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—Supongo
que son cosas de hombres, ¿no? —preguntó.
Capítulo 28:
—¡Auch!
—Pablo Martínez trató de apartar la cara.
—No
seas llorón. —Lali le agarró de la barbilla y lo obligó a girar la cabeza para
seguir limpiándole la herida de la frente. Ya casi había dejado de sangrar—.
Pensé que los vaqueros eran unos tipos duros.
—No
soy un vaquero —se quejó mientras Lali terminaba de limpiarle la herida—. No
soy más que un pobre infeliz que se metió en unos cursos sobre cría de animales
porque te daban créditos para la universidad. —Pero sonreía sentado en la
enorme mesa de la cocina y dejando que Lali lo curara. Peter también sonreía...
más o menos.
«¡Hombres!»,
pensó Lali con desesperación. Hacía un cuarto de hora estaban tratando de
matarse, igualitos a cualquiera de sus alumnos más inquietos de siete años, y
míralos ahora.
Lali
tomó la mano de Martínez y le examinó los nudillos. Se encontró con los ojos de
Peter.
—¿Cuándo
limpiaron por última vez ese cuarto?
—Está
limpio. —Peter frunció el ceño, ofendido—. Mis hombres hacen turnos para
limpiar minuciosamente todo. Limpian los establos y luego la casa. A Pablo no
se le va a infectar ese rasguño, te lo aseguro. Y, de todas formas, es inmune a
todo, incluso al sentido común.
—Si
tú lo dices. —Lali observó los cortes sin estar muy convencida—. Aun así, me
quedaría más tranquila si se lo desinfecto. ¿Tu kit de primeros auxilios sigue
en la camioneta?
Peter
apretó los labios.
—Es
mejor que le pongas una crema con antibiótico que usamos para los caballos,
está en la refrigeradora.
Lali
se quedó mirando a Peter unos segundos, sin saber si estaba bromeando o no,
pero como ni siquiera sabía si era capaz de bromear, se dirigió hacia la
gigantesca refrigeradora industrial, abrió las enormes puertas de acero y se
quedó mirando lo que había dentro.
Tenía
amigas en Buenos Aires con departamentos más pequeños que el interior de
aquella refrigeradora.
—¿Quién
cocina aquí? —preguntó mirándolos por encima del hombro—. ¿El hombre de las
cavernas?
—Los
hombres hacen...
—Turnos,
entendido. —Lali volvió a centrarse en la refrigeradora y examinó lo que había
dentro—. ¿Dónde está el ungüento?
—En
un recipiente.
—Aquí
hay dos, Peter.
—El
verde.
Lali
miró el rojo y abrió los ojos de par en par.
—¿Y
qué hay en el rojo?
Peter
se encogió de hombros.
—¿Comida?
—Ni
fregando —dijo Lali con firmeza. Se retiró de la refrigeradora con el
recipiente verde en la mano y cerró la pesada puerta con la cadera, pensando
que deberían poner un sticker de peligro biológico en la puerta—. Eso no puede
ser comida, ni en broma. Una forma de vida mutante, tal vez, o un experimento
fallido; pero definitivamente no puede ser comida. —Respiró hondo y tosió. Una
de dos, o lo que había en el cuenco verde curaba al padre de Rafael, o lo
mataba.
—Espero
que esté preparado para esto, señor Martínez.
—Pablo.
—Perfecto,
Pablo. Es hora de separar a los hombres de los niños. Listo o no, allá voy. —Le
cubrió la frente y los nudillos con una capa del apestoso ungüento—. No puedo
creer que de verdad llegaran a los puños. Como niños de siete años. ¿No les han
enseñado que para solucionar las cosas nunca se usa la violencia? Es un
comportamiento completamente inaceptable en dos adultos. —Lali se estaba
calentando con ese tema. El uso de la violencia era un tema que le afectaba
especialmente en aquellos momentos. Alzó la voz—: La violencia es para los
bárbaros. ¿Qué querían lograr? Debería darles vergüenza.
—Sí,
señora —respondieron los dos al unísono.
Lali
comenzó a reír al darse cuenta de que había levantado el dedo en tono
desafiante, como hacía con sus chiquitos de primaria cuando se enojaba con
ellos.
—Me
parece que eso sonó demasiado a profesora de primaria, ¿no es así? Hablando de
lo cual... —Lali trató de no pensar en lo poquísimo preparada que estaba para
decir lo que tenía que decir—: Mmm..., hablando de lo cual, señor... Pablo, he
traído algunos de los trabajos de Rafael que quiero enseñarte. Es un alumno
excepcional, de verdad, y ha sacado muy buenas notas, pero estas dos últimas
semanas su trabajo no ha sido el mismo. No presta atención en clase y,
sinceramente, le he encontrado llorando más de una vez.
Pablo
suspiró.
—Tiene
razón, señorita Rinaldi...
—Daniela
—dijo Lali, odiando el nombre con todas sus fuerzas. Aunque la verdad, ahora
que lo pensaba, una Daniela Rinaldi cualquiera probablemente se encontrara tan
tranquila en una casa aislada del mundo, vendando a un hombre herido. Mariana
Espósito no habría podido hacerlo.
—La
historia es la siguiente: mi esposa y yo estamos... estábamos... —Pablo empezó
a respirar pesadamente—. No... no nos... —Pablo se detuvo, incapaz de
proseguir.
—¿Llevábamos
bien? —sugirió Lali con suavidad.
Pablo
asintió con pesar.
