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Peter
agarró a Lali del codo y se dijo que cuando volviera tenía que acordarse de
darle a Pablo un par de lecciones de discreción.
Con
una sartén.
Capítulo 32:
«Faltaba
algo», pensó Lali mientras miraba por la ventanilla para no tener que mirar a
Peter.
Pero
no necesitaba mirarlo. Ejercía sobre ella tal fuerza gravitacional que era
plenamente consciente de su presencia a todas horas. Lo mismo había sucedido en
la cocina. Se había sentado en silencio en la silla, sin hablar apenas y, aun
así, todo el mundo parecía girar alrededor de él, como si Pablo, Rafael y ella
misma fueran planetas diminutos alrededor al sol. Pablo le hacía caso en lo que
dijera, Rafael lo adoraba abiertamente y ella... bueno, a ella le costaba
horrores alejar los ojos de él.
Y
se había sentido... distinta toda la tarde. ¿Qué era? Era tan difícil
determinar qué sentía; era algo que ya había sentido antes, de eso estaba
segura, pero hacía mucho tiempo. Antes de que sus padres murieran, de hecho.
Eso
era.
La
última vez que sintió aquello había sido hacía cuatro años, durante unas
vacaciones que pasó en París con sus padres. La familia Espósito había vivido
en París de los diez a los quince años de Lali, y todos ellos guardaban muy buenos
recuerdos de su estancia allí. Visitaban la ciudad siempre que podían. Se
hospedaron en una pensión maravillosa en Rue du Cherche-Midi y visitaron a unos
viejos amigos. Su madre se había cortado el pelo en la elegante peluquería de
Jean-David, como en los viejos tiempos. Se habían reído mucho, y compraron
cosas para su nuevo departamento de Buenos Aires; se había sentido feliz, sin
problemas y... a salvo.
Después
de eso sus padres murieron en un accidente de auto y ya no volvió a sentirse
segura. Estaba contenta en Buenos Aires, pero había momentos en que se sentía
sola e intranquila; a la deriva tras la muerte de sus padres.
Y
durante aquel último mes lo único que había sentido era terror y una soledad
enorme. Aquella tarde, por primera vez en mucho tiempo, el peso del miedo y de
la soledad que soportaba su alma se había aligerado. Había disfrutado de una
tarde agradable y feliz, preocupándose solo de lo contento que parecía Rafael,
de lo extraña que era aquella gigantesca cocina y cómo, de alguna forma,
parecía estar hecha para Peter.
Aquella
tarde, Rafael se había reído y había bromeado. Había intentado preparar una
comida que les gustara a los tres hombres, nada demasiado elaborado, aunque a
los tres prácticamente se les caía la baba para cuando por fin puso las cosas
encima de la mesa. Se habrían comido cualquier cosa que no fuera aserrín.
Se
había divertido bromeando con Rafael y con Pablo, quien había ocultado su
anterior agresividad. Incluso el silencio de Peter había sido un... interesante
tipo de silencio. Aquella tarde había sentido muchas cosas; alivio por que
Rafael estuviera bien, diversión ante las patéticas muestras de agradecimiento
de los hombres por la comida que había preparado, excitación ante la idea de ir
a una librería, aquella alocada atracción por Peter. Pero no se había sentido
sola y, por encima de todo, no había sentido el miedo; su compañero constante
durante aquel último mes.
Y
eso se lo debía a Peter; no le cabía la menor duda. Era imposible tener miedo
cuando estaba cerca. Se había sentado en la cocina, observándola en silencio
con sus penetrantes ojos, una presencia grande y quieta que le tranquilizaba
enormemente. Era como tener un gigantesco perro guardián cuidando de ella.
Lo
miró de reojo. Entrecerraba los ojos por el sol y sus manos descansaban sobre
el volante, la piel de alrededor de los ojos estaba arrugada y machacada por el
tiempo y, de perfil, la línea de su mejilla le parecía extrañamente elegante.
El sol del atardecer se reflejaba en su pelo castaño.
Ok,
tal vez no fuera un perro guardián, sino un lobo marcado por la lucha. Pero
estaba ahí y ella se sentía protegida por su simple presencia.
Sintió
que la miraba y movió la cabeza para observarla a su vez. Le brindó una
deslumbrante sonrisa. La camioneta negra hizo un ligero quiebro.
—¿Qué?
—preguntó.
—Sólo
sonreía, Peter —dijo Lali, alucinada por lo segura y libre que se sentía con
él, como si pudiera hacer o decir cualquier cosa—. Por nada en especial.
Supongo que no sonríes demasiado, ¿no?
—Nop.
—Pero había curvado los labios en una medio sonrisa.
—Tampoco
hablas demasiado.
—Nop.
—No
pasa nada —dijo animadamente—. Yo hablo y sonrío por dos, así que supongo que
todo se equilibra solo.
Lali
volvió a mirar por la ventana y, por primera vez, se permitió observar de
verdad el paisaje. El viaje a El Puesto había sido tal pesadilla que no había
visto gran cosa. Se había limitado a encogerse con ansiedad sobre el volante,
dolorosamente consciente del hecho de que las vastas praderas de hierba eran
perfectas para que un tirador hiciera blanco en ella sin problemas. Las largas
y solitarias carreteras a través de bosques de pino parecían diseñadas a posta
para las emboscadas.
No
le había costado trabajo imaginarse a un asesino escondido tras cada árbol.
Para cuando por fin llegó a El Puesto, había estado empapada de sudor.
Ahora
que no veía el paisaje con ojos aterrorizados, observó que el paisaje tenía una
especia de esplendor salvaje y sin refinar. El fuerte viento movía las ligeras
y esponjosas nubes por el cielo azul. El paisaje era tan extenso que podía
seguir las sombras de las nubes corriendo a través de la hierba.
Continuará…
lindo capi,espero otro
ResponderEliminarMás me encanta!!!
ResponderEliminarQuiero más!
ResponderEliminarLore
Al fin me puse al día con todos los capítulos!!!! Me gusto este capítulo al igual que todos los otros!!
ResponderEliminarEspero el proximo!!
Conociendo mas a Peter ,y x lo visto enamorándose de todo lo k rodea al pueblo.
ResponderEliminarMaaaas nove plis!!!!
ResponderEliminarBesos, Fatima :)
Maaass
ResponderEliminarApenas me pude poner al corriente, esta buenisima tu nove
ResponderEliminarquiero maaaas!
te espero http://amorporcasiangeless.blogspot.mx/
besos!