Capítulo 55

Hola, hola muchachuelas! ¿Cómo les va? ¿Qué tal las trata el día? Espero que todo de 10 y disfrutando del día de relajo para las que lo tienen libre ;) Gracias por sus comentarios y me pone muy feliz que la nove les guste!!!! Un beso y mañana nos volvemos a leer!

P.D.: Hola Anónimo de Mendoza! Perdón, perdón y mil perdones por poner Tunuyán como pueblo fantasma, sé que no es así porque antes de poner un lugar en las novelas investigo, pero no encontré otro y menos en Mendoza y era un nombre tan raro que lo puse jijijiji Sorry! Espero que ni tus amigos ni tus se enojen por la mención (felizmente que ellos no leyeron si no ya veo que la lio parda acá jajajaj)!!!!! :D

Twitter: @Caparatodos

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—¿No decía Santiago que eras de Mendoza?

Capítulo 55:

De dónde había sacado Peter eso… ¡claro! Su tapadera. Lali había estado tan absorta hablando con él, considerándolo tan interesante y a la vez tan impenetrable, que no había habido espacio para nada más.

—¿Daniela? —Peter la miraba con expresión rara.

—¿Quién? —dijo. Y luego—: ¡Ah!

Sacudió la cabeza y trató de repasar mentalmente los últimos momentos de conversación.

—No, nun-nunca he estado en... Tunuyán. Nos mudamos cuando estaba... —Su mente iba a mil por hora—... empezando la secundaria, después fui a la universidad de... —¿A qué universidad habrá ido?

—¿Buenos Aires? —Peter la miraba con la cabeza ladeada.

—Así es —dijo Lali con alivio—, Buenos Aires.

Toda esa tapadera era un verdadero estrés. Héctor Lavalle podría haberle dado un manual sobre cómo esconderse.

—Así que supongo que no he conocido tanto como me habría gustado. —Peter la miraba fijamente. Esos ojos tenían la habilidad de hacerle bajar en caída libre. Trató de darle un giro a la conversación—. ¿Qué pasó con Fiambalá? Has dicho antes que movieron la carretera, y supongo que tendría sentido que eso tuviera un impacto en Fiambalá. Habría menos tráfico atravesando la ciudad. ¿Algo más?

—Sí. —Peter se metió el resto del tenedor en la boca, lo mordió y se lo tragó. Cortó otro trozo de la torta y asintió—. Es posible que me esté comiendo otra de las razones del declive de Fiambalá.

Lali suspiró.

—¿Te refieres a cómo cocina Euge? —No le sorprendía. Euge cocinaba suficientemente mal como para que desapareciera un pueblo entero.

—Sí. Pero no sólo Euge, no hay ni un sitio decente en todo el pueblo donde comer modestamente. Mecha tampoco era buena cocinera, pero la gente iba ahí de todas formas. Por la misma razón por la que yo solía comprarle el heno a Plots pese a que me cobraba 5 céntimos más por kilo. Me alegré un montón cuando por fin cerró. Todo el mundo solía esforzarse por comprar a los locales. Pero los jóvenes no parecen tener ese tipo de lealtad. Claro que tampoco ayuda el hecho de que los centros educativos cerraran y haya que mandar a los jóvenes a otro lado. Los niños que crecen en Fiambalá ya tienen asumido que se irán cuando crezcan. Ya nadie quiere hacerse cargo de los negocios familiares.

—Mmm. —Lali tomó un sorbo de su café y no le sorprendió descubrir que era una de las mejores tazas de café que hubiera tomado nunca. La Fábrica de Cerveza tenía un café delicioso. Pobre Euge—. León Castillo no quiere hacerse cargo de la ferretería; quiere ser profesor de historia. Leonardo está pensando en venderla en un par de años. Sobre todo desde que Nadia ya no parece interesada en ayudarlo con la tienda.

Peter se quedó con la boca abierta.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Hablo con la gente, Peter. Es asombroso lo mucho que puedes aprender cuando haces eso. —Lali se acabó la torta—. De hecho, lo que de verdad le gustaría a Nadia es cocinar. ¿Pero quién iba a contratar a una cocinera en Fiambalá?

—Euge no, por supuesto. —Peter hizo una seña a la mesera para que les trajera la cuenta—. Siempre está con la soga al cuello; igual que cualquier otro negocio de Fiambalá.

—La Teoría de la Ventana Rota —dijo Lali dubitativamente.

—¿La qué? —Peter se quedó quieto.

—Teoría de la Ventana Rota. Lo leí en una revista. —«En otra vida», pensó.

Se acordaba perfectamente de dónde estaba cuando leyó esa teoría: tomando café en una cafetería tan bonita como La Fábrica de Cerveza, hundiendo la cabeza en los problemas del mundo y sin ser consciente de que al poco tiempo el mundo se desmoronaría a sus pies.

—Hicieron un estudio sobre las barriadas y los proyectos de viviendas; algunos se mantienen en pie gracias a los habitantes mientras que otros se convierten en salidas, y los investigadores quisieron saber por qué algunos se salvaban de la desolación y otros no. Y llegaron a la conclusión de que todo el que vive en un sitio, se preocupa por él; pero una ventana rota basta para que el lugar se degenere. Es como la señal de que nadie se preocupa de ello; la señal de que se puede destrozar ese lugar.

—Sí —asintió pensativamente Peter—. Supongo que Fiambalá es un poco así. Hace mucho que nadie hace nada; las tiendas se han ido cerrando en los últimos diez años y nadie invierte un céntimo en el lugar. Si nadie hace nada, el pueblo no va a durar demasiado. Los lugares necesitan que se les preste un poco de atención, como la gente.

«Los lugares necesitan atención», pensó Lali con una repentina punzada de dolor. Las palabras de Peter resonaron en su cabeza. Ella misma era culpable de negligencia. Llevaba ya un mes entero viviendo en su casita y no había hecho absolutamente nada por hacerla más bonita o agradable. Eso era muy poco propio de una Espósito. Había llegado a Fiambalá obligada, perfecto; pero su madre también había llegado a Riyadh coaccionada y su casa de allí había sido el triunfo decorativo de María José.

«No he hecho absolutamente nada por hacer que mi vida aquí sea un poquito mejor», pensó. Su madre no habría estado nada orgullosa de ella.

—¿Peter, crees que podrías...? —se interrumpió.

—¿Que sí creo que podría qué?

—Nada... —Lali movió una mano. Ya le había hecho demasiados favores—. No importa.

—Cuéntamelo.

—Olvídalo, Peter. —Se encogió de hombros—. Era solo una tontería.

Peter la miraba fijamente con sus profundos e impenetrables ojos verdes. La mesera llegó con la cuenta, pero Peter le indicó con un gesto que se fuera. Para sorpresa de Lali, Peter se recostó en la silla y se cruzó de brazos.

—Hasta que no termines esa frase de acá no nos movemos.

Continuará…