Capítulo 98

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Juan Pedro miró a Lali, preocupado de repente. Si la presionaban, ¿escogería la libertad de Nicolás por encima de la suya? Se culpaba a sí misma de su arresto y, desde hacía una hora, por no sacarlo bajo fianza. No permitiría que Lali fuera tras las rejas por esto… por nada.

Lali frunció los labios, bajando la vista al papel durante un largo momento.

Capítulo 98:

—Bueno, quiero algo que pueda prender y apagar.
Castillo meneó la cabeza de forma negativa.

—Eso significaría llevar una grabadora. No podría acceder a un sonido en directo, así que no sabría cuándo entrar y efectuar el arresto… y no sabría cuándo tendrías la prueba que necesito para cerrar el caso. Además, cualquier abogado defensor podría decir que manipulamos la prueba, y tendría razón.

—Entonces, no puedo llevar micrófono.

—No se trata de librar a tu colega de un problema, Lali. Se trata de atrapar a unos ladrones y asesinos. Es una grata coincidencia que hacerlo sirva de ayuda a tu amigo.

—Eso lo entieno —respondió—. Confía en mí. Pensaremos en alguna clave, y lo sabrás. No puedo ayudar a Nicolás a menos que consigas tus pruebas. Y puedo ejecutar el plan, pero no llevando micrófono, a menos que tenga ciertas garantías.

Franco la miró exasperado mientras la miraba directamente a los ojos. Aun sabiendo lo que había en juego, Juan Pedro encontró interesante el conflicto. Lali tenía sin duda un don para atraer a fuertes personalidades.

—Lo más que puedo decir es que haré todo lo que esté en mis manos —dijo el detective finalmente.

—Eso no basta —terminó por mediar Juan Pedro.

 

—Puedes llevar una grabadora, pero tiene que estar encendida. Si conseguimos pruebas suficientes sin utilizar la cinta, me encargaré personalmente de que ésta desaparezca por completo.

Juan Pedro miró a Lali. Ella se levantó con la cabeza gacha, imagen viva de la profunda y seria reflexión. Alzó finalmente la mirada y lo miró, asintiendo.

—El plan modificado es —dijo Peter pausadamente—, que una vez que esto termine, yo seré quien se quede con la cinta. Mi abogado la revisará y luego se la entregaremos.

—No me gusta. —El detective cruzó los brazos a la altura del pecho.

—¿Crees que a mí sí? —agregó Lali—. Como si yo quisiera que Gastón Dalmau decidiera si voy a tener problemas o no.

—Mierda. Quiero la cinta intacta. Sin importar lo que se diga en ella.

—Tendrás la cinta —repitió Lali, sólo la presión de sus dedos sobre el respaldo de la silla avisó a Peter de lo poco que le gustaba aquel plan.
Franco dejó escapar una bocanada de aire.

—De acuerdo. Si arruinas esto, tendrás que contratarme, porque no tendré trabajo.

—Hecho —dijo Lali, tendiéndole la mano.

El detective se la estrechó.

—No me falles, Lali.

—Te agregaré a la lista de personas a las que no puedo fallar hoy—respondió, lanzándole una mirada a Juan Pedro.

No podría fallarle aunque quisiera, pero eso no era lo que quería, o necesitaba, escuchar en esos momentos. Había llegado el momento de bravuconerías, y ambos lo sabían.

—Alégrate de no tener que montar a caballo.

—O de tener que golpear esa pelota con el palo. Lo sé, la saco fácil. —Lali hizo girar la silla y tomó asiento—. Muy bien, planifiquemos los detalles.


Lunes, 1:08 p.m.

—Probablemente deberías dejar de juguetear con eso —sugirió Peter.

Lali volvió a engancharse la grabadora en la correa. Lo sabía todo acerca de la vigilancia en vídeo, pero tenía que ponerse al día con el seguimiento en audio. De hecho, cuando Castillo le entregó un localizador, tuvo que preguntarle cómo funcionaba.

—Es sencillo —comentó, mirándolo de nuevo.
Él lanzó el casco de polo dentro de la bolsa de deportes.

—Sí, es muy sencillo. No lo apagues accidentalmente.

—Me estoy familiarizando con él. Pero casi preferiría que se pareciera más a una grabadora. —Desenganchándolo otra vez, lo abrió para ver la mini cinta en el interior—. Tiene que haber una forma de conectarlo y desconectarlo sin que parezca que me está dando un ataque, y sin que la policía lo sepa.

—Veamos.

Lali le entregó el aparato. Peter había estado un poco callado desde que salieron de la comisaría, y ella sabía que estaba preocupado. Dios, hasta ella misma estaba preocupada, pero al menos no tendrían que sentarse a meditar durante mucho más tiempo. Aquello tendría que solucionarse de una forma u otra esa misma tarde.

—Tengo una idea —dijo, levantando nuevamente la mirada del localizador.

—¿Cuál?

—Déjalo aquí.

—Peter…

—No lo lleves. Contrataré a todos los abogados del país para que defiendan a Nicolás, y a todos los detectives privados del mundo para que encuentren algo sobre los Bedoya-Agüero. No te arriesgues así, Lali.

Ella guardó silencio durante un minuto. La idea, la preocupación, que llevaba carcomiéndola desde que se había ido a vivir con él, volvió a desgarrarle las entrañas.

—Si terminan por arrestarme por todo esto, ¿qué harás? —preguntó, a pesar de que estaba convencida de no querer conocer la respuesta. Todo el mundo miraba primero por sí mismo. Era la ley primordial en el mundo de los ladrones, y en casi todo lo demás.
Peter metió un par de medias en la bolsa.
 
—No lo sé, Lali. Diría que tu presente no me preocupa tanto como tu pasado.
 
—Ayer allané una casa —respondió—. Eso es algo muy presente. —Y eso no era, ni mucho menos, lo único que había hecho durante la última semana, pero era más seguro asumir que él ya estaba al corriente de todo.
Los hombros de Peter se elevaron con la profundidad de la bocanada de aire e inspiró.

 

—No me preguntes que qué haría si el pasado te supera, porque yo… tú… —Cerró los ojos por un instante—. Tienes mi corazón. Así que no me lo arranques, ¿estamos?

Continuará...