Capítulo 74

Hola!!!! Cómo están?! Espero que bien y tengan un buen inicio de semana!!! Gracias por el aguante y por compartir ayer conmigo la maratón! Siempre es lindo leerlas más cuando por un tiempo no lo voy a hacer;) Así me voy recargada!!!! 

Les cuento como va a ser a partir de mañana! Les estoy dejando los capítulos programados a las 12 Perú // 14 Argentina // 19 España a esa hora deberían de tener un nuevo capítulo! En caso NO fuera así y ven que pasa el día y no hay nada, avísenle a Inma (@Inma_06 // http://mirincon-inma.blogspot.com/) que ella lo publica! ;) Con respecto a los avisos de tw, descansarán de mí jajaja ya saben el horario así que nada, cuando pueden, se dan una vuelta! ;) Y creo que con eso estaríamos!  

Las quiero y nos leemos en unos días! Muchas gracias y no se hagan las vivas ahora que no estoy ah! jajaja ;) Besos!!!!!!

Ruth: Qué lindo que la hayas pasado tan bien!!! Y no me imagino lo que puedes haber hecho! jajaja 
Genis: Hola!!!! Feliz de tenerte de vuelta por acá y me alegro que ya estés mejor y en proceso de recuperación! Cuidate!!! :D

 

Twitter: @Caparatodos

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—Es este idiota quien arruinó mi auto —corrigió Peter, separándose de ella cuando llegó la policía—. Y el imbécil va a pagar por esto. ¿Quieres que me ocupe de este asunto?

Le había preguntado en vez de ponerse manos a la obra. «¡ Wow!»

—No, yo puedo hacerlo.

Capítulo 74:

Para cuando terminó de explicar cómo había encontrado una carpeta con algunas fotos extrañas en el estacionamiento del McDonald's y que iba de camino para entregárselas al detective Castillo, y cómo aquel tipo debía de haberla visto hacerlo y le había entrado el pánico, casi se lo creía ella misma. No le vino mal tener la carpeta en la maletera para entregarla, o que un grupo de vecinos y Juan Pedro Lanzani pudieran corroborar diversas partes de la historia. Se guardó disimuladamente las fotos de Lyon bajo la camisa sin que nadie se diera cuenta, firmó la declaración e inmediatamente se subió al asiento del pasajero del SLR.

—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Peter, sentándose al volante. Le pasó suavemente el pelo por detrás de la oreja, y ella se estremeció.

—Estoy bien. Me duele un poco la cabeza, pero he estado bastante peor. —Pero era la última vez que usaba un auto con la matrícula personalizada en una salida.

—Me dijiste que no le hiciera ningún arañazo a tu carro. Ese tipo me hizo enojar.

Peter sonrió.

—Te amo.

Lali sintió que le ardían las mejillas.

—Y yo me alegro de que sepas hacer la patada voladora de kárate. ¿Me puedes llevar a mi oficina?, por favor.

La miró fijamente durante un rato largo antes de asentir y arrancar.

—Por supuesto.

La dejó delante de los escalones de entrada y enseguida se fue a estacionar. El Bentley estaba donde Nicolás lo había dejado; al menos parecía ir en serio en cuanto a lo de ayudarla, a pesar de cuáles fueran las reservas que albergara. Él ya había acumulado más horas en la oficina que ella.

—¡Nico! —gritó cuando entró en la sala de recepción—. Ya llegué.

Nicolás abrió la puerta de golpe para poder llegar a ella.

—Felizmente. ¿Qué pasó? —Señaló su cabeza.

—No mucho. Después te cuento.

—Está bien. Me voy a comer.

—¡Ajjj! ¿Es algo que dije?

—No. Tengo una cita para comer. Y recibí una llamada por lo de Giacometti. Arreglé una cita para esta noche.

Lali lo cogió del brazo para detenerlo.

—Espera un segundo. ¿Quién ha llamado?

—No lo sé. Usaron uno de esos distorsionadores de voz tipo Darth Vader. —Sonrió ampliamente—. Muy al estilo James Bond… y muy en plan aficionado.

Entonces se trataba del mismo tipo que había llamado a Antonio.

—De acuerdo. Repasaremos la estrategia cuando vuelvas.

—Como si no tuviera ciertas capacidades de origen dudoso.

—No eres…

—Hablamos después, enana.

Suspirando, Lali se dirigió de nuevo a su oficina para llamar a Lyon. Nicolás le había dejado a ella la ruma, cada vez menor, de currículos y un pequeño montón de mensajes telefónicos, la mayoría de los cuales decían algo así como «No he tenido noticias suyas, así que he aceptado un trabajo». Su escritorio había cambiado de caoba a roble, y comenzaba a preguntarse si no sería bueno recoger sus lapiceros.

Después de coordinar una reunión con Lyon para el sábado a primera hora de la mañana, comenzó a revisar de nuevo las solicitudes restantes, eliminando a los que ya habían encontrado otro trabajo, pero lo dejó pasados un par de minutos. En su lugar, descolgó el teléfono de su mesa y marcó el número de Augusto Pereira.

—Hola, querida —respondió él.

El tono de voz del hombre hizo sonreír a Lali.

—Hola. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Pídeme la luna y te la bajo, pídeme un tesoro y te lo traigo.

—¡Epa, qué cantarín! Estás de buen humor.

—Una bella dama me acaba de enviar una caja de vino francés.

—Debes de ser una buena cita.

—Ponme a prueba.

Algo de coqueteo cariñoso y frívolo le venía bien, sobre todo después del intento de seducción surrealista en el yate y de la pelea profesional de karate.

—Puede que lo haga. Pero ¿quién te pidió el número de teléfono?

—¿El número de teléfono? Nadie. Lo he llevado conmigo por si acaso, pero no ha sonado. Debo decir que has originado en mí una terrible ansia de aventura. No estoy seguro de cómo voy a volver a ser simplemente encantador.

—Yo no te agregaría lo de «simplemente», Augusto.

—Basta, estás haciendo que me sonroje. Lo siento, mi cita está en la otra línea. Te tengo que dejar.

—Está bien. Gracias.

Quienquiera que hubiera llamado a Nicolás no había conseguido el número a través de Augusto. Creyó que no era tan sorprendente; en los círculos correctos, Rubén Bauer tenía reputación de ser uno de los mejores del mundo. Gracias a él había logrado una cuantiosa fortuna, después de todo. Y aunque trabajaba principalmente con ella, no era una relación exclusiva. No en el terreno profesional, en todo caso.

Ya tenía algunos cabos, pero debía de encontrar la forma de unirlos entre ellos. Y luego cazar un moscardón… un moscardón con una adicción a la cocaína, que respondía al nombre de Daniel Bedoya-Agüero.

Continuará…