Epílogo

Hola, hola de nuevo!!! ¿Qué tal pasaron el día? Espero que bien y hayan disfrutado a más no poder para empezar la semana con pilas al máximo! Gracias por estar en una nove más, gracias por leer, regalarme su tiempo; Gracias por la buena onda, los lindos comentarios; Simplemente (aunque no tan simple) por estar ahí del otro lado haciendo el aguante!!!! Son lo máximo! se les quiere, sépanlo ;) y mañana nos leemos con una nueva nove, que espero les guste tanto como esta!!! Un beso a todas y que empiecen bien la semana!!! 

P.D.: Ya pueden descargar la nove "El amor que perdimos" en:

Dropbox: https://www.dropbox.com/s/0e8nepnm6rk0w8s/El%20amor%20que%20perdimos.doc

4Shared: http://www.4shared.com/office/-RT6IP7I/El_amor_que_perdimos.html

O, me escriben a caparatodos@hotmail.com, ya saben que se las mando sin problema!!! ;)

Twitter: @Caparatodos

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–Yo también te amo –intentó decirle ella, pero Peter ya la estaba besando con toda la pasión que había florecido entre ambos desde el momento en que se habían conocido.

Epílogo:

Dos años después…

Peter recorrió la calle principal silbando y saludando a los amigos con los que se iba cruzando. Silbando. Jamás había silbado en el pasado, pero últimamente se había sorprendido haciéndolo en varias ocasiones.

Lo que significaba que vivir fuera de la ciudad no era tan aburrido y limitador como él había imaginado. Aunque tampoco pensara que su felicidad tuviera tanto que ver con el lugar en el que vivía, como con cómo vivía, y con quién.

Aupó a Martín en su cadera y siguió silbando. El niño iba vestido con un jean y unas zapatillas con el logo de La Tiendecita Dulce.

       

Se le había ocurrido a él, además de vender por internet sus pasteles, también vendían polos, ropa de bebé, café y tazas, e incluso llaveros. Ya que pensaba que era la mejor publicidad que podía tener Lali, además del boca a boca.

–Vamos a ver a mamá –le dijo a Martín–. A lo mejor te da una galleta.

–¡Galleta! –exclamó el niño aplaudiendo.

Peter comenzó a reír.

Llegaron a la puerta de La Tiendecita Dulce y entraron en el local dedicado a la distribución.

Lali estaba detrás del mostrador, pero solo con verlos sonrió y salió. Tenía el pelo recogido en una cola y un delantal también con el logo de la tienda de un blanco inmaculado.

–¡Galleta! –gritó Martín.

Y ella se puso en puntitas de pie para darle un beso al niño y otro al padre.

–Tengo una sorpresa para ti –anunció Peter mientras ella volvía detrás del mostrador.

La vio quitarse el delantal y buscar una galleta para Martín, volver a salir y dársela.

Sin el delantal se notaba mucho más que estaba embarazada de cuatro meses. Y cada vez que veía su panza, a Peter se le hacía un nudo en el estómago, de amor y de orgullo, y de alivio, por no haberla dejado marchar.

Se habían comprado una casa grande y muy bonita. Además, se habían vuelto a casar, esa vez por civil y en algo muy íntimo. Sólo los habían acompañado Gabriela y Martín.

Después, habían hablado de tener otro hijo. Uno con el que Peter pudiera vivir la experiencia desde el principio.

–¿Cuál es la sorpresa? –le preguntó Lali.

Él se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó un catálogo que tenía doblado. Lo abrió y se lo entregó para que lo viera.

–¡Ay, Dios mío! –gritó Lali emocionada, quitándoselo para verlo mejor–. No puedo creer que esté terminado.

Era el catálogo de La Tiendecita Dulce. Peter también había hecho diseñar una página web y estaba buscando otros locales en alquiler para abrir más Tiendecitas Dulces en la capital.

–Y tengo más buenas noticias –agregó.

–¿Cuáles? –preguntó Lali contenta.

–Andrés y yo cerramos el trato esta mañana para abrir La Tiendecita Dulce en la empresa Lanzani.

Lali no saltó de alegría, como él había esperado.

–¿Qué pasa?

–Nada, es buenísimo, pero me preocupa lo que piense tu mamá cuando se entere. Y si terminamos volviendo, como tenemos planeado…

–Ya lo sabe, se lo ha contado Andrés –le dijo él–. Sé que no será nunca la suegra ni la abuela perfecta, pero creo que, después de un tiempo sin tener noticias nuestras le ha quedado claro que te amo. Eres mi esposa y no dejaré que nada ni nadie te haga daño ni se interponga entre nosotros. Ni siquiera mi mamá.

Ella dio un paso al frente y apoyó las manos en su pecho.

–¿Te arrepientes? –le preguntó en un susurro.

–En lo absoluto. Sólo me importan Martín y tú, y este chiquitín que está creciendo en tu panza –le dijo, acariciando la casita de su hijo–. No niego la posibilidad de arreglar las cosas con mi madre, pero no cambiaría mi vida de ahora por nada del mundo. ¿Lo entiendes? 

Ella asintió despacio.

–Ahora, voy a limpiar a nuestro pequeño monstruo de las galletas mientras tú le enseñas el catálogo a tu tía. Con un poco de suerte se pondrá de buen humor y se quedará con Martín esta noche.

–¿Por qué? –le preguntó Lali.

–Porque tengo ganas de algo dulce.

Lali inclinó la cabeza y le dedicó una seductora mirada.

–Y, estás en una panadería. Hay dulces por todas partes.

–Lo que yo quiero no está en el catálogo.

–O sea, que quieres hacer un pedido especial.

Él asintió.

–Entonces es tu día de suerte, porque gracias a mi esposo, hacemos pedidos especiales. Aunque tendrás que pagar un precio especial por el envío.

Él hizo una mueca y dijo en voz baja.

–No hay ningún problema. Por si no lo sabías, soy rico.

Ella sonrió y lo abrazó por el cuello.

–Yo también –murmuró.

Y ninguno de los dos hablaba de dinero.

FIN.