Capítulo 84

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—Vamos —dijo por encima del hombro.

Había dado unos pocos pasos antes de darse cuenta de que Pamela no la seguía.

—¿Qué pasa? —dijo, volteando.

Capítulo 84:

—No vine aquí para que me avergüences y humilles —la enfrentó Pamela con la voz un tanto nerviosa.

—Yo no te avergüenzo. Pero lo haré si no sigues adelante con esto. Y no sólo porque sales con Daniel. No he olvidado ese temita del anillo robado, Pame. Todavía guardo el video, así que tú eliges.

—No hablo de ti. Me refiero a Rocío Dalmau. Era amiga mía. Todas estas mujeres solían pelearse por ser amigas mías. Y ahora te invitan a ti a sus fiestas.

Lali la miró fijamente por un momento.

—En otro momento, podría sentir cierta compasión por ti —dijo finalmente—, pero hoy intento sacar de la cárcel a mi amigo. Tú sólita te buscaste esto, Pamela.

Pamela dio un fuerte pisotón con su sandalia amarilla.

—Cometí un error. Un estúpido error. Y tú corriste a aprovecharte cuando no tenías derecho. Lo arruinaste todo.

—Bueno, arréglalo.

Pamela le clavó su furibunda mirada.

—¡Qué estupidez!

Lali sonrió ampliamente.

—Para mí tiene lógica. Ayúdame y te atribuiré el mérito por descubrir a un asesino. Ahí comienza y termina nuestra sociedad.

—Más vale que sea así.

Ya había otras cuatro mujeres sentadas a la mesa, y tres más se dirigían hacia allí. Agarrando a Pamela de la mano, Lali la arrastró hacia sus sillas y se sentaron antes de que nadie pudiera pedir su asiento.

—Señorita Bedoya-Agüero —dijo Lali—. Quería darle mis condolencias de nuevo. Me alegro de que no haya renunciado a sus obras de caridad.

—Mi padre era un gran defensor de la flora y la fauna —respondió Laura—. No sabía que Pamela y tú eran amigas. Qué… interesante.

—Juan Pedro me pidió que la introdujera en sociedad —intervino Pamela, adornando la mentira que había comenzado.

A Lali, aquello, no le parecía mal. Con sólo mirar a las mesas más cercanas que las rodeaban, reconoció ocupantes de tres casas en las que había robado con los años. Ya se había codeado antes con ellas, pero únicamente cuando eso le proporcionaba la oportunidad de inspeccionar sus casas. Ahora la invitarían gustosamente a entrar, porque los rumores la relacionaban con Juan Pedro Lanzani. Totalmente irreal.

—Resulta que yo he estado haciendo de guía a Juan Pedro al mismo tiempo —apostilló Laura, dedicando otra sonrisa a Lali—. Es verdaderamente maravilloso.

—¿Juan Pedro y tú? —interrumpió Pamela.

Por una vez la obsesión de Pamela con su ex marido resultaba útil. Evitó que Lali tuviera que hacer la pregunta. Golpear a Laura dependería de cómo respondiera a la pregunta.

—Sí. Hemos estado mirando inmuebles.

Lali hizo un movimiento con los hombros, obligándose a relajarse. Una cosa era segura: tanto si era buena para entablar conversaciones como si no, prefería un buen allanamiento de morada antes que toda esa falsa cortesía y sutileza. Y Peter le debía una explicación sobre por qué había escogido a Laura como agente inmobiliario, sobre todo después del discurso que le había dado sobre la honestidad y lo que había cuestionado con quién pasaba ella el tiempo.

El resto de la mesa se llenó y dos mujeres mayores quedaron paradas, mirándose entre ellas.

—Pensé que ésta era nuestra mesa —dijo una de ellas.

Lali tomó un trago de té helado, lanzó una mirada compasiva, y mantuvo la boca cerrada. Finalmente apareció una de las anfitrionas y las llevó hasta dos asientos vacíos en la mesa ocho, donde en principio habían estado asignadas Pamela y ella. Al tiempo que llegaban bandejas con ensaladas de gambas, la señora Cynthia Linares subió al estrado junto a la piscina y comenzó su discurso acerca de la beneficencia mientras Lali seguía con la atención fija en Laura Bedoya-Agüero. Lo ideal sería que Laura hubiera visto ya el collar y susurrado alguna clase de acusación sobre su hermano, pero parecía absorta en la comida y en conversar con las mujeres de todas las mesas de alrededor. Estaba sólidamente afianzada en la sociedad de Buenos Aires y, si era posible, la muerte de su padre no había hecho sino ayudarla a ello. Ahora contaba con la carta de la compasión que jugar, y eso, junto con el renombre de su familia, le daría acceso prácticamente a cualquier lugar que deseara.

Al cabo de veinte minutos de ser encantadora, Pamela se inclinó hacia ella.

—No lo ha visto —murmuró, arrastrando el tenedor por su plato.

—Ten paciencia. Lo hará.

—¿Qué se supone que debo hacer, ponerle las tetas en la cara?

—Llegado el caso —respondió Lali—, le pides que te pase el azúcar.

Pamela exhaló.

—Laura, un favor, ¿podrías pasarme la mantequilla? —pidió. Al parecer, reemplazar el azúcar por la mantequilla era su forma de improvisar.

Lali no le quitó los ojos de encima a Laura y vio el momento exacto en que notaba el collar de Pamela. Sus ojos verdes se abrieron como platos, luego se entrecerraron. Su siguiente mirada fue para Lali, que bajó los ojos a su plato, justo a tiempo para evitar el contacto.

—¿Dónde has conseguido ese collar tan bonito, Pamela? —preguntó Laura.

Pamela extendió mantequilla sobre un trozo de pan.

—¿Esto? Me lo dio Daniel la otra noche, durante la comida —sonrió—. Me dijo que debería estar bañada en rubíes y esmeraldas, y que esto no era más que el principio. Tu hermano es muy romántico.

«Nada mal.» Lali esperó un segundo, luego se inclinó para tocar el rubí con los dedos.

—No es más que el principio.

Por un momento Pamela se limitó a regodearse mientras todas las mujeres se inclinaban a fin de contemplar el collar y dedicarle varios cumplidos.

Laura no lo hizo, pero claro, ella ya sabía de dónde provenía el rubí… o creía saberlo. ¿Cómo sería, se preguntó Lali, darse cuenta de que tu hermano pequeño había asesinado a tu padre? Supuso que podría haber tenido más tacto al dar a conocer sus sospechas, pero por lo que a ella respectaba, nadie en esa casa estaba libre de sospechas.

Observó durante el resto de la comida. Laura conversó y aplaudió con bastante entusiasmo, pero apenas probó el pollo y el postre, y en diversas ocasiones toqueteó el celular, que se encontraba a su lado sobre la mesa. Quería llamar a Daniel aunque Lali no estaba del todo segura de si era para acusar a su hermano de asesinato o de regalar rubíes robados.

El almuerzo estaba a punto de finalizar y Lali extendió un cheque. Cuando volvió a guardar el talonario en el bolso, sacó una nota que había escrito aquella mañana y la deslizó bajo el celular de Laura.

El siguiente paso era el más difícil. Ahora tenía que esperar.

Continuará…