Capítulo 86

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—¿Vas a contarme sobre tu almuerzo?

Sus ojos verdes le sostuvieron la mirada.

—¿Fuiste con Laura Bedoya-Agüero a buscar propiedades?

«¡Oh, oh!».

Capítulo 86:

—Estoy buscando una casa para Pamela. Eso ya lo sabes.

—Lo sé. ¿Qué hizo que escogieras a Laura Bedoya-Agüero como corredora?

No iba a mentir, estando allí echado, de espaldas, con los pantalones por los muslos y todavía dentro de ella.

—Pensé que podría averiguar algo sobre el robo.

—Pero la policía lleva el caso, Juan Pedro. Están haciendo un excelente trabajo, y no necesitan la ayuda de aficionados. —Se llevó una mano a la boca—. Mmm... ¡Un segundo!, ese discurso me suena conocido, ¿Quién me lo habrá dicho?

—Solo pensé que podría ayudar.

—Eres un hipócrita.

Peter se incorporó, frunciendo el ceño.

—¿Por qué, porque decidí hablar con ella?

—Porque cuando yo investigo las cosas por mi cuenta es peligroso, y un posible desastre y no es tema mío, pero tú vas de cacería con una posible asesina, ¿y no pasa nada por no decírmelo?

—Te lo estoy diciendo ahora.

—Porque te descubrí.

Ok, tenía razón. Eso no significaba que tuviera que reconocerlo delante de ella.

—¿Sirve de algo que ella pareciera algo desconfiada?

—Hace las cosas más interesantes —dijo unos minutos después.

—¿Y eso, porqué?

—Porque en el almuerzo le dejé una nota a Laura, ofreciéndole ayuda con cualquier problema que tuviera su hermano.

Él la miró a los ojos.

—¿Que hiciste qué?

Cuando Lali se separó de él y se levantó, Peter estuvo seguro de que no iba a gustarle la respuesta. Caminó desnuda y con elegancia hasta el baño y salió poniéndose su bata.

—No dije nada en concreto. Quería ver cómo reaccionaba. Primero le di a Pamela un rubí Gugenthal falso para que se lo pusiera, e hice que dijera que se lo había regalado Daniel. Cuando Laura lo vio, los ojos prácticamente se le salieron de órbita.

Preocupación y una buena dosis de miedo le apretaron el estómago. Poniéndose de pie, se subió bruscamente los pantalones y se los abrochó. Esta ya no era una conversación para mantener desnudo.

—No va a reaccionar bien si es la asesina.

—Fue Daniel. Estoy casi segura. Ella no va a buscar más que una forma de librarse, tal vez evitar cargar con la culpa.

Podría estar todo lo segura que quisiera, pero él tenía intención de guardarse su opinión hasta que revisara los informes financieros de Laura. Y ahora de ninguna manera le iba a hablar sobre los documentos de Bedoya-Agüero a menos, o hasta, que obtuviera resultados. Tenía una apuesta que ganar.

—¿Y cómo o cuándo sabrás si ha decidido rendirse?

—Mi nota le daba veinticuatro horas. Le dije que después de eso iría con mis sospechas a la compañía de seguros. Que estoy segura de que ofrecerán una recompensa con tal de ahorrarse la suma de dinero que representa todo esto.

Juan Pedro se acercó a ella para mirar hacia la piscina.

—¿Sabe ella que Nicolás y tú son amigos?

—Probablemente sepa que trabajamos en la misma empresa.

—Si lo hizo ella, no va a querer que andes hablando por ahí.

—Sé en lo que me estoy metiendo.

Juan Pedro guardó silencio durante un largo rato mientras acercaba su cuerpo cubierto de felpa al suyo.

—Gracias por contarme esto, con o sin apuesta.

—No quiero que te metas a ciegas en un posible incendio. Sobre todo si vas a seguir trabajando con Laura en ese asunto inmobiliario.

—Tengo que hacerlo, ¿no crees? No podemos arriesgarnos a que sospeche. —No hasta que confirmara por él mismo si estaba involucrada.

Lali se retorció en sus brazos para mirarlo de frente, con la mirada sería hacia él.

—¿No vas a decir que deberíamos llamar a Castillo para contarle lo que pasa?

El sonrió.

—Sé lo reacia que eres a realizar declaraciones sin pruebas. O a quedar en posición de testigo estrella.

—Sí, eso me pone demasiado nerviosa, ¿no?

—No tan nerviosa como antes, si es que ahora puedes bromear con esto. —Agachando la cabeza, la besó—. Prepárate, porque voy a decirte todo de nuevo.

—Peter…

—Te amo, Mariana Espósito.

Como era de esperar, fingió salir de su abrazo. Él la soltó.

Probablemente por primera vez, Peter se dio cuenta de que aquello no era más que una pose. Lali se estaba acostumbrando a oírlo, y ya no la molestaba tanto como antes. Lo que significaba que, o bien ya no consideraba estar unida a alguien —a él—, como una trampa, una encrucijada que de una forma u otra podría hacerle daño, o bien que no le importaba sentirse atrapada.

Sonó el intercom. Juan Pedro se acercó al teléfono y apretó el botón, agradecido de que la interrupción no se hubiera presentado minutos antes.

—¿Sí?

—¿Señor? El detective Castillo está en la puerta principal. Dice que tiene una cita con la señorita Lali.

—Hazlo pasar, Reinaldo —dijo Lali por encima del hombro de Peter—. Nos reuniremos con él en la biblioteca.

Juan Pedro se enderezó.

—¿«Una cita»?

Lali le dedicó una fugaz sonrisa.

—Puede que lo haya llamado para pedirle que viniera. Para ganar a toda costa y todo eso. Y por Nicolás. La sorpresa sexual hizo que me olvidara.

—Es muy probable. —Se acercó y agarró la parte delantera de su bata, abriéndola de par en par—. Seguramente deberías ponerte algo de ropa antes de que te haga olvidar de nuevo.

—Tú, también. —Lali le recorrió el pecho con una mano—. Así pareces modelo de tapa de novela romántica… descalzo, con el cinturón desabrochado, sin camisa.

—Siempre que no me parezca a Fabio.

—No. A uno de esos de tipo inglés con pelo castaño. —Lo besó en el mentón, luego correteó hasta el armario—. ¡Ah, espera! Si eres uno de ellos.

—¡Qué viva!.

Continuará…