domingo, 4 de marzo de 2012

Capítulo 40


Ahora sí! El último capi de la maratón!!! GRACIAS de en serio por leer la nove, comentarla, y afanarse con ella! :D SON LO MÁXIMO y no saben lo feliz que me hacen con sus comentarios! (bueno tal vez si porque siempre se los digo y ya las debo de cansar jajaajja) pero es que no sé como agradecerles el aguate siempre y además siempre me sorprende! Preparé 5 capis porque el domingo pasado con las justas llegamos a publicar 5 y hoy no fueron suficientes jajajaja y que les guste y que me digan que les hice el domingo más entretenido me pone muy muy FELIZ! Las quiero y nada ya me puse sentimental creo jajaja mañana nos volvemos a leer y de nuevo GRACIAS GRACIAS Y MIL GRACIAS por todo!!! ;) besos y que empiecen genial la semana! Igual les dejo este capi larguito que aunque no sea WOWW el capi explica algunas cosas!

P.D. Recién lei todos los comentarios GENIA Vivu con el mueran las noves de la tele JAJAAJAAJAJAAJ me tente ajajajajaj XD

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–¿Y eso a ti qué te importa?

Capítulo 40:

–Lali y yo somos amigos.

–¿No fuiste tú el que me pidió que hablara con ella para que aceptara el trabajo de nuevo?

–Eso eran cosas de negocios. Si te involucras con ella, podrías hacerla perder el trabajo. De forma definitiva. Me enojaría mucho que le hicieras daño.

–¿Me estás amenazando?
Peter miró de frente el pálido rostro de Felipe y casi llegó a sentir respeto por él.

–Sí.
Peter sonrió. Tal vez Felipe no fuera el tarado que él siempre había creído que era. El trío empezó a tocar y Peter se alejó de allí. La música y el parloteo general eran casi ensordecedores, y él se dirigió hacia el hombre del momento, Manuel Terradas. Santiago Sanz estaba a su lado y hablaban de rugby, debatiendo acerca de las posibilidades que tenían Alumni de ganar el campeonato ese año.

–Si las lesiones respetan al equipo, tendremos buenas opciones de llevarnos la Copa –predijo Manuel.

–Un buen lock tampoco nos iría mal –apuntó Santiago.
La conversación derivó hacia sus respectivas ocupaciones tras dejar el rugby, y Manuel sacó su billetera del bolsillo trasero de sus pantalones y la abrió.

–Éste es Daniel.
Peter no se molestó en decirle que ya había visto esa fotografía.

-°-

Lali se secó las manos con una toallita de papel y la arrojó a la papelera. Se miró en el espejo que había sobre el lavamanos y apenas logró reconocerse. No estaba segura de si eso era bueno o malo.

Abrió el pequeño bolso que le había prestado Candela y sacó el brillo de labios. Alelí se acercó a ella, y Lali la estudió mientras la muchacha se lavaba las manos. Peter y su hermana no se parecían en nada, excepto en que tenían el mismo color de pelo.

Minutos atrás, al ver a Peter acompañado de una jovencita, se había sentido confusa. Su primer pensamiento había sido que merecía que lo arrestaran, pero todavía la confundió más el que la presentara diciendo que era su hermana.

–No soy buena en esto –confesó Lali mientras se pintaba los labios. Antes de la fiesta, Candela le había aplicado una especie de lápiz de labio indeleble, por lo que Lali sólo tenía que darles brillo de vez en cuando. Pensó que lo había hecho bien, pero no tenía experiencia y no podía saberlo a ciencia cierta–. Dime la verdad. ¿Han quedado hechos un desastre?

–No.

–¿Seguro? –Lali tenía que admitir que el asunto tenía su gracia. No era algo que le provocara hacer todos los días, ni siquiera muy seguido.

–Seguro. –Alelí tiró la toallita de papel a la papelera–. Me gusta tu vestido.

–Lo compré en el Unicenter.

–¡Yo también!
Lali le pasó el brillo de labios.

–Una amiga me ayudó a escogerlo.

–Yo elegí el mío, pero Peter lo compró.
Siendo así, se preguntó por qué Peter permitió que su hermana se comprara un vestido tan pequeño. Lali no era una obsesa de la moda, pero no era difícil darse cuenta.

–Eso le toca. –Reflejado en el espejo vio que Alelí se estaba poniendo demasiado pintalabios–. ¿Vives en Buenos Aires?

–Sí, con Peter.
Conmoción número tres de la noche.

–¿En serio? Debe de ser un infierno. ¿Te han castigado por algún motivo especial?

–No. Mi madre murió hace un mes y medio.

–¡Ay!, lo siento. Quería hacerme la graciosa y he dicho algo que no debía. Me siento una tonta.

