Capítulo 3

Hola chicas!!! Paso rapidito! Igual que ayer, hoy tampoco les podré avisar por tw! Tengo final mañana y mucho que estudiar! GRACIAS por sus comentarios y para la que no la vio ya está la entrevista de ayer a los TA en http://www.eltrecetv.com.ar/entrevistas-en-vivo/entrevistas-en-vivo/00053276/los-teenangels-se-despidieron-en-eltrecetvcom Besos y que tengan un buen día ;)

Twitter: @Caparatodos

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—¿Qué le vas a hacer? ¿Será doloroso? Debería de ser un poquito doloroso.

—No sé lo que vamos a hacer. Ya se me ocurrirá algo.

Capítulo 3:

Lali estaba en una esquina de la amplia cocina, mordiendo con ansiedad la uña del dedo gordo de su mano derecha, mientras observaba con desesperación la pésima labor realizada por los mozos.

Lali había intentado poner un poco de orden al caos existente, pero no lo había logrado. La persona a cargo de los mozos había desaparecido y los comensales aceptaban con resignación aquella situación por miedo a que una protesta acabara por tener consecuencias aún más negativas.

El problema había sido que su catering de siempre estaba reservado para esa noche y había tenido que recurrir a una empresa desconocida. Le gustaba conocer a sus proveedores, pero en aquella ocasión no había podido elegir. Necesitaba encontrar al responsable de aquella catástrofe, para que terminara de una vez lo que en breve acabaría por ser su ruina.

Por fin, al otro lado de la cocina, divisó una figura vestida de blanco. Lali atravesó la habitación y llegó hasta él. Debía de ser el encargado.

—¡Ya era hora de que apareciera! —le gritó. Tomó el saco que llevaba en la mano y le puso una bandeja—. Pedí veinte mozos y me mandaron dieciséis, pedí un supervisor de personal y usted lleva desaparecido no se cuanto el tiempo.

Lali levantó la mirada y se encontró con sus ojos. El sermón se desvaneció en su boca y se deshizo con una sonrisa deslumbrante. Nunca antes se había encontrado con un hombre tan guapo. Además, su sonrisa, a medio camino entre el encanto más devastador y humor más fino, era insoportablemente conquistadora.

—¿Cómo se llama? —le preguntó y, rápidamente, se recordó a sí misma que no estaba bien coquetear con alguien que trabajaba para ella y que, además, estaba siendo totalmente irresponsable.

—Mis amigos me dicen Peter. ¿Y tu nombre?

Su voz era una mezcla picardía y dulzura. Lali hizo lo que pudo para obviar la desfachatez de su gesto y su sonrisa.

—Bueno, señor Peter, si tuviera alguna experiencia en el trabajo que hace, ya sabría que yo soy la mujer que lo ha contratado. Y también seré la mujer que hará su vida imposible si no se pone en orden al personal. No hay champagne, los mozos son lentos y todo está lleno de platos sucios y servilletas usadas. Ahora, hágame el favor de salir de ahí y hacer su trabajo.

Lali señaló la puerta y él contuvo una carcajada.

—Me encantan las mujeres que saben lo que quieren —dijo y salió con el azafate.

—Bueno, tal vez ahora podré relajarme un poco.

Pero su tiempo de descanso duró menos de tres minutos.

Pronto apareció Marcela Laos, toda envuelta en perlas y diamantes. Marcela, ex reina de belleza, era la presidenta del comité directivo del museo de arte y la anfitriona de aquella fiesta benéfica.

—Señorita Espósito, ¿tiene un minuto?

Lali se acercó rápidamente a atender a su cliente, una de las más antiguas y mejores que había tenido. Llevaba ya muchos años organizando fiestas benéficas para la señora Laos, así como muchas de las que se realizaban en su casa. Incluso se encargaba de la parrillada Laos, uno de los eventos sociales más importantes de capital.

—¿Hay algún problema?

Marcela se aclaró la garganta.

—Hay un miembro del comité directivo sirviendo bocaditos.

Lali se tapó la boca con la mano y contuvo su consternación.

—¡Dios, señora Laos! ¡Pensé que era… —sonrió, agarró el saco del falso encargado y se dispuso a salir—. Yo me encargaré de deshacer el malentendido.

Sin esperar respuesta, se dirigió hacia la puerta y salió de la cocina.

Entre la multitud, divisó al atractivo hombre y su azafate con bocaditos junto a una estatua. Estaba conversando con una rubia despampanante.

Se acercó a él.

—Yo me encargo de esto, señor —le dijo mientras le quitaba la bandeja. Todo lo que esperaba era poder salir de ahí con disimulo y que el incidente quedara en una anécdota sin importancia.

Pero él decidió abandonar a la rubia y seguirla.

Lali le lanzó una disimulada mirada llena de confusión.

—Ya puede volver a la fiesta. Su corta carrera como mozo terminó.

Él se rió y Lali se sintió aún más avergonzada. Lejos de sentirse ofendido, parecía realmente divertido por el malentendido.

—¡Qué pena! empezaba a tomarle el gusto. Estaba ansioso por qué me tocara la bandeja del champagne.

Lali se volteó cuando ya habían llegado juntos a la puerta de la cocina.

—Podría haberme dicho quién era.

Él hizo una mueca de descontento.

—¿Y arruinar la diversión?

—Y, una duda, ¿qué estaba haciendo en la cocina?

Su gesto se suavizó aún más.

—Acababa de llegar de un vuelo de trece horas y quería comer algo que no supiera a guardado. Además, en este tipo de eventos nunca tienes tiempo para comer. Todo el mundo insiste en hablar —agarró una copa de champagne de uno de los azafates que llevaban los mozos—. ¡Odio estas fiestas! Son demasiado aburridas.

Lali tragó con dificultad.

—¿Odia esta fiesta?

—No, odio las fiestas en general.

—Me alegra oír eso —dijo ella completamente aliviada—. Por un momento me sentí muy ofendida. Ahora, sólo me siento ligeramente molesta.

Él levantó las cejas en un gesto interrogante.

—Soy yo la que ha planeado esta fiesta: la comida, la decoración, la música —Lali se cambió de mano el azafate y se la tendió a modo de saludo—. Soy Mariana Espósito, de “La fiesta perfecta”, pero me puede llamar Lali.

—Lali —repitió él—. Debía de habérmelo imaginado. Bueno, me alegro de conocerte, Lali. Si me das un minuto, trataré de arreglar la metida de pata que me acabo de mandar y podremos empezar desde cero otra vez.

Lali se rió. Incluso cuando estaba avergonzado aquel hombre era, simplemente, encantador.

—¿Se supone que esa es su forma de pedirme disculpas, señor Peter?

Continuará…