Capítulo 20

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Se sentía hipnotizada y un poco desorientada, como cuando había intentado meditar boca abajo, y había terminado cayéndose de cara.

Capítulo 20:

—Hoy tengo una reunión, así que probablemente no estaré aquí entre las doce y las dos. Tendrás que arreglártelas solo.

Él se encogió de hombros.

—No hay problema.

—¡Genial! —dijo ella con demasiado entusiasmo. Cogió el primer catálogo que había sobre el montón y lo abrió por la mitad. No tenía ni idea de qué estaba mirando, su mente estaba demasiado ocupada reviviendo los últimos y humillantes momentos. La había besado para silenciarla delante de Ignacio, y ella se había derretido como mantequilla bajo sus labios. Le temblaron las manos y las apoyó sobre su regazo.

—Lali.

—¿Sí?

—Mírame.

Se obligó a mirarlo y no le sorprendió encontrarlo con el ceño fruncido.

—No sabías por que te daba ese beso, ¿no? —preguntó lo suficientemente bajo para que no se escuchara afuera de la habitación.

Ella negó con la cabeza y se puso el pelo detrás de la oreja.

—Sabía por qué lo estabas haciendo.

—¿Cómo? Estabas de espaldas a él. —Él se inclinó para coger la caja de herramientas y el taladro, luego la miró otra vez—. Ah, es verdad, lo olvidaba. Eres adivina.

—No, no lo soy.

—Bueno, es un alivio.

—Pero mi mamá sí lo es.

Su ceño se hizo más profundo, luego se giró hacia la puerta.

—Dios me libre —dijo en un murmuro.

Mientras él salía de la oficina, Lali paseó la mirada por su pelo, por sus anchos hombros y más abajo, por la espalda del polo gris metido dentro del jean. Una billetera abultaba el bolsillo derecho de su pantalón y los zapatos resonaban pesadamente sobre el piso.

Lali colocó los codos sobre el escritorio y ocultó la cara entre las manos. No es que creyera mucho en los chakras, pero estaba firmemente convencida de que era necesaria una relación armónica entre cuerpo, mente y espíritu. Y en ese momento, ella tenía los tres en un estado completamente caótico. Su mente estaba horrorizada ante la reacción física de su cuerpo hacia el detective, y su espíritu se hallaba completamente confundido por la división.

—Supongo que ya es seguro entrar.

Lali dejó caer las manos, y miró a Ignacio mientras entraba en la habitación.

—Lo siento —dijo ella.

—¿Por qué? No sabías que llegaría a trabajar temprano. —Él colocó el maletín sobre el escritorio y las palabras que dijo a continuación aumentaron sin pretenderlo la sensación de culpabilidad—. Peter es testosterona pura, lo entiendo.

No sólo era que estuviera traicionando su amistad con Ignacio sino que ahora sin proponérselo, él lo había empeorado todo excusando su comportamiento con el hombre que le había intervenido el teléfono esperando descubrir algo incriminador. Ignacio, claro está, no sabía qué clase de sabandija era Peter y ella no podía decírselo.

—¡Ay, Dios! —suspiró ella y descansó otra vez la mejilla sobre la mano. Para cuando la policía los eliminara de la lista de sospechosos ella estaría tan loca como el detective aseguraba.

—¿Qué pasa? —preguntó Ignacio rodeando el escritorio y cogiendo el teléfono.

—No lo puedes usar ahora —dijo, frenándolo para salvarlo.

Él retiró la mano.

—¿Lo necesitas?

¿Qué estaba haciendo? Él no era culpable. Lo único que escucharía la policía serían llamadas de negocios, lo cual era casi tan excitante como mirar secarse la pintura. Sus llamadas eran tan aburridas que verían que todo estaba bien. Pero... Ignacio tenía varias novias y algunas veces cuando Lali entraba en la oficina, él le daba la espalda y cubría el auricular con la mano como si lo hubiera sorprendido contando intimidades de su vida amorosa.

—No, no lo necesito ahora mismo, pero no... —hizo una pausa, preguntándose cómo rescatarlo de aquella situación sin sonar demasiado ambigua o demasiado específica. ¿Cómo podía hacerlo sin decirle que la policía escuchaba a escondidas sus llamadas?—. Simplemente no te pongas demasiado personal, ¿ok? —continuó—. Si tienes que decirle algo realmente íntimo a tu novia, tal vez deberías esperar hasta llegar a casa.

Ignacio la miró de la misma manera que la miraba Peter, como si estuviera loca de remate.

—¿Que pensabas que iba a hacer? ¿Una llamada obscena?

—No, pero no creo que debas hablar de cosas íntimas con tus novias. Te lo digo porque esto es un negocio.

—¿Es broma? —Cruzó los brazos y achicó los ojos—. ¿Y qué pasa contigo? Hace unos minutos tenías la lengua dentro de la boca del albañil.

No importaba que Ignacio se enojara con ella, algún día se lo agradecería.

—Tengo un almuerzo fuera—dijo, cambiando de tema a propósito—. Me iré dentro de dos horas.

Ignacio se sentó y prendió la computadora, sin decir nada más. No le dirigió la palabra mientras comprobaba los recibos, ni cuando -intentando agradarle- ordenó su parte de la oficina.

Continuará…