–No pasa nada. –Alelí le dedicó una media sonrisa–. Y vivir con Peter no siempre es un infierno.
Alelí le devolvió el brillo de labios y Lali se volteó para mirarla. ¿Qué podía decirle? Nada. Lo intentó igualmente.

–Mi madre murió cuando yo tenía seis años. De eso hace veinticuatro años, pero conozco... –Se detuvo, buscaba la palabra más adecuada. No encontró ninguna–. Conozco el vacío que debes de sentir.
Alelí asintió con la cabeza y bajó la vista.

–A veces, no puedo creer que se haya ido.

–Sé cómo te sientes. –Lali guardó el brillo en el bolso y rodeó los hombros de Alelí con un brazo–. Si alguna vez quieres hablar con alguien, llámame.

–Eso es genial.
A Alelí se le llenaron los ojos de lágrimas, y Lali le dio un abrazo. Habían pasado veinticuatro años desde la muerte de su madre, pero a Lali no le costaba revivir las sensaciones de antaño.

–Pero esta noche, no. Esta noche la vamos a pasar bien. Antes me presentaron a unos sobrinos de Manuel Terradas y creo que tienen tu misma edad.
Alelí se enjugó las lágrimas con los dedos.

–¿Qué tal están?
Lali recapacitó unos segundos. Si ella tuviese la edad de Alelí, podría decir que bien, pero no tenía su edad, y pensar si unos muchachos adolescentes estaban bien la hizo sentir incómoda. Casi pudo escuchar la canción Mrs. Robinson en su cabeza.

–Bueno, viven en una granja –dijo mientras salían del lavabo–. Creo que se dedican a ordeñar vacas–. Alelí la miró con los ojos como platos–. Tranquila, que son unos chicos estupendos, y por lo que he podido ver, no huelen a granero.

–Entonces están bien.

–Bueno. –Lali miró por encima del hombro a Alelí–. Me gusta tu sombra de ojos. Es muy brillante.

–Gracias. Te la puedo prestar cuando quieras.

–Creo que soy un poco mayor para esos brillos. –Se metieron en la multitud y Lali encontró a los sobrinos de Manuel Terradas mirando la ciudad y les presentó a Alelí. Joaquín y León Colombo eran gemelos y tenían diecisiete años, vestían idénticos esmóquines con fajas color guinda, llevaban el pelo corto y tenían grandes ojos pardos. Lali tuvo que admitir que, de algún modo, eran guapos.

–¿En qué grado estás? –preguntó Joaquín, o quizá fue León, dirigiéndose a Alelí.
La muchacha se ruborizó y se encogió de hombros. Miró a Lali, que, al notar la terrible inseguridad de la adolescencia, dio gracias a Dios por no tener que volver a pasar por eso.

–En tercero –contestó Alelí.

–Nosotros hicimos tercero el año pasado.

–Sí, todo el mundo se mete con los de tercero.
Alelí asintió con la cabeza.

–En mi colegio se meten un montón con los de tercero.

–Nosotros no. Al menos, no con las chicas.

–Si estuviéramos en tu colegio, te protegeríamos –dijo uno de los gemelos, impresionando a Lali con su galantería. Eran pequeños caballeros, sus padres los habían educado bien y debían de sentirse orgullosos–. tercero es una mierda –añadió.
Tal vez no fuera así. Tal vez alguien debería enseñarle a aquel muchacho que no debe de hablar de esa forma delante de una dama.

–Sí, es una mierda –concordó Alelí–. Ya quiero pasar de año.
De acuerdo, tal vez Lali estuviera un poco desfasada. Al fin y al cabo, todo el mundo utilizaba ese tipo de expresiones.

Cuanto más hablaban Joaquín y Ramito, más relajada parecía Alelí. Hablaron de las universidades a las que irían, de los deportes que practicaban, y de la música que les gustaba. Todos coincidieron en que el trío de jazz que tocaba en el otro extremo de la sala no estaba bueno.

Mientras Alelí y los gemelos hablaban de cosas que eran una «mierda» o «no estaban buenas», Lali le echó un vistazo a la sala, buscando un poco de conversación adulta. Notó que Felipe conversaba con Mariano Torre, y también vio a Peter, que estaba al final de la barra hablando con una morocha que llevaba un vestido blanco ceñido. La mujer tenía su mano apoyada en el brazo de Peter, que permanecía con la cabeza inclinada para escuchar lo que ella decía. Apartó el faldón del saco y mostró una mano en el interior del bolsillo de los pantalones. Los tirantes grises reposaban sobre los dobleces de la camisa, pero Lali sabía que bajo aquellas ropas tan formales Peter escondía el cuerpo de un dios y el tatuaje de una herradura en el vientre. Él rió al oír algo que la mujer le dijo, y Lali apartó la mirada. Sintió en el estómago la punzada de algo muy similar a los celos, y su mano apretó el pequeño bolso. No podía estar celosa. No tenía posibilidades con él y, además, no le gustaba. Bueno, eso no era del todo cierto. Lo que sentía era rabia, pensó. Mientras ella cuidaba de su hermana, Peter conquistaba a aquella belleza vestida de blanco.

