Capítulo 7

Hola, hola!!!! ¿Cómo les va? Domingo casi terminando y ya preparando para empezar la semana… qué rápido se pasa el finde! Jajaajja espero lo hayan disfrutado y les sirviera para recargar! ;) Un beso y mañana nos leemos, chicocas!!!! Empiecen con todo la semana!

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—¿Alguna otra razón? —preguntó Lanzani.

—Sí, es Acuario.

El lapicero del detective salió volando por el aire, dio varias vueltas y aterrizó en alguna parte detrás de él.

Capítulo 7:

—¡Dios mío! —imploró él como si le hubieran dado un puñetazo.

Lali lo miró con chispas en los ojos.

—Bueno, es una razón lógica. Los Acuario odian mentir y hacer trampa. Odian la hipocresía y la duplicidad. Abraham Lincoln era Acuario, ¿sabía?

—No. No sabía —contestó el jefe Vázquez y agarró el bloc de notas. Se lo puso delante y sacó un lapicero de plata del bolsillo de su camisa—. En realidad creo que no se da cuenta de la gravedad del asunto. El cargo de asalto con agravante a un oficial de policía conlleva una pena de un máximo de quince años.

—¡Quince años! En primer lugar, nunca lo habría atacado si él no me hubiera estado siguiendo. Y de todas maneras no fue un ataque de verdad. Soy pacifista.

—Los pacifistas no llevan armas —le recordó Lanzani.

Lali ignoró adrede al intratable detective.

—Señorita Espósito —continuó el jefe—, además del cargo por agresión, hay que añadir el de robo a gran escala. Puede llegar a pasarse quince años en la cárcel. Ese sí es un problema bastante grave, señorita Espósito.

—¿Robo a gran escala? ¿¡YO!? —Se llevó una mano al corazón—. ¿Por qué?

—El Monet del señor Arredondo.

—¿Creen que yo tuve algo que ver con el robo al señor Arredondo?

—Está involucrada.

—Esperen un segundo —respondió plantando las manos sobre la mesa—. ¿Creen que robé el Monet del señor Arredondo? —Se habría reído de la situación si no fuera tan poco divertida—. Nunca jamás he robado nada en mi vida —Su conciencia cósmica escogió aquel momento para contradecirla—. Bueno, a menos que cuente lo del caramelo cuando tenía siete años, pero me sentí tan mal después que realmente no la disfruté mucho.

—Señorita Espósito —interrumpió Lanzani—, me importa poco y nada el caramelo que se robó cuando tenía siete años.

La mirada de Lali se movió entre los dos hombres. El jefe Vázquez parecía confundido mientras profundas arrugas surcaban la frente de Lanzani y las comisuras de su boca.

Cualquier atisbo de paz y serenidad la había abandonado hacía mucho rato y tenía los nervios a flor de piel. No pudo contener las lágrimas que inundaron sus ojos y apoyando los codos sobre la mesa se cubrió la cara con las manos. Tal vez no debería haber renunciado al derecho de tener abogado, pero hasta ahora no había creído que necesitara uno. En la localidad donde había nacido y crecido, conocía a todo el mundo, incluyendo a los oficiales de policía. Siempre traían a casa a su tía Yolanda después de que se hubiera adueñado sin querer de la propiedad de otra persona.

Por supuesto, había sólo tres oficiales de policía, pero eran algo más que sólo tres hombres que patrullaban las calles. Eran personas maravillosas que ayudaban a la gente.

Bajó las manos a su regazo y volvió a mirarlos a través de las lágrimas. El jefe Vázquez seguía observándola, parecía tan cansado como ella. Lanzani había desaparecido. Probablemente había ido a buscar unas esposas.

Lali nunca se había sentido tan asustada en su vida, incluso sentía temblores por todo el cuerpo.

Suspiró y se limpió las lágrimas con las manos. Estaba metida en un gran lío. Una hora antes había creído que la dejarían marchar en cuanto se percataran de que no había hecho nada malo. Bueno, nada realmente malo. Nunca habría llevado un arma si no se hubiera sentido amenazada por el detective Lanzani. Sin embargo, ellos pensaban que estaba involucrada de alguna manera en algo bastante importante; no sólo ella, también Ignacio. Pero conocía demasiado a su socio como para creer algo así. Sí, Ignacio tenía algún negocio más aparte de Whim; era un empresario de éxito. Ganaba mucho dinero, y sí, tal vez fuera un poco codicioso e introvertido y mucho más pendiente del dinero que de su alma, pero eso no era, ciertamente, un crimen.

—¿Por qué no mira esto? —sugirió Vázquez, deslizando dos archivos y un montón de fotos hacia ella.

Las antigüedades de las fotos eran en su mayor parte de origen oriental. Además, si eran verdaderas antigüedades y no réplicas, debían de ser muy caras. Se fijó en las tasaciones de los seguros. No eran imitaciones.

—¿Qué me puede decir sobre éstas?

—Diría que este plato de la dinastía Ming está más cerca de los siete mil que de los ocho mil, pero la tasación es razonable.

—¿Vende este tipo de cosas en la tienda?

—Podría, pero no —respondió mientras leía las descripciones de varios artículos más—. Estas cosas generalmente se venden mejor en subastas o en tiendas que se dedican estrictamente a las antigüedades. La gente no viene a Whim buscando una pieza de miles de dólares. Si uno de mis clientes recogiera esta pequeña lechera y mirara la etiqueta, la pondría de nuevo en el estante donde probablemente permanecería varios años.

—¿Había visto estos artículos antes?

Ella dejó los papeles a un lado y miró al jefe al otro lado de la mesa.

—¿Me está acusando de haberlos robado?

—Sabemos que fueron robados de hace tres meses.

—¡Yo no lo hice!

—Lo sé. —Vázquez sonrió, luego se inclinó sobre la mesa para palmearle la mano—. Simón Fernández ya confesó. Escuche, si no está involucrada en ninguna actividad ilegal, entonces no hay de qué preocuparse. Pero sabemos que su novio está hasta las bol..., er esto..., el cuello en la venta de artículos robados.

Lali frunció el ceño.

—¿Novio? Ignacio no es mi novio. No me parece buena idea salir con compañeros de trabajo.

El jefe ladeó la cabeza y la miró como si estuviera tratando de ordenar las piezas de un rompecabezas incompleto.

—Entonces, ¿no sale con él?

—Bueno, salimos varias veces —continuó Lali con un gesto desdeñoso de la mano—, por eso sé que no es una buena idea, pero fue hace años. Realmente no éramos compatibles. Es socialista. Yo capitalista. —Era la verdad, pero no la verdadera razón. La verdadera razón era demasiado personal para explicársela al hombre del otro lado de la mesa. ¿Cómo podía contarle al jefe Vázquez que Ignacio tenía los labios muy delgados y que por lo tanto no le gustaba mucho? La primera vez que Ignacio la besó mató cualquier atracción física que pudiera haber sentido hacia él. Pero solamente porque Ignacio no tuviera unos labios decentes no quería decir que fuera culpable de algún crimen o que fuera mala persona. Lanzani tenía unos labios extraordinarios y sin embargo era un auténtico idiota, lo que probaba que las apariencias sí engañaban.

—¿Está dispuesta a pasar por el detector de mentiras, señorita Espósito?—

Continuará…