Capítulo 78

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Cada parte de su ser se rebelaba en contra de irse sin más a alguna parte y esperar a que otro actuara. Por otro lado, no iba a lograr nada invadiendo la casa de Dalmau y lanzando miradas furibundas.

Pronunciando un insulto en voz baja, pasó junto al abogado y se dirigió escaleras abajo.

—En cuanto sepas algo —repitió.

Capítulo 78:

Lali se sentó en una silla metálica detrás de una mampara de vidrio y esperó. Ya habían pasado las horas de visita, pero había pisado cada pie y halagado cada cabeza que fuera necesaria para conseguir asiento en esa silla. Seguramente Castillo estaría enojado por la libertad con la que iba dando su nombre por ahí pero, en el fondo, era una ladrona… y utilizaría lo que fuera necesario, incluyendo el nombre del detective, para conseguir lo que deseaba.

La puerta del fondo de la sala se abrió y salió un guardia con Nicolás a su lado. Se le formó un nudo en la garganta. Todavía vestía ropa de calle, pero el cinturón con presillas era nuevo, así como el juego de esposas que corrían a través de éstas. El policía lo llevó hasta la silla del otro lado de la mampara, luego retrocedió de nuevo hasta la puerta.

—¿Me delataste? —preguntó Nicolás en voz baja con sus ojos clavados en los de ella.

—¿Qué? ¡No! —Las palabras se desgarraron de su garganta—. ¿Cómo puedes pensar eso?

—¿Qué se supone que debo pensar? —le respondió con un siseo—. Me mandas a hacer un trabajo, la policía me tira la puerta abajo, hay evidencias colocadas en mi ropero, ¿cóm… ?

—¡Basta! —comenzó, bajando la voz cuando el policía se movió—. Basta. Primero, se suponía que no debías comprar la escultura; sólo quería saber quién la vendía. Segundo, la…

—No la compré. Asistí a la cita y no apareció nadie. Así que me fui a casa a descansar un poco.

—Pero la policía halló la escultura.

—Claro, en mi ropero.

Lo miró fijamente, media docena de posibilidades abarrotaron su cabeza.

—Te tendieron una trampa.

—No jodas. Si no fuiste tú…

—Por supuesto que no fui yo.

Él tomó aire con más tranquilidad.

—No lo creía de verdad, pero estoy muy molesto en este momento. ¿Qué me dices de tu novio? Sé que no le caigo muy bien.

—Por favor, no me hagas reír. Peter no fue.

—Pero sabes quién lo hizo, suéltalo.

—Creo que fue Daniel Bedoya-Agüero. Conseguir que te acusen alejaría definitivamente las sospechas de él. Y podría ser una advertencia para mí, para que renuncie.

—Así que no soy más que un chivo expiatorio. Genial. —Se inclinó hacia delante un par de centímetros—. Si es así, sácame de aquí, Lali.

Podía verlo en sus ojos, detrás de su ira. Se había ocupado de la parte comercial de cada trabajo que habían realizado Carlos y ella. Incluso con un sólo año por delito, se enfrentaba a cuarenta años más en prisión. Y él lo sabía y estaba asustado.

—Lo intento —susurró—, pero pueden retenerte setenta y dos horas.

—No puedo hacerlo, Lali. Por favor, chiquita.

Por un segundo pensó en la pistola que tenía en el auto. Podía hacerlo, pero no serviría de nada. Podría incluso ser lo que andaba esperando Daniel, que sacara a Nicolás por la fuerza. Entonces la policía tendría a sus sospechosos.

—Nicolás, se me ocurrirá un plan. Lo prometo. Pero ahora mismo es probable que estés más seguro aquí.

—Tonterías.

—Algo pasa, y al menos ahora sé que no vas a terminar con un balazo en el pecho.

Sus ojos se entrecerraron.

—No me dejes aquí, maldición. Te dije que debíamos ir a Venecia. Pero no, tenías que quedarte aquí con tu chico lindo y jugar a los detectives. Así que, ayúdame, yo…

Lali se levantó, dando un paso atrás. Otro segundo más ahí y, o iba a ponerse a llorar o iba a saltar la mampara y darle un puñetazo.

—Vas a tener que confiar en mí, Nicolás. Lo siento.

El también se levantó, y el policía se acercó al instante.

—Lali…

—Te sacaré en cuanto pueda, Nicolás, pero tienes que confiar en mí. Te quiero.

Cuando regresó al auto, sin poderse controlar más, se puso a llorar. Eso era lo que había conseguido con su inútil intento de cambiar: su única familia en la cárcel. Y ni siquiera habían confirmado los cargos, lo cual significaba que todavía intentaban exagerarlos. No le cabía la menor duda de que el lunes uno de ellos sería el del homicidio de Bartolomé Bedoya-Agüero.

Aquello tenía que ser obra de Daniel. Amenazas a sus espaldas, y ofertas de seducción en la cara. De acuerdo, no se enfrentaría a él sin algo que respaldara sus sospechas, pero podía hablar con alguien que conocía.

—Pamela —murmuró, arrancando de nuevo el auto. La ex de Peter, la ex de Martín, Pamela Lanzani–Valente parecía tener la habilidad de relacionarse con los hombres equivocados. Y las dos debían tener una pequeña charla.

Continuará…