Capítulo 52

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-Tal vez deberías quedarte un rato más.

La promesa que asomaba a esos ojos verdes entrecerrados resultó tentadora.

Y entonces, él desvió la mirada hacia el arbusto silvestre que le brotaba de la cabeza.

Capítulo 52:

-Wow. ¿Yo le hice eso a tu pelo? –la idea pareció hacerlo sentirse extrañamente complacido.

Lali tomó nota mentalmente para que, la próxima vez que decidiera tener relaciones sexuales en la ducha de un ex-convicto millonario, metiera la plancha en su cartera. Y no era que estuviese pensando en una próxima vez.

-No todos tenemos la suerte de contar con tu pelo increíblemente perfecto. Esto es lo que me pasa cuando me mojo.

Su expresión se volvió juguetona.

-Sé exactamente lo que te pasa cuando te mojas, abogada –sí, se lo había puesto demasiado fácil-. Normalmente emites un montón de gemidos y se te entrecorta la respiración –prosiguió-. Aunque mi parte favorita es cuando empiezas a decir mi nombre…

-Peter –lo interrumpió, fulminándolo con la mirada.

-No, así no. Un poco más apasionada y entusiasta –palmeó la cama con la mano-. Ven, vamos a practicar hasta que te salga perfecto.

-Me voy –repuso Lali.

-¿De verdad? Porque me que escondías una sonrisa.

Bueno, puede que sí. Pero, aún así, iba a irse.

-Ya que mencionaste lo del pelo, ¿no tendrás un moño por alguna parte?

Ya era bastante incómodo tener que pasar por la recepción del edificio con el vestido rojo. De ninguna manera iba a permitir que alguien comprobara hasta dónde alcanzaba el desastre, tras haber pasado una noche con Juan Pedro Lanzani.

-Voy a buscarte algo –dijo Peter.

Alejando el edredón, le regaló una panorámica perfecta de su maravilloso cuerpo y de su pene erecto –en serio, ¿esa cosa no se tranquilizaba nunca?- y luego rodeó la cama. Recogió los bóxers grises del suelo y se los puso.

-Te vi mirarme de reojo.

¡Ah, la pelotita!

-Me acabo de dar cuenta de que tienes… unos muslos realmente impresionantes.

-Corro con bastante frecuencia.

Lali no pudo dejar de imaginarlo, sudoroso y resbaladizo, quitándose la ropa al regresar a su departamento tras la carrera.

Mmm…

-Abogada, si pretendes marcharte, yo que tú no podría esa cara mientras sigues en mi habitación en ropa interior.

Ella parpadeó. Es verdad, la huída.

-Perdón. ¿El moño para amarrarme el pelo?

Mientras Peter iba a buscar al baño, Lali se puso el vestido y abandonó la habitación. En la entrada, encontró su cartera –una miniatura en la que apenas entraba el celular, las llaves y, gracias a Dios, unos caramelos de menta. Se metió uno a la boca y miró fugazmente el enorme espejo enmarcado.

Buenísimo. Pelos de loca y ni rastro de maquillaje.

-Toma –Peter apareció detrás de ella en el espejo con la mano extendida.

Lali bajó la mirada y descubrió un moño negro sobre su palma.

-¿Recuerdo de alguna de las modelos?

Él la fulminó con la mirada.

-No, es mía. El pelo perfecto es un fastidio si no te lo amarras para correr.

Con una sonrisa, Lali aceptó y empezó a pasarse los dedos por el pelo.

-No logro imaginarte con una cola de caballo.

-No me hago una cola de caballo. Solo me saco el pelo de los lados y de la parte superior.

-Ah, como si fuera un semirecogido.

-¿Te acuerdas de lo que te dije anoche? ¿Eso de que eras un dolor de cabeza?

De hecho, sí se acordaba. Se lo había dicho justo después de provocarle los dos mejores orgasmos de su vida. Y de hacerlos seguir por otros dos.

Dejando los recuerdos a un lado, retrocedió para inspeccionar su pelo, que había logrado recoger en una desordenada cola de caballo.

-Probablemente, mucho menos elegante que tus semirecogidos, pero tendrá que servir –luego buscó la mirada de Peter en el espejo-. Lo de anoche fue increíble.

Su expresión permaneció inusualmente ilegible.

-Se suponía que esa era mi frase.

Y Lali no tuvo la menor duda de que debía haberla dicho montones de veces. Pero, aún así, no significaba gran cosa.

Lali se las arregló para esbozar una sonrisa.

-Tienes mi permiso para usarla tú también –bromeó.

Él la hizo girarse, bajó la cabeza, y la besó en los labios con suavidad.

-Lo de anoche fue increíble.

Y como no había nada más que decir, Lali dio un paso atrás y comenzó a retroceder hacia la puerta. Entonces, notó que él se había puesto un pantalón mientras buscaba algo para que se amarrara el pelo y comprendió que, probablemente, esa sería su última imagen de Juan Pedro Lanzani –sexy, con el pecho y los pies desnudos, de pie en medio de la entrada mientras se despedían.

Dio media vuelta y estaba a punto de agarrar la chapa de la puerta para abrirla cuando él la detuvo.

-Lali, espera.

Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras lo veía cruzar la sala con expresión seria, extender un brazo hacia ella y…

Subirle el cierre del vestido.

-Acabo de darme cuenta –aclaró.

-Claro. Gracias –Lali abrió la puerta-. Bueno… hablamos.

-Ya sabes dónde encontrarme, abogada.

Lali salió del departamento y se dirigió hacia los ascensores. Mientras pulsaba el botón de bajada, oyó a su espalda el suave clic de la cerradura de la puerta.

Continuará…