Capítulo 8

Hola, hola!!!! ¿Cómo empezaron la semana? Ojalá que todo bien y ya poniéndole onda para que la semana sea buena y nos traiga cosas positivas :D Gracias por leer, comentar, estar, y ser como son! Es GENIAL tenerlas de lectoras!!!! Un beso enorme y hasta mañana!!!!

Twitter: @Caparatodos

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—Bueno, salimos varias veces —continuó Lali con un gesto desdeñoso de la mano—, por eso sé que no es una buena idea, pero fue hace años. Realmente no éramos compatibles. Es socialista. Yo capitalista. —Era la verdad, pero no la verdadera razón. La verdadera razón era demasiado personal para explicársela al hombre del otro lado de la mesa. ¿Cómo podía contarle al jefe Vázquez que Ignacio tenía los labios muy delgados y que por lo tanto no le gustaba mucho? La primera vez que Ignacio la besó mató cualquier atracción física que pudiera haber sentido hacia él. Pero solamente porque Ignacio no tuviera unos labios decentes no quería decir que fuera culpable de algún crimen o que fuera mala persona. Lanzani tenía unos labios extraordinarios y sin embargo era un auténtico idiota, lo que probaba que las apariencias sí engañaban.

Capítulo 8:

—¿Está dispuesta a pasar por el detector de mentiras, señorita Espósito?—preguntó Vázquez interrumpiendo su silenciosa reflexión sobre hombres y labios.

Lali arrugó la nariz con desagrado.

—¿Es broma? —La idea de realizar una prueba para demostrar que no mentía era repugnante. ¿Por qué debería tener que probar que decía la verdad? Nunca mentía. Bueno, no a propósito. Algunas veces había evadido la verdad, pero eso no tenía nada que ver. Mentir ponía de malhumor al karma y creía en el karma. Había crecido creyendo en él.

—Si nos dice la verdad, no tiene por qué tener miedo de hacer la prueba. Mírelo como una manera de probar su inocencia. ¿No quiere probar que es inocente?

La puerta se abrió antes de que pudiera responder y un hombre que Lali no había visto antes entró en la habitación. Era alto y delgado, y su polo pelo blanco apenas le cubría la cabeza. Tenía un folder bajo el brazo.

—Buenas, señorita Espósito —dijo mientras le estrechaba la mano—. Soy Jerónimo Valdés, jefe de policía. Acabo de hablar con el fiscal y está dispuesto a olvidarse de todo.

—¿Olvidarse de qué?

—De los cargos de tenencia ilícita de armas y asalto con agravante a un oficial de policía.

El oficial en cuestión era el verdadero culpable de que la acusaran de aquellos cargos. Obviamente no creían que estuviera justificado que llevara el arma, no importaba lo que ella dijera. Quince años era la pena máxima. Se preguntó cuánto sería lo mínimo, pero de repente era mejor no saberlo.

Tenía dos opciones. Podía contratar a un abogado, asistir a los tribunales y rechazar los cargos, o podía cooperar con la policía. Ninguna de las dos cosas la convencía demasiado, pero de todas maneras podía escuchar la oferta.

—¿Qué tendría que hacer?

—Firmaría un acuerdo confidencial de colaboración, además de dejarnos colocar a un detective de incógnito en la tienda.

—¿Como cliente?

—No, pensamos que podría hacerse pasar por un familiar que necesita trabajo.

—Ignacio no dejará que ninguno de mis parientes vuelva a trabajar en la tienda. —No desde que habían tenido que despedir a un primo, Felipe Cubas, por espantar a los clientes con sus historias de levitación y telepatía—. Además, creo que no seré de mucha ayuda. No estaré en la tienda ni el viernes ni el sábado, voy a la feria.

El jefe Valdés sacó una silla de debajo de la mesa y se sentó. Colocó el folder en la mesa frente a él.

—¿A la feria?

—Sí. Tengo un puesto para vender aceites esenciales y aromaterapias.

—¿Y Pérez estará en la tienda mientras usted está en esa feria?

—Sí.

—Bueno. ¿Y qué pasaría si contratara a alguien?

—No lo sé.

En realidad, Ignacio y ella habían discutido sobre contratar a alguien para montar unas estanterías en la pared más larga y más estantes para almacenaje en la trastienda. También necesitaba una encimera nueva para la pequeña cocina que había en la trastienda, pero el negocio no había funcionado tan bien las últimas semanas como habían esperado e Ignacio había rechazado la idea como un gasto innecesario.

—Ignacio es poco generoso con el dinero en estos momentos —les dijo.

El jefe Valdés sacó dos papeles del folder.

—¿Y si se ofrece a pagarlo usted misma? El departamento asumiría los gastos, por supuesto.

Tal vez estaba enfocando todo ese asunto del informante desde un punto de vista equivocado. Ignacio no tenía la culpa, pero puede que si aceptaba ayudar a la policía también lo estuviera ayudando a él. Estaba segura de que la policía no encontraría nada que lo incriminara en la tienda; entonces ¿por qué no colaborar con ellos?

Si aceptaba, el gobierno pagaría los arreglos que quería hacer.

—A Ignacio no le gusta contratar a la gente del periódico. Tendría que fingir que conozco a ese hombre.

La puerta se abrió y entró el detective Lanzani. Se había puesto un pantalón y se había quitado el pañuelo de la cabeza. Tenía el cabello mojado y peinado hacia atrás a excepción de un mechón suelto que se rizaba cayéndole sobre la frente.

Llevaba camisa blanca apretada en el pecho y suelta en la cintura, donde desaparecía bajo la pretina del pantalón. Tenía las mangas enrolladas hasta los codos y llevaba un reloj plateado en la muñeca. En el bolsillo de la camisa, al lado de la corbata azul con beige, llevaba prendida la identificación. Tenía la mirada clavada en ella mientras le daba al jefe Valdés una tercera hoja de papel.

El capitán miró la hoja, después la deslizó a través de la mesa y le ofreció un lapicero.

—¿Qué es esto? —Centró la atención en el documento y trató de ignorar al detective Lanzani.

—El acuerdo de colaboración—contestó Valdés—. ¿Tiene novio?

—No. —Negó con la cabeza y miró el documento que tenía delante. Hace algún tiempo que no tenía una relación seria. Encontrar un hombre interesante y atractivo resultaba extremadamente difícil. Cuando espíritu y mente decían sí, su cuerpo se las arreglaba para decir no. Y viceversa. Se pasó los dedos por el pelo mientras estudiaba los papeles—. No tengo.

—Ahora ya lo tiene. Salude a su nuevo novio.

Un horrible presentimiento se apoderó de ella y Lali clavó la mirada en la blanca camisa de Juan Pedro Lanzani. Luego subió los ojos desde la corbata hasta la garganta bronceada, desde la barbilla a la línea firme de su boca. Curvó los labios hacia arriba en una sonrisa lenta y sensual.

—Hola, linda.

Lali se incorporó y dejó el lapicero a un lado.

—Quiero un abogado.

Continuará…