Capítulo 23

Hola Chicas??? Qué tal empezaron la semana??? Espero que bien! Me alegro que les haya gustado la maratón!!! :D besos y MIL GRACIAS!!! Son LO MÁS!!!

Twitter: @Caparatodos

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–¿Por qué no te vienes? –propuso.

–¿Contigo? –dijo ella.

Capítulo 23:

–Sí. Podrías ponerte algo más sexy, de ese modo los jugadores tal vez olviden que eres periodista.

Lali no llevaba nada sexy en la maleta, y aunque tuviera, no quería que los jugadores la vieran como esa clase de mujer. Necesitaba que la respetaran como a cualquier otro periodista profesional.

–Dame quince minutos y nos encontramos en el lobby –dijo Lali, imaginando que relacionarse con los jugadores fuera de la cancha seguramente ayudaría.

Se puso unas mallas y una chompa de lana y sus botas, todo en negro. Era su color favorito.

Fue al tocador y se recogió el pelo en la nuca. No le gustaba que le tapara la cara, y no quería que Peter pensara que le importaba su opinión. Se miró en el espejo y apoyó una mano en el lavatorio. El pelo le cayó sobre los hombros formando oscuras y brillantes ondas.

La había llevado a su habitación. Convencido de que se encontraba mal o estaba borracha, la había acompañado para asegurarse de que llegara sana y salva. Aquel acto de inesperada amabilidad afectó a Lali más de lo que podría esperar, sobre todo porque lo había hecho, en realidad, para disfrutar de su velada en el local de strip-tease. Aquel sencillo gesto la había impresionado, sin importar si deseaba ser impresionada o no.

Incluso siendo tan estúpida como para caer rendida ante un hombre como Peter, con todas las posibles repercusiones emocionales y profesionales que eso implicaba, él jamás se sentiría atraído por una mujer como Lali. Y no era porque ella pensara que no era lo suficientemente atractiva o interesante. Pero era realista. Ken conectaba con Barbie. Brad se había casado con Angelina y David con una supermodelo. Así era la vida. La vida real, y ella nunca había sido una mujer preparada para soportar los dolores que ocasiona un corazón roto. Nunca había querido ser una de esas mujeres a las que se puede dejar atrás cuando acaba la relación. Siempre se había ido ella primero. Dolía menos. Tal vez Candela estuviera en lo cierto respecto a ella. Pensó en sus palabras y sacudió la cabeza. Candela veía demasiada televisión.

Cogió el cepillo una vez más y se peinó hacia atrás. Se puso brillo en los labios, tomó el bolso y fue a encontrarse con Felipe en el lobby. En cuanto lo vio, casi echó a correr en la dirección contraria. Lali sabía que ella no era una diosa de la moda, pero tampoco intentaba serlo. Felipe, por su parte, no era un dios de la moda, pero sí intentaba serlo. Lo que sucedía era que los resultados no eran nada favorecedores.

Aquella tarde llevaba unos pantalones de cuero negros y una camisa de seda estampada con llamas y calaveras púrpura. Los pantalones de cuero eran un grave error para cualquier hombre que no fuera Lenny Kravitz, pero dudaba que ni siquiera éste se atreviera a ponerse aquella camisa. Al mirarlo, Lali comprendió por qué los jugadores de Alumni dudaban sobre la orientación sexual de Felipe.

Tomaron un taxi desde el hotel al local Big Buddy's, un pequeño bar más allá del centro de la ciudad. Anochecía y el viento arrastraba gotas de lluvia y algo de polvo. Al bajarse, Lali vio la puerta de un local y, encima de ella, un cartel que decía «Tenemos las mejores costillas». Se preguntó por qué Alumni habría escogido aquel antro.

Dentro del local, había un televisor prácticamente en cada rincón y, tras la barra, un cartel de neón rojo y negro de Budweiser. Una tira de lucecitas de colores seguía colgada del espejo desde Navidad. Olía a tabaco y alcohol rancio, a salsa barbacoa y carne asada. Lali sintió asco.

