Capítulo 2

Buenos días sus señorías, matatirutirulai! :D Cómo les va?! Qué tal empezaron el domingo??? Espero que con tutti que ya se nos termina el finde!!!! Gracias por sus comentarios en el primer capítulo, FELIZ que les haya gustado! Ayer no estuve, pero como siempre intento aplicar el “lo piden, lo tienen” y hoy se puede… Más tarde les subo otro ;) Besos y que tengan un lindo día!!! Hasta más tarde!

P.D.: La canción de ayer se llamaba "Ironic" (Alanis Morissette)

Twitter: @Caparatodos

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Peter volvió a concentrarse en la carretera e intentó controlar sus emociones. ¿Era culpa? ¿Pena? ¿O era simple sentimentalismo? No estaba seguro y prefería no darle más vueltas.

Capítulo 2:

Llevaba más de un año divorciado, así que lo mejor era no mirar atrás y seguir con su vida, como seguro había hecho Lali.

Vio el edificio de Morales y Asociados y entró en el estacionamiento con capacidad para tres autos, apagó el motor y salió a la calle, era un día cálido de primavera. Con un poco de suerte la reunión y la visita a La Tiendecita Dulce sólo le llevaría un par de horas y después podría volver a casa. A algunas personas les gustaba la vida de pueblo, pero Peter era feliz en la gran ciudad.

Lali se detuvo delante de las oficinas de Fernando Morales, se tomó un momento para acomodarse la blusa y la falda, pasarse una mano por su corto pelo y retocarse el lápiz de labios. Hacía mucho tiempo que no se arreglaba tanto y había perdido la práctica.

Además, la ropa más bonita que tenía, comprada cuando estuvo casada con Peter, le quedaba un poco chica. Lo que significaba que la blusa se le pegaba demasiado al pecho y que la falda le quedaba unos centímetros más corta de lo que le hubiese gustado y le cortaba la respiración.

Felizmente, en Banfield no tenía que arreglarse tanto, ni siquiera para ir a misa los domingos, porque en esos momentos estaba luchando por mantener su negocio a flote y no podía darse el lujo de comprarse ropa nueva.

Decidió que no podía hacer nada más por mejorar su imagen, respiró hondo y empujó la puerta. La recepcionista la saludó con una amplia sonrisa y le informó de que Fernando y el posible inversor estaban esperándola en su oficina.

Lali volvió a respirar hondo antes de entrar y murmuró una breve plegaria al cielo para que el rico empresario que Fernando había encontrado quisiera invertir en La Tiendecita Dulce.

Lo primero que vio fue a Fernando sentado detrás de su escritorio, sonriendo mientras conversaba con el visitante, que daba la espalda a la puerta. El hombre tenía el pelo corto, un saco gris oscuro y estaba golpeando el brazo del sillón con los largos dedos de su mano, parecía impaciente por hacer negocios.

En cuanto Fernando la vio, su sonrisa creció y se puso de pie.

–Lali –la saludó–, llegas justo a tiempo. Déjame presentarte al hombre que espero quiera invertir en tu maravillosa panadería. Juan Pedro Lanzani, ésta es Mariana Espósito. Lali, éste es…

–Ya nos conocemos.

La voz de Peter la golpeó como un cachetazo, aunque con sólo oír pronunciar el nombre de su ex marido ya se le había encogido el estómago. Al mismo tiempo, Peter se había levantado y estaba mirándola, haciendo que el corazón se le acelerara.

–Hola, Lali –murmuró, para luego meterse las manos en los bolsillos delanteros del pantalón, adoptando una postura perezosa.

Parecía cómodo e incluso divertido, mientras que ella no podía sentirse peor.

¿Cómo podía haber ocurrido algo así? ¿Cómo era posible que Fernando no se hubiera dado cuenta de que Peter era su ex esposo?

Se maldijo por no haber hecho más preguntas y por no haber insistido en que le diera más detalles sobre aquella reunión. Lo cierto era que no le había importado quién iba a ser el inversor, sólo le había importado que tuviera dinero y quisiera ayudarla con su negocio.

