Capítulo 29

Hola, hola!!!!! ¿Cómo les va? ¿Qué tal están pasando el sábado, chicuelas? Espero todo bien y descansando, relajandose, divirtiendose y todo lo que puedan!!!!! Gracias por todos sus comentarios, sepan que me rio mucho y me llega su ansiedad :P Es que esté par ya no podía más con esa pose de "acá no pasa nada" así que bueh... jajajaja Un beso y nos leemos mañana! Que sigan y terminen de 10 el día!

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

Cuando el cuerpo de Lali apretó el suyo experimentó el primer estremecimiento. Se arqueó debajo de él, retorciéndose, y Peter no pudo seguir aguantando cuando el placer los inundó a ambos en un subibaja de sensaciones.

Capítulo 29:

–¿Quieres casarte conmigo?

Lali no sabía qué esperaba que dijera Peter cuando abriera los ojos por la mañana, pero desde luego, no se esperaba eso.

–¿Ca-casarme contigo? –repitió boquiabierta.

Peter asintió lentamente.

Lali se alejó de él y deslizó las piernas por el borde de la cama. Le dio la espalda y se cubrió con una colcha mientras buscaba, desesperadamente, algo de ropa en el suelo.

–Es una propuesta inesperada.

Lali sacudió la cabeza confundida y trató de centrarse.

–¿Por qué?

Peter no respondió, pero ella sintió una distancia entre ellos que un instante atrás no estaba. El romance se había hecho trizas.

Había sido una noche maravillosa. Lali se había sentido transportada desde el momento en que comenzó la magia del ballet, como si hubiera entrado en un mundo oculto de posibilidades con las que nunca había soñado. En cuanto a lo que sucedió después…

Peter no le había hecho el amor una vez, sino dos. Fueron instantes de puro y delicioso éxtasis y de libertad. Se había encontrado con una faceta de sí misma que no conocía, de cuento de hadas.

Volvió a sacudir la cabeza. Los cuentos de hadas no existían, ella debería saberlo mejor que nadie.

Peter habló y su voz tiró por tierra todas las barreras.

–Regresa a la cama.

Lali se sintió tentada a rendirse, a renunciar a todas sus defensas y entregarse al placer. A la visión que él le ofrecía.

–Di que sí, Lali. Ven a echarte conmigo otra vez. Hagamos el amor. Tenemos tiempo.

Aquel arrullo seductor… pero entonces, la realidad se impuso. Peter tenía tiempo, ella no. Se suponía que debía reunirse con Lucía Torres y la familia que quería adoptar a Paz. Miró el reloj que estaba en la mesita de noche y, sin anteojos, trató de distinguir los números. Una hora. Y lo único que tenía para ponerse era un vestido de cóctel pegado al cuerpo.

También tendría que explicarle a Mariela por qué no había vuelto a casa la noche anterior. Lali hundió la cabeza entre las manos y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aquella propuesta de matrimonio no podía ser más que otra jugada para lograr la tenencia de Paz.

No se trataba de conexiones íntimas, ni del profundo placer. O de que sintiera algo por ella. Se trataba de que Peter consiguiera lo que quería a cualquier precio.

Sujetando la colcha contra su pecho, se inclinó hacia adelante y analizó la alfombra. Finalmente vio el vestido, pero ni rastro de su ropa interior. Recordó vagamente que Peter le había quitado los lentes la noche anterior, tendría que ir a buscarlos a la sala para poder localizar la ropa que le faltaba.

       

Por el momento se puso el vestido por la cabeza y lo ajustó a su cuerpo. No quería seguir desnuda delante de Peter, no hasta que averiguara sus motivos. Giró la cabeza para mirarlo y se le encogió el corazón.

Estaba apoyado contra las almohadas. El sol que se filtraba por la ventana mostraba sus labios curvados en una sonrisa sensual y sus ojos reflejaban una mirada felina.

