de galletitas saladas y de paté.

—Por suerte, tiene muchos contactos gracias a su negocio. —Daniel alargó el brazo y le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja—. Así que quería disculparme.

—No es necesario. —«Como si disculparse fuera lo que estaba haciendo»—. Ambos tienen mucho en qué pensar.

—Sí, así es. —Acercándose lentamente, la tomó del brazo—.Te gusta todo lo relacionado con arte y las antigüedades, ¿no?

—Claro.

—Ven a mirar esto.

Durante un breve instante sopesó mantenerse alejada de Daniel como le insinuaba su instinto con lo que podría descubrir si lo acompañaba. La oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar.

Él no la agarró de la mano, pero que con esta la guiara ponía en evidencia que estaban juntos. La presunta posesión le molestó, a pesar de que el mismo gesto proveniente de Peter le provocaba, en la mayoría de las ocasiones, unos cálidos y confusos sentimientos que la llevaban a todo tipo de preocupaciones sobre su futuro e independencia.

Para su sorpresa, no fueron a una la casa solitaria junto a la piscina ni nada por el estilo, sino directamente al escritorio de Bartolomé. De acuerdo, o bien se trataba de buena suerte por su arte, o de algo extraño por parte de él. Bajo ninguna circunstancia se le ocurriría entrar al escritorio de alguien al que acababan de enterrar horas atrás.

—¿Qué te parece? —preguntó Daniel, señalando hacia una pequeña caja de cristal colocada sobre un largo aparador de madera.

Ella se relajó un poco. De todas formas, Daniel no iba a realizar un ataque frontal. Sacudiéndose mentalmente para salir de sus pensamientos, se aproximó para mirar más de cerca, notando el enorme Renoir sobre la pared a su derecha. Un falso Renoir, concluyó tras un segundo. Normalmente habría tardado más en llegar a aquella conclusión, pero la enorme pintura, junto con la gruesa división entre la oficina y el baño del otro lado, decían a gritos «caja fuerte». Nadie con un poco de gusto pondría un cuadro auténtico en un lugar en qué tendría que ser colgado y descolgado de la pared o ubicado en un panel con bisagras. El aceite de la piel, huellas dactilares y el ajetreo en general eran terribles para su valor.

Ella se inclinó para mirar la caja de cuatro caras que Daniel le había señalado.

—Es bonita —dijo un momento después, contemplando la esbelta y alargada mujer de bronce sin rasgos encerrada en su interior.

—¿Sabes qué es? —preguntó, inclinándose para mirarla a través del ángulo derecho del cristal.

—¿Y tú?

Él se enderezó al tiempo que ella lo hacía.

—Ni idea. No he podido encontrarla en ningún inventario o lista de la aseguradora.

—¿Lleva mucho tiempo aquí?

—Al menos, no la había visto hasta hace unos días. Papá acababa de regresar de Alemania, así que pensé que tal vez la había comprado allí. Él siempre hace, hacía, eso.

 Así que el hijo no compartía el amor de Bartolomé por el arte.

—Bueno —dijo, inclinándose brevemente para mirarlo de nuevo y pensando que probablemente él la agarraría por atrás si se demoraba en aquella posición—, no es una antigüedad, y en realidad no viene de ningún medio que conozca.

—Caramba. Así que no sabes qué…

—Pero me arriesgaría a decir que posiblemente se trate de un Giacometti, quizá un prototipo para una de sus obras a tamaño natural.

El se acercó un paso, acariciándole la muñeca con el pulgar.

—¿Cuánto vale algo como eso?

Así que Daniel imaginaba que debía coquetear para obtener información. Normalmente, tres meses antes, hubiera dudado si seguir el mismo plan. Pero ahora tenía a un hombre muy celoso en algún lugar de la casa y a la ex mujer de éste rondándole cerca. Lali se encogió de hombros.

—Hace un par de años, una de sus esculturas de tamaño natural estaba alrededor de los tres millones.

—¡Vaya!

—Hay muchas falsificaciones y reproducciones por ahí.

—Papá no las hubiera comprado. —Daniel la tomó de la barbilla, levantándole la cara hacia la suya—. ¿Estás segura de que ese ricachón no es demasiado aburrido para ti?

Ella sonrió.

—Me parece que tú ya tienes una mujer a tu lado.

—¿Pamela? No me gusta limitar mis opciones. —Se inclinó y le rozó los labios con los suyos.

Lali podría haberlo detenido, tirarlo al suelo si así lo deseaba, pero a menos que estuviera terriblemente equivocada, Daniel tenía algo que ver con la verdadera historia. Pero tampoco hizo intento alguno de devolverle el beso.

—Eso ha sido un tanto bravucón, ¿no te parece?

El ladeó la cabeza, su cabello castaño dorado le cayó sobre un ojo.

—Eso depende de lo que vayas a hacer ahora. —Esperó un momento, luego sonrió—. No pensé que fueras a correr. —Rebuscando en su bolsillo, sacó una tarjeta personal—. El número de mi celular está en el reverso. Es privado.

—¿Haces que te las preparen con anticipación? —preguntó, dándole la vuelta a la tarjeta para ver la serie de números escritos a mano.

—Esperaba que vinieras. —Tocó de nuevo su mejilla—. Soy un tipo generoso, Lali. Comparto lo que tengo. Ten en cuenta eso.

Ella sonrió con cautela.

—¿Intentas sobornarme?

Daniel negó con la cabeza.

—Intento seducirte.

Continuará…