Capítulo 5

Hola, hola!!!! Llegó el viernes :D woohooo!!! Jajaja a disfrutar el finde se ha dicho ;) ¿Cómo están hoy? Espero que bien y estén terminando la semana mejor aún! gracias por sus comentarios! Son lo más y gracias a las que siguen ahí... sé que no a todas les gusta este estilo de noves pero nada, en la variedad está el gusto y como tal, me gusta que disfruten de diferentes géneros ;) Ojalá las siga enganchando!!! Un beso a todas y mañana nos leemos!!! Disfruten del finde, y comiéncenlo con el pie derecho!

Twitter: @Caparatodos

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La primera gota de lluvia le golpeó la mejilla y Peter levantó la mirada al nubarrón que colgaba sobre su cabeza. Tres gotas más le cayeron en la frente y la barbilla. Se rió sin humor.

—Genial.

Capítulo 5:

Por alguna razón, cada vez que Lali había imaginado un interrogatorio de la policía al estilo película de terror. Siempre era en una habitación oscura, con un foco y el interrogado siendo torturado.

La habitación en la que se encontraba no era así. Las paredes eran totalmente blancas sin ventanas que dejaran paso a los rayos del sol. Sillas de metal rodeaban una mesa de madera barata con un teléfono en uno de los extremos. Un póster, que advertía contra los peligros de las drogas, colgaba en la puerta cerrada.

En una esquina de la habitación había una cámara de vídeo, la brillante luz roja indicaba que estaba funcionando. Había estado de acuerdo en que grabaran el interrogatorio. ¿Qué importaba? Era inocente. Creía que si cooperaba, aceleraría todo el proceso y podría irse a casa antes. Estaba cansada y hambrienta. Además, los domingos y los lunes eran sus únicos días libres y todavía tenía muchísimo que hacer antes de la feria del fin de semana siguiente.

Lali respiró hondo varias veces, controlando la cantidad de oxígeno que inhalaba por miedo a perder el conocimiento o sufrir un ataque de pánico. «Elimina la tensión», se dijo a sí misma, «estás tranquila.» Levantó la mano y se pasó los dedos por el pelo. No estaba tranquila y sabía que no lo estaría hasta que se fuera a su casa. Sólo ahí podría encontrar la paz interior y expulsar la carga estática de su cabeza.

Las huellas de tinta negra manchaban las yemas de sus dedos y todavía podía sentir la presión de las esposas que ya no llevaba en las muñecas. El detective Lanzani la había hecho caminar esposada a través del parque y bajo la lluvia como una criminal, y su único consuelo era que él no había disfrutado del paseo más que ella.

Ninguno de los dos había dicho nada, pero se había dado cuenta de que él se masajeaba el muslo derecho varias veces. Asumió que ella era la responsable de su lesión y supuso que debía sentir lástima, aunque no sentía ni un poco. Estaba asustada y confundida; aún tenía la ropa húmeda. Y todo por culpa de él. Lo mínimo que podía hacer era sufrir con ella.

Después de ser fichada por asalto con agravante a un oficial de policía -además de tenencia ilícita de armas- había sido llevada a una pequeña sala de interrogatorios. Frente a Lali estaban sentados Lanzani y el jefe Vázquez. Los dos hombres querían saber algo sobre antigüedades robadas. Sus cabezas oscuras estaban inclinadas sobre un bloc de notas y debatían en voz baja. No sabía qué tenían que ver unas antigüedades robadas con el cargo de asalto. Pero ellos parecían pensar que todo estaba relacionado y ninguno parecía tener intención de explicárselo.

Incluso peor que la confusión era saber que no podía levantarse e irse cuando quisiera. Estaba a merced del detective Lanzani. Hacía poco menos de una hora que lo conocía, pero ya sabía que él no tendría piedad.