—Me
lo había imaginado. Y Rafael sufría, ¿no?
Pablo
volvió a asentir; a Lali le partía el alma verlo así.
No
había vivido un divorcio en carne propia, pero imaginaba que debía de ser
horrible.
Se
giró para mirar a Peter. Su mujer también lo había abandonado. ¿Habría sufrido
igual? No parecía ser el caso; no parecía tener demasiados sentimientos. Su
rostro podría estar tallado en piedra, pues el único signo de vida eran esos
ojos verdes y brillantes; y aun así a Lali le costaba Dios y ayuda apartar la
vista de su cara.
—Pablo.
—Lali volvió a girarse para mirar al padre de su alumno, que era precisamente a
quien tenía que mirar, y no a un hombre con un parecido extraordinario a una
piedra—. Creo que alguien debería vigilar las tareas de Rafael; tal vez
convendría que alguien pasara un par de tardes con él, para asegurarse de que
vuelve a acostumbrarse a hacer las tareas, que vuelva a agarrar práctica. No
creo que le cueste mucho, es un niño muy inteligente.
Pablo
levantó la mirada, confundido; de pronto se le iluminó el rostro.
—Tienes
razón —exclamó. Alargó la mano y estrechó la de Lali, agradecido—. Tienes toda
la razón.
Agitó
la mano de Lali con entusiasmo hasta que vio el ceño fruncido de Peter y la
dejó caer.
—¿Por
qué no se me había ocurrido antes? Es una idea maravillosa. Gracias, Daniela.
Muchísimas gracias.
—Ah,
no —dijo Lali con consternación—. No me refería a que...
—Es
justo lo que necesita Rafael. —Pablo se pasó la mano por el pelo despeinado y
soltó un suspiro de alivio—. Un tutor.
—Tutor.
Es genial; genial.
—No,
la verdad... —empezó a decir Lali.
—Un
toque femenino —meditó Pablo—. Suavidad, amabilidad y disciplina, por supuesto.
Mano dura en un puño de terciopelo...
—En
un guante —dijo Lali.
—Eso
—asintió Pablo—. Eso es lo que Rafael necesita.
—Eh,
Pablo, de verdad que no creo...
—Alguien
que le haga caso. De hecho... —Pablo hizo una mueca—... Lucrecia no era
demasiado buena en eso. Nadie le habría dado el Premio a la Mejor Madre del
Año, te lo aseguro. Pero tú, Lali, eres justo lo que Rafael necesita. Te adora.
Siempre está hablando de ti; «la señorita Rinaldi esto», «la señorita Rinaldi
aquello».
—Escucha...
Pablo
miró a Lali con agradecimiento.
—No
puedo expresar lo mucho que significa para mí, y para Rafael, claro...
—Mira,
Pablo...
—Eres
un ángel —dijo sencillamente—. Gracias.
—Está
bien. —Lali levantó las manos y, sacudiendo la cabeza, se dio por vencida—. Si
eso es lo que quieres.
Pensándolo
bien, tampoco le importaba tanto. De todas formas, ¿qué otra cosa iba a hacer
por las tardes, aparte de volverse loca? A lo mejor así pensaba menos en sus
problemas.
Pablo
se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón.
—Bien,
¿cuánto quiere por las clases?
—No
quiero dinero. —Lali entrecerró los ojos y se llevó un dedo a los labios,
pensando. Se giró hacia Peter—: ¿Qué tal es Rafael con los animales?
—Muy
bueno —respondió Peter—. Quiere ser veterinario de grande.
—¡Buenísimo!
—Lali se giró hacia Pablo—. Ese es mi precio. Quiero que Rafael me ayude a
bañar a mi perro, Frodo. —«Mi perro», pensó sorprendida. Sonaba tan raro—. Quiero
tenerlo limpio y peinado y... —Pensó en la bola de pelo sucia y enmarañada—...
espulgado. A cambio, Rafael puede venir un par de tardes a la semana y lo
ayudaré a ponerse de nuevo al día. —De pronto le vino una idea a la cabeza que
hizo que mirara a Peter con horror—. Pero alguien tiene que recoger a Rafael
para traerlo acá. Yo no puedo... no, ni en broma...
—Bueno,
podría... —empezó a decir Pablo.
—Yo
voy —interrumpió la voz profunda de Peter.
Continuará…
Jaja no quiere que le escupan el asado.
ResponderEliminarNi lerdo ni perezoso peter, no deja pasar una oportunidad!! Más!!
ResponderEliminarJajajaaja,o Peter se adelantaba a ofrecerse ,o veía peligrar su "relación "con Daniela.
ResponderEliminarPablo ,parce muy ingenuo,pero puede estar mas k interesado ,y Peter lo conoce muy bien.
massssssssss
ResponderEliminarBuen cap, quiero que pase algo entre peter y Lali jajaja muy buena nove, espero con ansias el siguiente cap
ResponderEliminarjajajja peter,mas capi
ResponderEliminar<3 <3 masss
ResponderEliminarMenos mal q Peter salto si no ya me veia A lali con Pablo,con la necesidad q tiene este ultimo de una mujer iba a tratar de engancharla de una!
ResponderEliminarPablo no le dio a Lali otra opcion que aceptar ser la tutora de Rafael jajajaja y me encanta!!!! sobre todo porque asi ella y Peter estaran mas tiempo juntos... a Peter le ha faltado el tiempo para ofrecerse para llevar y traer al niño =)=)=)
ResponderEliminarespero masss
Otrooo :)
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