Sabía que si la veían con Felipe corría el riesgo de añadir leña al fuego del rumor según el cual eran amantes, pero también creía que no había nada que pudiera hacer al respecto para evitarlo. Se preguntó qué era peor, que la consideraran la amante de un tipo que vestía como un rufián o la amante de Carlos Bowers, un hombre lo bastante mayor para ser su abuelo.

Oyó el tintinear de las máquinas del millón y vio a varios integrantes de Alumni jugando a fútbol de mesa en un rincón. Otros cinco estaban sentados en la barra, mirando el partido de Boca-River. Otra media docena rodeaba una mesa ante jarras de cerveza, vasijas vacías de ensalada y pilas de costillas roídas.

–¡Chicos! –gritó Felipe. Al oír su voz todos se voltearon hacia Felipe y Lali.

Los integrantes de Alumni parecían cavernícolas después de darse un festín con un lanudo mamut, pues daban la impresión de estar llenos, contentos y relajados. Pero no pareció causarles mucha ilusión el ver a Felipe, y menos a ella.

–Lali y yo hemos venido a tomar unas cervezas –prosiguió al tiempo que apartaba una silla para Lali, que se sentó junto a Martín Lohrmann y frente al novato de la rubia cresta de wachiturro. Felipe se sentó a su izquierda, en la cabecera de la mesa. Las rojas llamas y las calaveras color púrpura de su camisa brillaron bajo la tenue iluminación.

Una mesera que llevaba una ajustada camiseta con el nombre del local, Big Buddy, dejó dos servilletas sobre la mesa y tomó nota del pedido de Felipe. En cuanto éste pronunció la palabra «Cervecita», le preguntó si era mayor de edad. Felipe le enseñó a regañadientes su carnet de conducir.

–Es falso –dijo uno de los hombres ahí presentes–. Sólo tiene doce años.

–Soy mayor que tú, Batte –replicó Felipe, guardando el documentó en la billetera.

La mesera se dirigió hacia Lali.

–Apuesto a que pide un margarita –cuchicheó Lohrmann.

–O una copa de vino –apuntó alguien.

–Un zumo de frutas –aventuró otro.

Lali alzó la vista hacia el rostro de la mesera.

–¿Tienes ginebra Bombay Shapphire? –preguntó.

–Claro.

–Genial. Entonces tomaré un dry martini, y con tres aceitunas, por favor. –Observó las caras vueltas hacia ella–. Me encantan las aceitunas –añadió con una sonrisa.

Agustín Sierra soltó una carcajada.

–¿No prefieres un Bloody Mary? Lo digo por el apio.

Lali hizo una mueca y negó con la cabeza.

–No me gusta el jugo de tomate.

Miró en dirección a Stefano De Gregorio. Las luces de la barra le daban un tono rosado a su cresta rubia. Se preguntó si aquel joven novato habría alcanzado la mayoría de edad. Tenía sus dudas.

Se presentaron dos meseras más, vestidas con sus correspondientes camisetas ceñidas, para limpiar la mesa. Lali esperaba algún que otro piropo subido de tono, pues los jugadores de rugby eran conocidos por su rudo comportamiento con las mujeres, pero no dijeron nada aparte de algunos agradecimientos. La conversación se desarrolló alrededor de Lali, y no hablaron de nada más significativo ni más impresionante que el tiempo o la última película que habían visto. Se preguntó si se habrían propuesto aburrirla. Sospechaba que quizá se tratara de eso, y podía decir que lo más interesante hasta el momento había sido el reflejo de la luz en el pelo de Stefano.

Martín, que captó el interés de Lali por la cresta del jugador, le preguntó:

–¿Qué te parece el peinado que lleva?

Lali creyó percibir que Stefano se ruborizaba levemente.

Continuará…