Había pasado una semana desde la primera vez que lo vio parado bajo un árbol en el parque. Ella pasó por su lado mientras hacia footing y no habría notado su presencia si no hubiera sido por la nube de humo que le rodeaba la cabeza. Probablemente no habría vuelto a pensar en él si no lo hubiera visto al día siguiente en la panadería comprando facturas. Esa vez había visto sus piernas, esas que rellenaban el short, y en el pelo que le caía ligeramente por la frente. Sus ojos eran verdes y la habían mirado con tal intensidad que un extraño escalofrío de placer se le extendió por la espalda.

Hacía años que se había jurado renunciar a los hombres guapos, sólo causaban angustia y un caos continuo en cuerpo, mente y alma. Eran como las barritas de chocolate, se veían buenísimos y estaban riquísimas, pero nunca podrían llegar a ser una comida balanceada. De vez en cuando tenía deseos, pero a esas alturas de su vida estaba mucho más interesada en el alma de un hombre que en su cuerpo. Una mente brillante era muchísimo más atrayente.

Unos días después lo había divisado sentado en un auto frente al supermercado, luego lo vio estacionado al lado de Whim, su tienda de curiosidades. Al principio creyó que se estaba imaginaba las cosas. ¿Por qué iba a seguirla un tipo tan atractivo? Pero a lo largo de la semana lo vio varias veces más, nunca demasiado cerca como para tirarse encima de ella, pero tampoco demasiado lejos.

Aun así, siguió pensando que eran cosas de su imaginación, hasta que el día anterior se lo encontró en la librería. Ella estaba comprando otra tanda de libros sobre aceites esenciales cuando al levantar la mirada lo vio merodeando en la sección de salud de mujeres. Tenía una camisa que destacaba su musculosa apariencia; obviamente no era alguien que tuviera problemas con el síndrome premenstrual. Ese detalle la convenció finalmente de que la estaba acosando un psicópata. Inmediatamente llamó a la policía y si bien le dijeron que podía pasar por la comisaría y poner una denuncia contra «el corredor fumador misterioso», no se podía hacer gran cosa ya que en realidad él no había hecho nada malo. La policía no resultó de gran ayuda y ni siquiera se molestó en darles su nombre.

Había dormido muy poco la noche anterior. Se la había pasado casi toda la noche echada en la cama ideando un plan. Al cabo de un rato la estrategia había tomado un buen rumbo. Atraería al corredor misterioso a un lugar público, al parque, junto a la zona de juegos infantiles, delante del zoológico y a varios metros de la estación del subte. Lo guiaría hasta allí y gritaría como una loca pidiendo ayuda. Aún ahora pensaba que había sido un buen plan, pero desafortunadamente no había tenido en cuenta dos detalles muy importantes: el mal tiempo que había terminado por ahuyentar a la gente y, claro está, su presunto acosador no era tal. Era un policía.

La primera vez que lo vio bajo un árbol, había sido como mirar un calendario para mujeres. Ahora mientras lo miraba desde el otro lado de la mesa, se preguntó cómo podía haberlo confundido con personaje de calendario. Con el polo sucio que todavía tenía puesto y el pañuelo amarrado alrededor de la cabeza se parecía más a un motoquero.

—No sé qué quieren de mí —declaró Lali, pasando la mirada de Lanzani al otro hombre—. Creía que estaba aquí por lo que sucedió en el parque.

—¿Ha visto esto alguna vez? —preguntó Lanzani mientras deslizaba una foto hacia ella.

Lali había visto la misma foto en el periódico. Había leído sobre el robo del Monet de Arredondo y lo había oído en las noticias.

—¿Lo reconoce?

—Reconozco un Monet cuando lo veo. —Sonrió con tristeza y deslizó la foto por la mesa—. También leí el periódico. Ese es el cuadro que fue robado al señor Arredondo.

—¿Qué me puede contar sobre eso? —Lanzani clavó su mirada de policía en ella como si pudiera encontrar la respuesta a su pregunta escrita en la frente.

Lali intentó no dejarse intimidar, pero no pudo evitarlo. La tenía intimidada. Era un hombre muy grande y ella se sentía muy pequeña encerrada con él en aquella habitación.

Continuará…