Continuará…

Capítulo 39


YA YA YA!!! Ahí va el penúltimo capi de la noche! Chicas en el 40 acaba la maratón me parece eh! Las quiero y MUCHAS GRACIAS por el aguante hoy a sido impresionante les juro que estoy emocionada :´) me pone feliz haberles hecho más entretenido el domingo y bueno nada! Nos leemos en un rato!!!! Besos y GRACIAS a TI por ayudarme a que todo esto pueda ser!!!

Dedicado a ca_amorlaliter que fue primera por primera vez!!! :D

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Vico estiró uno de los dedos con los que sujetaba su copa y señaló hacia una mujer que se encontraba a unos cuantos metros de distancia, de espaldas a Peter. Le caían unos cortos rizos oscuros por la nuca. Llevaba un vestido con la espalda descubierta y sin mangas, de un rojo profundo, y una fina cadena de oro pendía entre sus omoplatos, atrayendo la luz y lanzando reflejos dorados por su blanca piel. El vestido se ceñía a sus caderas y a su trasero y caía hasta las pantorrillas. Calzaba un par de zapatos rojos con un taco de unos ocho centímetros. Estaba hablando con otras dos mujeres. Reconoció a una de ellas, ya que se trataba de Malena, la esposa de Manuel Terradas. La última vez que la había visto, en septiembre, lucía un embarazo de nueve meses. La otra mujer le resultaba vagamente familiar, y se preguntó si no la había visto en algún ejemplar de Playboy. Ninguna de aquellas mujeres parecía Lali.

Capítulo 39:

–¿Quién es la mujer que viste de negro? –preguntó, refiriéndose a la del centro.

–Es la esposa de Santiago.
Se volteó hacia sus compañeros. Ya sabía por qué le resultaba familiar. Una foto de ella junto a Santiago colgaba de la pared de la oficina del entrenador Vázquez.

–¿Ha venido Santiago?

Santiago Sanz, una leyenda del rugby, había sido el capitán de Alumni hasta su retirada. Sanz había sido famoso por sus tackles. No había jugador que quisiera estar cara a cara con él.

Peter recorrió el local con la mirada hasta que vio a Manuel y a Santiago entre un grupo de directivos. Todos reían de algo, por lo que la atención de Peter volvió a centrarse en la mujer de rojo. Se recreó en su suave espalda y en su cuello hasta llegar a los oscuros rizos de su pelo. Vico estaba equivocado. Lali hubiese ido vestida de negro o gris, y el pelo le llegaba por los hombros.

Peter se estaba desabrochando el botón superior del saco cuando observó que Felipe Villanueva se aproximaba a la mujer y le decía algo al oído. Ella volteó el rostro y Peter pudo apreciar su perfil. Se quedó helado. El ángel de la oscuridad y la muerte no vestía de negro aquella noche, y se había cortado el pelo.

–Hay alguien más a quien quiero presentarte –le dijo a Alelí.

Empezaron a caminar entre los invitados, pero Luz Cipriota, la reina de la belleza de casi metro setenta, y amiga ocasional, los detuvo. Peter la había conocido en una gala benéfica el verano anterior, y a las pocas horas descubrió tres cosas fundamentales de ella: le gustaban el vino blanco y los hombres adinerados y era linda al natural. No habían vuelto a verse desde que Alelí se había ido a vivir con él.

Se saludaron con rapidez y Peter volvió a mirar a Lali. Ella reía de algo que Felipe le había dicho, aunque Peter era incapaz de imaginar que aquel pequeño tarado fuera capaz de decir algo remotamente divertido.

–No te veía desde hacía tiempo –dijo Luz mirando también a Lali.

Luz estaba tan radiante como siempre con un vestido de seda corto y escotado. En la vida de Peter había habido muchas mujeres como Luz. Mujeres hermosas que querían estar con él porque era Peter Lanzani, un famoso jugador de rugby. Algunas de ellas se habían convertido en amigas, otras no. Nunca le había molestado aprovecharse de lo que ellas le ofrecían con total alegría. Pero en aquel momento se encontraba con su hermana, que estaba enfundada en un vestido que no le quedaba bien, y que se ocultaba tras él, y no tenía la intención de hacerla partícipe de esa parte de su vida.

