Capítulo 7

Hola!!! Publicación fugaz que empiezo finales y bueno, ya se imaginarán! Un besote y MIL GRACIAS por sus comentarios!!! Qué empiecen con TODO la semana! ;)

Twitter: @Caparatodos

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—¡Lo hice! —le comentó orgullosa.

—¿Hiciste qué?

Capítulo 7:

—He sellado el final de mi relación con Juan Pedro Lanzani. He llamado a su oficina y me dijeron que estaba en el museo de arte, en una de esas fiestas benéficas. Así que me fui hasta allí y le bajé las cuatro ruedas. ¡Está tan estúpidamente obsesionado con ese auto, que se lo merecía!

A Lali le dio un vuelco el corazón, al escuchar la confirmación de sus peores temores. ¡Era de esperar! El único hombre interesante que conocía en dos años y resultaba ser el villano que acababa de dejar a su hermana.

—¡Me siento tan liberada! —decía alegremente Candela, mientras corría alrededor de la mesa del comedor—. Me siento traviesa también, muy traviesa.

La estúpida carcajada que acompañó al comentario llenó todo el espacio.

Lali se frotó la frente. Trataba de encajar las piezas de aquel rompecabezas, pero le resultaba casi imposible. Peter Lanzani no parecía tan malo como su hermana lo había descrito. No podía ser. Quizás su hermana había malinterpretado sus motivos y sus acciones.

—Candela, no me parece bien que…

—¡Dale Lali, no seas aguafiestas! Además, llamará rápidamente al auxilio mecánico para que le solucionen el problema…

—¡Lo que has hecho es un acto de vandalismo! —dijo Lali.

—No, yo creo que no. Sin embargo, tirarle pintura a su auto si puede que se considere vandalismo.

Lali la miró boquiabierta.

—¿Qué? ¿Le has tirado pintura al auto?

Candela miró su reloj.

—No, todavía no. Pero está a punto de ocurrir.

—¿Qué… qué quieres decir con eso de que está a punto de ocurrir?

Cande agarró la mano de su hermana y la obligó a sentarse junto a ella en el sillón.

—Después de lo de las llantas, me fui a su casa y le preparé otra sorpresa —dijo en voz baja, como para que nadie la escuchara—. Puse un par de tarros de pintura en las columnas de ladrillos que hay a los lados de la puerta de entrada. Até las asas de los tarros con una soga. En cuanto las puertas se abran, la pintura caerá sobre el auto —Candela abrazó efusivamente a su hermana—. ¡Ha sido fantástico! ¿Qué podemos después?

Lali se apartó de su hermana.

—¡No vamos a hacer absolutamente nada. Has atentado contra la propiedad privada y eso es un delito!

—No, si después puede lavar el auto.

—¿Usaste pintura de látex?

Su hermana frunció el ceño.

—¿Qué es eso? Yo lo que he usado es la pintura esa que los jardineros usan para los muebles de jardín.

—¡Eso no sale con agua! ¡Podrían arrestarte y llevarte a la cárcel! Y seguro que has dejado tus huellas dactilares por todas partes.

Lali se sintió tremendamente culpable. Aquella idea descabellada de la venganza había venido de su consejo para darle fin a la relación. Ella sabía que su hermana siempre se iba a los extremos. Debía de haber imaginado que algo así podría suceder. Candela se levantó con aire de ganadora.

—¡Me da exactamente igual todo! Esto vale la pena incluso si tengo que pasar unos cuantos días en la cárcel —dijo—. Vamos a celebrarlo. He encontrado una buena botella de vino, de esas que papá esconde. Así podremos planear cuál será el siguiente paso.

Lali sacó las llaves de su cartera.

—¡Me acabo de acordar que olvidé algo muy importante en la oficina! Volveré enseguida. No hagas nada sin mí —dijo Lali.

En cuanto cerró la puerta, la cabeza de Lali se puso a trabajar. Lo primero que tenía que encontrar era la dirección de la casa de Peter Lanzani. Debía llegar antes que él y deshacer el lio que Candela había formado.

Corrió a su auto y de la maletera sacó el maletín. Allí tenía una lista de todos los asistentes a la fiesta. Por suerte, aparecía el nombre de Juan Pedro Lanzani. Vivía en Pilar, un barrio residencial bastante privado. Con un poco de suerte podría llegar allí antes que él.

No había mucho tráfico y consiguió llegar a la casa en menos de veinte minutos. Se detuvo frente a la puerta de entrada y, muy pronto, vio las dos latas de pintura en las columnas laterales.

Lali estacionó su auto a una distancia prudencial y bajó para dirigirse a la casa. El barrio estaba tranquilo. A lo lejos se oía el ladrido de un perro. De pronto, recordó que Candela había hablado de un perro.

—Lo que faltaría es que fuera un Doberman —se detuvo un segundo—. Primero, tengo que tranquilizarme y mantener la calma. Tengo tiempo más que suficiente.

Los tarros de pintura estaban realmente altos. Los miró atónita y se preguntó una y otra vez cómo habrían llegado allí.  Sin pensarlo más, se levantó la falda del vestido y se quitó los zapatos, se agarró de donde pudo y subió por la reja.

—Lo que debería haber hecho es desamarrar la lata de la puerta —se dijo cuando ya estaba arriba—. ¡Piensa antes de actuar, Lali!

Cuando ya tenía la lata en la mano bajó con cuidado para no derramar ni una gota de pintura.

Lali miró el reloj y se apuró para subir de nuevo.

—¡Te has vuelto a olvidar de desamarrar la lata! Vamos Lali, no arruines todo ahora.

¿Por qué le había dicho a Candela lo de poner fin a la relación? Habría sido mucho más fácil que su hermana se pasara una larga noche bajo la cama y que se las arreglara sola con su problema.

—¿Por qué? —se volvió a preguntar Lali—. Porque no eres más que una sentimental, que ha hecho parte de su vida la misión de cuidar de una hermana imposible.

Continuará…