Capítulo 60

Hola, hola!!! Cómo les va?! Espero hayan empezado la semana con todo y la sigan así! ;) Gracias por sus comentarios y les parece que hoy sea con doblete?! Así de paso le damos un regalito a Sofi (http://novelaliter2010.blogspot.com) que anda de cumple! Besos y hasta más tarde!

¡¡¡¡Sofi, FELIZ CUMPLE!!!! Capítulo dedicado para tí, que pases un lindo día ;) 

Twitter: @Caparatodos

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—¡Lali! ¿Qué te pasa? —preguntó Tomás, preocupado.

Capítulo 60:

—No estoy segura de que sea importante. Abel me dijo que andaba en compañía de un tipo muy peligroso. No mencionó el nombre de Peter, pero tampoco podía referirse a nadie más.

—Estoy seguro de que no soy el único hombre con el que has estado en estos doce años.

—No, pero es difícil sospechar de Patricio. Joaquín puede ser un hombre muy terco y lo que tú quieras, pero no es un asesino. Y Daniel… Bueno, Daniel, es Daniel. Abel debía estar loco. No podía referirse a nadie más que a ti.

—¿Y Gabriel Flores?

—La única vez que he estado con Gabriel fue cuando compró pilas en la tienda. Es inútil. Empiezo a pensar que deberíamos concentrarnos en limpiar el nombre de Peter. Parece que estamos ante un caso sin solución.

—Ni siquiera tú crees lo que dices.

—Claro que no. Creo que hay que castigar a los criminales, pero también creo que todos debemos pagar por nuestros pecados.

Tomás se quedó mirándola absorto en sus propios pensamientos.

—Has dicho algo sobre una manta roja, Lali. De repente pueda significar algo.

Lali negó con la cabeza. Eran casi las doce y no habían llegado a ninguna conclusión.

—Creo que lo mejor será que lo dejemos para mañana.

—No me parece mala idea —dijo Tomás, reprimiendo un bostezo.

Sin embargo, Peter estaba rígido. Se levantó mirando a Lali mientras que los pensamientos se amontonaban en su cerebro. La manta roja de Erika, la manta roja en la pintura de Lali. Peter cerró los ojos y lo vio todo rojo.

—¿Qué te sucede, Peter? —preguntó Lali, preocupada.

—¡Tu cuadro! El paisaje que pintaste de la calle al día siguiente de la desaparición de Erika. Ése que tiene una mancha roja.

Lali abrió mucho los ojos. ¿Y si la pincelada roja señalaba al asesino?

—¡Oh, no! —exclamó ella, poniéndose pálida.

—¿De qué hablan? —preguntó Tomás sin comprender—. ¿Se les ha ocurrido algo?

Lali sentía que era el pensamiento más desagradable que jamás le había pasado por la cabeza. No podía decirlo en voz alta hasta estar segura de que era verdad. Comenzó a correr escaleras arriba hacia el depósito. Peter y Tomás la siguieron.

Lali se repetía, una y otra vez, que no era posible. Él no podía haberlo hecho. «Andas en compañía de un tipo muy peligroso». No, no podía ser verdad.

—¡Ay, Dios! ¡Por favor, que me equivoque! —rezó mientras buscaba en una ruma de cuadros viejos.

Sacó el que buscaba y lo sostuvo delante de ella para mirarlo atentamente. Era un día triste y había pintado la calle en colores apagados, como si estuviera plagada de sombras. Pero en la parte superior había una pincelada de rojo, justo donde había temido encontrarla. Erika debía haber intentado usar la manta como señal para llamar la atención, pero no había funcionado.

Doce años tarde, había descubierto la pista y entendido su significado. La manta roja en la ventana de la torre de la casa de Daniel había cumplido su misión.

Lali giró la cabeza para mirar a Peter. Tenía la cara bañada en lágrimas. Peter vio la pincelada roja. La apretó entre sus brazos y le acarició el pelo dejando que se desahogara. En la puerta, Tomás los miraba sin entender nada.

—La pista ha estado en el cuadro durante todos estos años —sollozó ella contra el hombro de Peter.

Se limpió las lágrimas e intentó recobrar el control de sí misma.

—Es irónico. No recordaba haber pintado una mancha roja en la habitación de Daniel, pero debió de quedar impresionada en mi subconsciente. Un color tan alegre en un día tan apagado.

«Daniel», pensó Peter. Daniel el sumiso. El que nunca había matado una mosca, había asesinado a una niña. Peor aún. Había asesinado a una niña, secuestrado a otra y tratado de arruinar dos vidas.

—Eso era lo que Abel trataba de advertirte —le dijo a Lali.

De pronto, se le ocurrió que también podía haber matado a Abel. Peter sintió que una rabia incontenible se apoderaba de su cuerpo.

—¿Pero por qué lo hizo? —preguntó Peter.

Lali se separó de él. Nunca se había sentido tan mal.

—Tenías razón al decir que siempre había estado enamorado de mí. Yo lo sabía, pero no me imaginaba que pudiera llegar tan lejos. De alguna manera, averiguó lo nuestro y secuestró a Erika para culparte.

—Y ha secuestrado a Luz porque ya le funcionó la primera vez —concluyó Peter—. Tuve que dejar la ciudad y a ti al mismo tiempo.

—Hemos sido marionetas en sus manos —dijo ella—. Estábamos tan ocupados culpándonos el uno al otro que no nos detuvimos a pensar que había otro culpable, el verdadero.

Lali se alejó de él. El mismo gesto de doce años atrás. ¿Pero cómo podía saber que obedecía al plan retorcido de una persona enferma?

—Hay que llamar a Joaquín —dijo, pero Peter se dirigió hacia la puerta.

—¿Dónde vas? —preguntó el abogado.

—A casa de Daniel —contestó él sin detenerse—. Ya murió una niña y temo que pueda morir otra si perdemos más tiempo.

—Antes déjame llamar a Joaquín —dijo ella.

—Peter, no creo que sea una buena idea —objetó Tomás.

Lali asintió, pero no podía ir tras Peter antes de llamar a su cuñado. De repente, Daniel representaba un peligro mortal y quería disponer de toda la ayuda que pudiera conseguir.

Continuará…