Capítulo 95

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—¿De repente? No estoy seguro de poder salir de nuevo por la ventana.

 

—Mmm. No bromees conmigo, muchacho. Espero que conozcas una buena playa privada.

 

Capítulo 95:

 

Lunes, 8:13 a.m.

 

—Déjame entender —dijo Gastón, cerrando de golpe un libro de leyes y sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su enojo—. ¿Ahora no quieres que Nicolás Vázquez salga de la cárcel?

 

Después de la discusión que habían tenido Gastón y él por ese mismo tema, Juan Pedro decidió dejar que Lali se encargara de hablar. Se sentó en uno de los cómodos sillones de oficina para clientes y se cruzó de brazos.

 

—Correcto —dijo, deseando obviamente pelear y dispuesta a hacerlo con Gastón.

 

Peter podía entenderlo; Nicolás era su familia, y para garantizarle a Laura que la policía tenía otro sospechoso aparte de su hermano, el plan implicaba dejar su rescate pendiente. Habían hablado sobre las distintas opciones durante gran parte de la tarde anterior, y fueran cuales fuesen sus sentimientos hacia Nicolás, había realizado un esfuerzo enorme por encontrar una mejor solución por el bien de Lali. Finalmente había sido ella quien hablara y admitiera que Nicolás debía seguir en la cárcel.

 

—Demonios. —El abogado se giró para enfrentar a Juan Pedro—. ¿Tú estás de acuerdo con esto?

 

—Es decisión de Lali —respondió, manteniendo un tono de voz sereno. Uno de ellos debía mantener la calma.

 

—¿Después de todas las llamadas que he hecho y de todos los favores que he pedido, ahora no van a hacer nada?

 

—Eso es lo que he dicho —replicó Lali.

Se escuchó un golpe en la puerta de la oficina, y Julián Reyes, el abogado del caso asomó la cabeza.

 

—Siento llegar tarde. Estaba reuniendo algo más de información. Repasémoslo todo; tenemos que estar en el tribunal en menos de una hora.

 

—No vamos a ir al tribunal —soltó Gastón, disponiéndose a levantarse y dejándose caer de nuevo en el sillón.

El abogado terminó de entrar y cerró la puerta a sus espaldas.

 

—¿Qué?

 

—Adelante, Espósito, cuéntale.

 

—No es culpa suya, Gastón —medió finalmente Peter—. Soy yo quien te pidió que llevaras el seguimiento de esto.

 

—Es verdad, fuiste tú. Viniste a mi casa y me ordenaste que sacara a este tipo de la cárcel.

Lali se giró en la silla y lo miró. Juan Pedro le sostuvo la mirada, pero no dijo nada. Si lo había hecho, había sido por ella, pero en aquel momento carecía de importancia… y ambos lo sabían.

 

—Se dan cuenta de que es probable que pueda sacarlo pagando una fianza mínima —prosiguió, apoyando la nalga en el borde del aparador de Gastón—. Su último arresto fue hace veinte años, y lleva tres viviendo en Buenos Aires.

 

—Sé todo eso —respondió Lali, la irritación y la impaciencia reflejándose en su voz.

 

—Entonces, ¿qué… ?

 

—Simplemente, no hagan nada, ¿queda claro? —articuló—. Tiene un abogado de oficio, ¿no?

 

—Sí, pero yo no confiaría en que un abogado defensor sobrecargado de trabajo sea capaz de…

 

—No pasa nada. Dejen que sea su abogado quien se preocupe por ello.

Ambos letrados se voltearon a mirar a Juan Pedro.

 

—No entiendo, Juan Pedro —dijo Reyes.

 

—Es complicado. Todavía podría necesitar tu ayuda, pero no hoy.

 

—Y si arrestan a otro por lo que dicen que hizo él —interrumpió Lali—, saldrá libre igualmente.

 

—Pero no hoy.

 

—No, hoy no —repitió Lali, levantando la voz—. Esa es la intención. ¿Acaso no entienden?, se supone que ustedes deben ser los despiertos. ¡Limítense a no aparecer por el tribunal! ¡Eso es todo! Punto final.

Con un gruñido Lali pasó por delante de todos ellos y salió dando un portazo. Juan Pedro también se levantó.

 

—Lo siento, caballeros, pero así es como tiene que ser. Se los explicaré dentro de unos días.

 

—Más te vale, Peter. —Dalmau estrelló el puño contra el escritorio una vez más—. Solía ser capaz de descifrar lo que pensabas. No siempre estaba de acuerdo con ello, pero al menos tenía cierta lógica.

 

—También lo tiene esto. Confía en mí.

 

Cuando alcanzó a Lali, ella ya estaba sentada dentro del auto, en el estacionamiento. Se subió en el asiento del conductor y no le preguntó cómo había podido abrir el vehículo de tecnología avanzada sin hacer sonar la alarma. No después de en lo que había pasado el día anterior. Se quedaron sentados durante unos minutos mientras él le daba tiempo para explotar si sentía la necesidad. En cambio, Lali subió sus pies y se sentó sobre ellos mientras miraba por la ventana.

Peter encendió, finalmente, el auto.

 

—¿A dónde vamos?

 

—Al juzgado —dijo, sin moverse.

Aquello lo tomó por sorpresa.

 

—¿Estás segura?

 

—Cuando no aparezca nadie para sacarlo de la cárcel, quiero que al menos vea mi cara.

 

Una lágrima rodó por esa misma cara, y Lali se la limpió con impaciencia. La profunda furia que había hervido dentro de Juan Pedro desde que se percató de que alguien intentaba hacerle daño a Lali se acercó a la superficie. Puede que hubieran dejado la pistola fuera de juego, pero existían otras formas de herirla… y Laura o Daniel habían encontrado una buena manera de hacerlo.

 

Continuará…