jueves, 9 de enero de 2014

Capítulo 18



Hola, hola!!!! ¿Cómo están? Ojalá que todo bien, muchachas!!!! Les cuento que el capítulo de mañana lo dejo programado porque supuestamente van a cortar la luz de toda mi urbanización, así que por las dudas, mejor prevenir que lamentar! Así que nos estamos leyendo ;) besos y buen finde!!!

Twitter: @Caparatodos
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—Porque me muero de hambre. Comamos algo, y después buscamos el hotel. Además, quiero empaparme del ambiente local.

—Sin duda, ahí lo tienes —dijo ella, contemplando La Plaza.

Capítulo 18:

El sol se había puesto hacía poco y las luces parpadeaban en las tiendas que rodeaban el famoso parque. Faroles en bolsas de papel flanqueaban el pasillo de entrada, iluminando el jardín y otorgando a la escena una atmósfera aún más mágica.

—Estaciona por aquí —dijo ella—. Seguro que hay algún buen restaurante cerca.
Una vez que detuvieron el auto, se les acercó un perro con un collar de luces navideñas.

—Sí que viven el espíritu navideño en este lugar —comentó Peter despectivamente.

—Me encanta —dijo Lali, abriendo la puerta y aspirando el aroma a madera de pino quemada—. ¿Puedo quedarme aquí el resto del viaje, simplemente oliendo?

—Creo que en algún momento necesitarías comer. Por cierto… —dijo él y señaló con la cabeza una calle que daba a la plaza—, aquello parece un restaurante.

Se encaminaron hacia allí y, efectivamente, encontraron un restaurante llamado “El Faro”, con un bar exterior para entretener a los clientes que esperaban mesa. Porque tuvieron que esperar. Al principio, Lali estuvo a punto de negarse, deseosa de ir al hotel y comer algo allí. Pero no dijo nada. A pesar del calor, el lugar resultaba atrayente, con las luces y el olor de la madera, y se le pasó todo deseo de marcharse. Al menos por el momento, ya que estaba divirtiéndose tanto con Peter.

Era la manera perfecta de relajarse antes de ponerse a trabajar, se dijo: una cena en un buen restaurante con un buen amigo. Porque, una vez que llegara al hotel, empezaría a trabajar, tanto para conseguir el cliente como al hombre.
Observó a Peter hablando con la maître y admiró sus anchos hombros y lo bien que le quedaba la camisa.

Lo vio girarse, sonreírle e indicarle con gestos que se acercara. Cuando ella lo hizo, la agarró del codo con naturalidad y la guió al bar exterior.

—Tardaremos una media hora en tener mesa, pero acepté. Espero que no te importe. Podemos esperar cerca del fuego hasta que nos llamen.

Media hora para una mesa suponía una hora o más hasta poder comer. El tiempo volaba y, de nuevo, a Lali le asaltó la urgencia de que, si quería ver a Pablo aquella noche, debería ponerse a trabajar. Salvo que no quería hacerlo. Tal vez porque, en cuanto llegara al hotel, no podría escapar a la realidad de su misión. La presión se activaría, y ella perdería aquel tranquilo placer de estar con Peter, saboreando un vino y riendo como si no tuviera ninguna preocupación.
Sorprendida, advirtió que Peter estaba mirándola. Se removió inquieta, sintiéndose casi desnuda bajo la fuerza de aquella mirada.

—¿Qué? —preguntó, pasándose una mano por los labios, dudando de si se le habría corrido el maquillaje.

—La luz —dijo él, ladeando la cabeza pero sin quitarle los ojos de encima—. Hace que te brillen los ojos.
Ella se ruborizó, halagada por el cumplido, y se concentró en la carta de vinos.

—¿Pedimos un par de copas, o una botella entera?

—Una botella —respondió él y sonrió—. Vivamos peligrosamente.
No había nada inusual en su tono, ni siquiera en sus palabras. A pesar de eso, Lali se estremeció, mientras la palabra «peligrosamente» no dejaba de resonar en su cabeza. Se removió en su asiento e intentó recuperar la cordura.

—Estoy abierta al peligro —comentó, con la sonrisa que reservaba para Peter.
Una sonrisa para un amigo íntimo con el que salir por ahí. Y que la había dejado quedarse con él durante una semana.

Cielos. Claramente, eso había sido un gravísimo error. No deberían compartir habitación. Tal vez había cruzado a otra dimensión al besarlo la noche anterior, pero últimamente él se filtraba demasiado a menudo en sus pensamientos, que con frecuencia no se reducían a ser simplemente amigos.
Lo cual era inaceptable. Se lo repitió en su interior para asegurarse de que lo había entendido: era inaceptable.

—Tengo que confesarte algo —dijo él, tras pedir una botella de vino shiraz—. Tengo un motivo oculto para no querer ir directamente al hotel.
Lali tragó saliva. A pesar de la pequeña charla que acababa de darse a sí misma, la palabra «oculto» desató en ella imágenes inapropiadas. Maldición. Tenía que dejar de comportarse como una idiota.

—¿Compras navideñas de última hora en alguna de las tiendas locales? ¿Un deseo secreto de ponerte en una esquina a cantar villancicos?

—Ambas opciones muy atractivas —bromeó él—, pero no. Quiero investigar un poco para Thiago Bedoya-Agüero, y esperaba que tú me ayudaras.

—¿De verdad? Suena divertido. ¿Qué tengo que hacer?

—Sólo sé tú misma —respondió él, pero algo en su manera de decirlo hizo estremecerse a Lali.
Ella estaba decidida a mantenerse tranquila y centrada. Y en un estado de ánimo no sexual y sí amistoso, se repitió.

—¿Y cómo voy a poder ayudarte?

—Parte del próximo libro sucede aquí —explicó él—. Quiero darme una vuelta, visitar lugares donde iría Bedoya-Agüero. Ponerme en su piel.

—Creí que los libros de Bedoya-Agüero eran en otro continente.

—Son sólo un par de escenas —replicó él—. Quiero aprovechar el haber estado en el escenario. Tengo que escribir para el blog de la revista esta noche. He pensado que, de paso, podía investigar también para la novela.
Se creó un silencio expectante.

—¿Aceptas?

—Claro. Parece divertido.

—Era todo lo que quería oír.

El mozo regresó con la botella de vino y, al mismo tiempo, la maître anunció que su mesa estaba lista. Lali no quería cambiar la magia del bar al aire libre por el bullicio del comedor, pero su estómago no opinaba igual. Y una vez que entraron y los arropó el aroma de la cocina casera, se planteó seriamente quedarse allí para siempre.

Continuará…

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