–He estado mucho tiempo fuera de la ciudad. –Apoyó la mano en la espalda de Alelí–. Me ha encantado verte –añadió dejando atrás a Luz.

Empujó a su hermana mientras se alejaban antes de que pudiera entender el tipo de relación que lo unía a Luz. No quería que Alelí pensara ni por un segundo que el sexo esporádico estaba bien. Quería que supiera que ella merecía algo más. Y sí, sabía que eso lo convertía en un hipócrita, pero no le importaba.

–Lali –dijo mientras se acercaba a ella.

Lali miró por encima del hombro y uno de sus blandos rizos cayó sobre su frente. Lo apartó de su cara y sonrió. El pelo corto la hacía parecer más joven y bonita. Peter no pudo evitar corresponderle con otra sonrisa. Su nuevo peinado destacaba sus ojos caramelo, y el maquillaje le proporcionaba un toque sexy. Llevaba los labios pintados de rojo oscuro, el color favorito de Peter. Tal vez por eso éste tuvo la impresión de que la temperatura del lugar había subido un par de grados, por lo que acabó de desabotonarse el saco.

–Hola, Peter. –Su voz también parecía más sexy.

–Lanzani –dijo Felipe.

–Villanueva –Sin apartar la mano de la espalda de Alelí, Peter la obligó a permanecer a su lado–. Ella es mi acompañante, Alelí –dijo. Lali la miró de reojo, con expresión de pensar que podían arrestarlo por algo así, pero él añadió–: Alelí es mi hermana.

–Ah, entonces me retracto de lo que estaba pensando de ti. –Lali estrechó la mano de la muchacha con una amplia sonrisa–. Me gusta tu vestido. El negro es mi color favorito.
Peter supuso que, en gran medida, no era sino un cumplido.

–¿Te han presentado a Cristóbal y Mateo Sanz? –preguntó Lali apartándose ligeramente para abarcar un círculo más amplio que incluyera a Peter y a Alelí.

Peter miró a la mujer de Manuel, una rubia bajita de grandes ojos pardos escasamente maquillada. Era una chica natural. Como Lali. Excepto esa noche. Esta vez, Lali se había pintado los labios. Peter dio la mano a ambas mujeres, después dijo:
–Conocí a Malena en septiembre.

–Sí, cuando estaba de nueve meses. –Male buscó en su pequeño bolso negro y sacó una foto–. Éste es Daniel.
Georgina sacó sus propias fotografías.

–Ésta es Aitana cuando tenía diez años, y ésta es su hermana pequeña, Olivia.
A Peter no le importaba mirar fotografías de niños sin ironía alguna, pero se preguntaba una y otra vez por qué los padres daban por sentado que él quería verlas.

–Son unos niños preciosos.
Miró las fotografías una última vez y se las devolvió a sus dueñas.

La conversación se centró en los discursos que se había perdido por llegar tarde, circunstancia que aprovechó para observar con detalle el vestido de Lali. El escote apenas cubría la totalidad de sus senos. Peter hubiera apostado a que bajando un poquito las tiras de los hombros se le vería todo. Hacía calor allí, y sin embargo sus pezones señalaban hacia el frente como si estuvieran congelados.

–Peter –dijo Alelí. Peter apartó su atención del vestido de Lali y miró a su hermana por encima del hombro–. ¿Sabes dónde está el baño? –agregó la muchacha.

–Yo sí –se adelantó Lali–. Sígueme. Te acompaño. –Con aquellos zapatos de taco, era casi tan alta como Alelí–. De camino, podrías explicarme todos los oscuros secretos de tu hermano –añadió mientras se alejaban.

Peter se dijo que estaba a salvo, pues Alelí no conocía ninguno de sus secretos, ya fueran oscuros o de cualquier otro tipo. Las dos desaparecieron entre la multitud, y cuando él se volvió, Malena y Georgina se excusaron y le dejaron a solas con Felipe, que dijo:
–He observado el modo en que miras a Lali. No es tu tipo.
Peter se abrió el saco y metió una mano en el bolsillo.

–¿Y cuál es mi tipo de mujer? –preguntó.

–Las conejitas jugadoras.

A Peter nunca le habían atraído las «conejitas jugadoras», como llamaban a las mujeres que solían ir tras los jugadores de rugby, y además no estaba seguro de preferir ya ningún tipo de mujer por encima del resto. Al menos desde que podía mirar a Lali Espósito y preguntarse cómo reaccionaría si la metiera en un reservado y le besara aquellos labios rojos; si acariciara su espalda y deslizara las manos hasta abarcar sus pechos. Por descontado, nunca lo haría. No con Lali.

–¿Y eso a ti qué te importa?

Continuará…