Capítulo 89

Hola, hola!!!!! ¿Qué tal estuvo su día? ¿Cómo empezaron octubre? Espero que todo bien y con una sonrisa para recibirlo por lo grande!!!! Gracias por leer y les cuento que solo quedan 4 capítulos para el final!!!! Mañana doblete por el cumple de Ruthy :D Besos y nos leemos!

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—¡Oh! —exclamó al notar que volvían a incendiarse todos los poros de su piel—. ¿Qué vas a hacer todo ese tiempo? —preguntó mientras Peter la mordía en la cadera y le abría las piernas con la mano—. ¡Dios mío! —exclamó cuando empezó a besarla—. Creo que voy a perder.

Capítulo 89:

El teléfono de María sonó cuando ésta estaba en la cocina de Emilio's y Agustín lo sacó de su cartera para dárselo sin soltar el tenedor en el que había enrollado un poco de espagueti.

—¿Estás seguro de que no estamos saliendo? —le preguntó María agarrando el móvil—. Porque no paras de venir aquí.

—Es donde como normalmente —se justificó cogiendo más pasta con el tenedor—. Soy tu depredador.

—Ajá... ¿Aló? —preguntó al teléfono.

—¿María? —preguntó una voz masculina—. Creo que deberías saber esto. Peter Lanzani está engañando a Lali para ganar la apuesta.

—¿Qué? ¿Quién habla?

—La apuesta finaliza a medianoche y quiere ganarla —continuó la voz, que le resultaba vagamente familiar.

—¿Benjamín?

La comunicación se cortó y María oyó el tono del teléfono.

—¿Era Benjamín? —preguntó Agustín.

—Emilio, voy a tomarme un descanso —gritó por encima del ruido de la cocina.

—¡Oh, oh! —exclamó Agustín.

—Acábate la comida —le aconsejó antes de ir hacia la puerta.

—¡Nada de eso! —exclamó antes de dejar el tenedor para seguirla.

Cuando Lali estaba tan excitada que comenzó a temblar, Peter enredó los dedos entre sus rizos y le giró la cabeza para enseñarle el reloj que había en la repisa de la chimenea.

—Son las nueve y treinta y cinco —dijo con voz ronca—. Perdí la apuesta con Benjamín. Se terminó.

—Hemos perdido cinco minutos —dijo Lali arrebatada.

—No te has quejado —dijo Peter poniéndole la cabeza sobre sus rodillas.

—Tómame en el sillón o llévame a la cama —le pidió con respiración entrecortada—. Quiero tenerte ya.

—Definitivamente, me voy a casar contigo —aseguró sacándola del sillón para llevarla a la habitación.

Lali lo siguió y soltó un gritito ahogado cuando cayó encima de su edredón de satén con el cuerpo ardiente. Peter se desnudó, se puso un condón y se ubicó a su lado, apretándose contra ella y cerró los ojos para saborearlo, hueso y músculo presionando salvajemente.

—No esperes más —le pidió y enseguida notó que la recorrían sus manos, haciendo que se excitaran todos sus sentidos y cuando le introdujo los dedos, se abrió para él y se estremeció, y cuando notó su cuerpo entre los muslos, se arqueó para recibirlo, desesperada por sentir su palpitante virilidad. Peter la miraba con ojos encendidos y ella mantuvo su mirada, embelesada, fuera de sí y entonces él la besó y le metió la lengua en la boca al tiempo que penetraba en ella, resbaladizo y encendido y ella soltó un gritito y se aferró a él mientras su sacudida le recorría todo el cuerpo.

Se retiró ligeramente y después se deslizó más adentro. Lali se mordió el labio y, debilitada por el placer al tiempo que el deseo aumentaba, comenzó a moverse al ritmo que le marcaba, aturdida por la armonía que descubrió en él, en los dos juntos. Peter le susurraba al oído sin dejar de moverse y le decía que la quería, que era hermosa, que era suya, una y otra vez, hasta que lo sintió en todas partes, su voz, su respiración, sus manos y su cuerpo amándola, emborrachándola de amor y deseo. Lali le pasó la lengua por los labios y le dijo que lo quería, para siempre, sin fin y lo sintió en lo más profundo de su ser, en todas partes, en las yemas de los dedos, detrás de los ojos, profundo y hundido en el lugar en el que estaban entrelazados para siempre, donde la excitación, la presión y la tensión giraban y crecían, brillo y estrellas, para fundirse en una luminosidad más nítida que nada que hubiese visto hasta entonces. Peter se movió con más fuerza y brusquedad y Lali le clavó las uñas en la es-palda y gritó su nombre mientras él se movía una y otra vez hasta que Lali se dejó ir, arqueada bajo sus brazos mientras él la sujetaba con un espasmo incontrolable y su cuerpo se enfurecía contra el de ella. Entonces, mientras ella seguía agarrándolo y jadeando por un éxtasis demoledor, Peter se estremeció también y se desmoronó entre sus brazos.

—¡Dios mío! —exclamó Lali cuando recuperó el habla.

—¿Te gustó? —preguntó Peter sin aliento y Lali meneó la cabeza.

—Ha sido más que bueno, inmenso, maravilloso —inspiró con fuerza para ahogar los jadeos y Peter deslizó la mano hasta sus senos, su sitio. Lali le puso la mano encima y apretó con fuerza contra ella antes de volver a respirar con fuerza—. ¡Cómo te amo!

—Me alegro —dijo Peter, exhausto—. Yo también te amo. Siento que no hayamos tenido tiempo de hablar de lo que querías que te hiciera.

—Era eso.

—Y lo has tenido —dijo y giró la cabeza para mirar el reloj—. ¡Dios!

Lali miró el entrelazado cabezal de latón y soltó un profundo suspiro.

—Creo que algún día me provocará que me ates a esta cama.

—Por cierto, normalmente duro más de siete minutos —aseguró dejando caer la cabeza en la almohada—. Aunque, por supuesto, los preliminares no se alargan tanto. Dale, dime la estadística de cuánto dura normalmente la estimulación previa.

—No mucho. Tú eres una excepción. Puede que te ate a la cabecera y haga lo del glaseado de chocolate.

—Gracias, me encantaría. Haz una lista y la seguiremos al pie de la letra. Puede que no esta noche, sino más adelante.

Lali se acurrucó contra él mientras su pulso comenzaba a desacelerarse.

—Soy muy feliz. Estoy loca por ti y soy muy feliz.

Peter se acercó más y la besó, y ella se acomodó a su cuerpo, protegida, abrigada y satisfecha.

—Te amo —susurró y Lali abrió la boca para decirle que también la quería cuando alguien empezó a aporrear la puerta—. ¿Qué es eso?

—La puerta.

—¿Se habrá olvidado Ana de la llave? —preguntó sentándose—. ¡Ay! Eres una mujer muy atlética, Mariana.

—La verdad es que no. Solamente aprobaba educación física —confesó en el momento en el que empezó a sonar el teléfono.

—Me parece que se equivocaban con la nota —aseguró dándole una palmadita en la cadera y buscando sus pantalones—. Contesta el teléfono y yo abriré la puerta. Ahora vuelvo, no te vistas.

Continuará…