Capítulo 87

 

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—Siempre que no me parezca a Fabio.

—No. A uno de esos de tipo inglés con pelo castaño. —Lo besó en el mentón, luego correteó hasta el armario—. ¡Ah, espera! Si eres uno de ellos.

—¡Que viva!

Capítulo 87:

—Ha sido una sorpresa que esperaras hasta esta tarde para llamarme —dijo Franco Castillo, tomando asiento en la mesa de la biblioteca y aceptando un té helado que le ofreció Reinaldo.

—¿Así que, sabes que Nicolás Vázquez y yo somos amigos?

El soltó una breve carcajada que consiguió no parecer demasiado divertida.

—Dame un poco de paz, Lali. Gastón Dalmau ha estado llamando a todo aquel que tiene teléfono para intentar obtener información. Dalmau quiere decir Lanzani, y no me hace falta una placa de detective para entender que eso quiere decir Espósito.

—Nicolás es un viejo amigo que me ayuda a armar mi empresa de seguridad —mintió, deseando que Peter y ella hubieran tenido más de tiempo para preparar una historia. Aunque tampoco le hubiera gustado dejar pasar la sorpresa sexual.

Franco tomó un sorbo de su té.

—Mira, Lali, no soy imbécil. No espero que te confieses, pero dirijo una investigación por homicidio. No te metas con los testigos y las evidencias, y no me mientas en la cara. Nicolás Vázquez estuvo bajo vigilancia antes, y aunque es casi tan escurridizo como tú, podríamos construir un buen caso contra él sin esta nueva acusación.

A Lali se le cayó el alma a los pies.

—¿Van a abrir un caso contra él independientemente de cómo concluya la investigación Bedoya-Agüero?

—Eso todavía no lo sé. Soy de homicidios, ¿te acuerdas? —Bajó la mirada por un segundo, removiendo el té con la cañita—. Veré qué puedo averiguar.

—Gracias, Franco.

—¿Es por esto por lo que me llamaste? Podríamos haberlo hablado por teléfono.

—Quiero saber quién te dio el dato de que Nicolás tenía ciertos artículos de Bedoya-Agüero.

—Fue una llamada anónima. Recibimos de ésos por montón pero generalmente no valen la pena. —Limpiándose el bigote con una servilleta, lanzó una mirada curiosa a Lali—. Me llevé la sorpresa del siglo cuando me di cuenta de a quién estábamos arrestando. Quiero decir que te tomaste muy a pecho la muerte de Bedoya-Agüero, y de pronto, ¡zas!, tu compañero es encontrado con un artículo robad…

—Nicolás no hizo nada —interrumpió Lali—. Le tendieron una trampa.

—¿Supongo que no tienes pruebas de eso?

—Todavía no. No ante un tribunal, en cualquier caso.

—Lali, yo no soy juez.

Lali respiró profundamente.

—Muy bien. Y confío en ti, así que no seas injusto conmigo… o nadie se alegrará de cómo va a acabar esto.

—Pasaré eso por alto y me limitaré a decirte que me cuentes lo que sabes.

Sentándose a su lado, Peter se movió por primera vez. Resultaba cómico, él era el único que en esta oportunidad se mostraba reacio a confiar en el policía.

—Sigo pensando que Dalmau debería estar presente —murmuró.

—Llegará en veinte minutos —respondió, dándole un apretoncito en la rodilla por debajo de la mesa—. Y no te preocupes. Puedo correr más rápido que Franco.

—Esperemos no tener que descubrir si eso es cierto —advirtió el detective, sacando su libreta del bolsillo del saco—. Deja que tome notas.

—Encontraron a Nicolás en posesión de una figura Giacometti, ¿no?

—¿Una figura de quién?

—De Giacometti. Alberto Giacometti. Confía en mí, es alguien importante.

—Está bien.

Podría haberle contado que Nicolás jamás escondía material de trabajo en su ropero, no cuando tenía una habitación secreta, pero sin duda eso no ayudaría.

—La pieza no fue sustraída en el primer robo, y lo sé porque estuvo allí al menos hasta el velorio de Bartolomé Bedoya-Agüero. Daniel me llevó al escritorio que era de su padre y me preguntó si sabía lo que era y cuánto podría valer.

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que un Giacometti de tamaño real estaba alrededor a los tres millones.

El detective se recostó en su silla.

—No estoy seguro de que debas contarme esto, Lali. Estás admitiendo que viste esta estatua y que al día siguiente tu compañero fue arrestado en posesión de ella. Eso no suena bien.

—Pero Nicolás también tenía un rubí Gugenthal, ¿no?

Franco la miró.

—¿Cómo sabes eso?

—Te lo contaré en un minuto. Míralo desde la perspectiva de un ladrón profesional —le lanzó un breve sonrisa—. Finjamos que conozco a uno. Sé con exactitud dónde están los rubíes, cómo robarlos fácilmente, y decido que posiblemente son los artículos menos complicados y más lucrativos para vender de la casa. Fáciles de esconder, fáciles de separar en pequeñas cantidades. Me cruzo justo con un Giacometti desprotegido, que ni siquiera figura aún en los documentos de la aseguradora. Y entonces, un par de días después, regreso y lo robo justo cuando la familia se dé cuenta de lo mucho que vale.

—Pero ¿por qué endosárselo a Vázquez?

—Porque eso hace que enfoquen la atención hacia él, y quizás en mí, por el homicidio y el robo.

Él asintió.

—Y el rubí lo vincula a él, a ti, con la noche del crimen. El Giacometti sólo lo vincula con la casa.

—Exacto.

Franco tomó unas pocas notas.

—¿Puedes demostrar algo de todo esto que estás diciendo?

Lali tomó aire lenta y profundamente. Castillo no la había decepcionado aún. Siempre había una primera vez, pero con un poco de suerte, no sería esa. Necesitaba que él supiera qué estaba pasando, y necesitaba que pudieran confiar el uno en el otro, aun a costas de una apuesta.

Continuará…