Lali sintió una oleada de pasión. Lo deseaba aunque sospechara de sus intenciones. ¿Cómo era posible? ¿Qué clase de magia negra desplegaba sobre ella? ¿Cómo se las había ingeniado para reducirla a esto? Nada había interferido con anterioridad a su habilidad para ver con claridad y razonar hasta ahora. La tenía a sus pies y él lo sabía. Ese había sido su plan.

La desconfianza le enfrió el arrebato de pasión como si le hubieran tirado un balde de agua fría.

–No.

–¿No quieres quedarte? –Peter alzó una de sus cejas.

–No. No puedo casarme contigo.

         

         

Lali salió del baño principal con su cartera bajo el brazo. La transformación de sirena a témpano de hielo se había completado. Estaba perfectamente maquillada y sin duda, también se las había ingeniado para encontrar su ropa interior.

En lugar de mirarlo a él, que estaba todavía recostado en la enorme cama, se subió los lentes por el puente de la nariz y miró el reloj.

–Es tarde. Tengo que irme.

–A trabajar, supongo –Peter puso los ojos en blanco.

–El trabajo es importante para mí –afirmó Lali con frialdad–. Pero esta vez se trata de Paz.

Peter puso mucha atención.

–¿Paz?

Lali estaba poniendo recto el escote del vestido negro.

–Quería decírtelo anoche, pero… me distraje –alzó la barbilla–. Lucía ha encontrado una pareja que al parecer es perfecta para adoptar a Paz.

Peter se puso tenso al escuchar aquellas palabras.

–Yo soy perfecto para adoptar a Paz –afirmó sin vacilar.

–Ayer estuve viendo su informe. Ofrecen todo lo que puedo pedir –Lali se colocó el pelo detrás de la oreja–. Voy a reunirme con ellos esta mañana –volvió a consultar el reloj–. Dentro de una hora.

Su terquedad lo enfurecía.

–Estoy absolutamente comprometido en la adopción de Paz.

–No funcionará. Ya hemos hablado de esto antes –aseguró ella hablando muy deprisa–. Eres un mujeriego adinerado. ¿Para qué quieres una hija? No lo has pensado lo suficiente. ¿Qué harás cuando sea más grande? ¿Cómo le vas a dar la referencia materna que necesita? ¿Qué sabes tú de adolescentes?

–Aprenderé. Le daré a Paz todo lo que necesita –afirmó Peter–. Quien la adopte también tendrá que descubrir sus necesidades. Nadie nace siendo un padre perfecto –se detuvo un instante–. La paternidad es comprometerse a aprender lo que los niños necesitan –algo que su propia madre no se había molestado en hacer.

Pero Lali ya se estaba dando la vuelta.

–Tengo que llegar a la cita. Y antes tengo que pasar por mi casa para cambiarme de ropa.

No podía arriesgarse a que Lali levantara falsas esperanzas en la pareja que quería adoptar a Paz. Él iba a quedársela. Ni tampoco podía arriesgarse a que Lali firmara el consentimiento de adopción. Ya habían pasado los doce días y podía hacerlo.

–Entonces tendré que ir contigo.

Ella se volteó para mirarlo con gesto tirante, tan distinto al de la mujer que la noche anterior había respondido con tanta pasión a sus caricias. Peter sintió una punzada en el pecho.

–No quiero que vengas. Esto ya va a ser bastante difícil sin que tú me lo pongas compliques.

Peter se levantó de la cama. Lali retrocedió. Él sacó un pantalón del closet y se lo puso.

–Lo que quiero es ayudarte, no ponerte las cosas más difíciles –aseguró cerrándose la bragueta–. Lali, deberías considerar mi proposición…

–¡No! –se alejó de sus brazos extendidos–. No, no y no. ¡No voy a casarme contigo!

Peter deseó que dejara de interrumpirlo, que dejara de rechazarlo. Se lo estaba poniendo muy difícil.

–Lali, escúchame. Soy el papá de Paz.

Continuará…