Se había convencido a sí misma de que estaba desesperada y necesitaba una rápida inyección de efectivo si quería mantener abierta La Tiendecita Dulce, pero no tan desesperada como para aceptar la caridad del hombre que le había roto el corazón y le había dado la espalda cuando más lo había necesitado.

No se molestó en responderle a Peter, miró directamente a Fernando.

–Lo siento, pero esto no va a funcionar –le dijo, antes de darse la vuelta y volver a salir del edificio.

Estaba bajando las escaleras cuando oyó que la llamaban.

–¡Lali! ¡Lali, espera!

Pero ella sólo quería alejarse lo antes posible de Peter, de sus ojos brillantes y de la arrogante inclinación de su barbilla. Le daba igual que la estuviera llamando y que estuviera corriendo detrás de ella.

–¡Lali!

Giró la esquina que daba casi a La Tiendecita Dulce y notó cómo le temblaban las piernas. Tenía el corazón a punto de salírsele del pecho.

Se había enojado tanto, había deseado tanto alejarse de su ex esposo, escapar y refugiarse en la panadería, que se había olvidado que allí estaba Martín. Y si había algo que tenía que proteger todavía más que su salud mental, era a su hijo.

De repente, no pudo seguir caminando y se detuvo a tan sólo unos pasos de la puerta de la panadería. Peter dobló en la esquina en ese momento y se detuvo también al verla allí parada como un maniquí.

Respiraba con dificultad y eso alegró a Lali.

Peter siempre estaba tranquilo, frío y controlado.

–Por fin –murmuró él–. ¿Por qué saliste corriendo? Que estemos divorciados no significa que no podamos sentarnos y mantener una conversación civilizada.

–No tengo nada que decirte –respondió ella.

Recordó lo importante que era mantenerlo alejado de su hijo.

–¿Y tu negocio? –le preguntó él, pasándose una mano por el pelo y abotonándose el saco–. Te vendría bien el capital y yo siempre estoy dispuesto a hacer una buena inversión.

–No quiero tu dinero.

Él inclinó la cabeza, reconociendo la sinceridad de sus palabras.

–Pero, ¿lo necesitas?

Hizo la pregunta en voz baja, sin rastro de condescendencia, sólo parecía querer ayudarla. Y Lali necesitaba ayuda, obvio que sí, pero no de su frío e insensible esposo.

Contuvo las ganas de aceptar el dinero. Se recordó que le estaba yendo bien sola. No necesitaba que ningún hombre la rescatase.

–La panadería va bastante bien, gracias –le respondió–. Y aunque no fuera así, no necesitaría nada de ti.

Peter abrió la boca, posiblemente para contestarle e intentar convencerla, y entonces fue cuando Fernando Morales apareció por la esquina. Se paró en seco al verlos y se quedó allí, respirando con dificultad, mirándolos a los dos. Sacudió la cabeza, confundido.

–Señor Lanzani… Lali… –Respiró hondo antes de continuar–. La reunión no salió como había planeado –se disculpó–. ¿Por qué no volvemos a mi oficina? Conversemos, por ahí podemos llegar a un acuerdo.

Lali se sintió culpable. Fernando era un buen tipo. No se merecía estar en aquella situación tan incómoda.

–Lo siento, Fernando –le dijo–. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, pero esto no va a funcionar.

Fernando la miró como si fuera a contradecirla, pero luego asintió.

–Lo entiendo –dijo en tono resignado.

–Lo cierto es que yo sigo interesado en saber más acerca de la panadería –intervino Peter.

Fernando abrió mucho los ojos, aliviado, pero Lali se puso tensa al instante.

–Podría ser una buena inversión, La –añadió Peter, llamándola como cuando estuvieron casados, y desequilibrándola–. Manejé hasta aquí y no me gustaría tener que irme con las manos vacías. Al menos, enséñame la panadería.

«Ay, no», pensó ella.

No podía dejarlo entrar, era todavía más peligroso que tenerlo cerca.

Continuará…