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—Buneo,
podría... —empezó a decir Pablo.
—Yo
voy —interrumpió la voz profunda de Peter.
Capítulo 29:
Daniela
Rinaldi y Pablo se lo quedaron mirando como si le hubiera salido una segunda
cabeza.
Probablemente
Daniela Rinaldi lo mirara así porque no querría encontrarse por las tardes a un
tipo que se calentaba cada vez que la miraba; y Pablo porque sabía muy bien que
Peter no tenía tiempo de ir a Fiambalá un par de tardes por semana. Y era
cierto. Pero su cuerpo decidía por él, y le estaba costando más de lo normal
controlarlo.
—Lo
recogeré por las tardes —dijo Peter. Pablo abrió la boca, miró a Peter y volvió
a cerrarla—. Y aún no has establecido el precio completo.
Lali
arqueó la boca. Peter la miró fascinado; sus labios eran suaves y de un rosa
natural, sus comisuras estaban ligeramente alzadas en una sonrisa perpetua.
Labios cálidos y acogedores...
Ladeó
la cabeza y observó a Peter.
—¿Ah,
no?
—¿Qué?
—Peter trató de concentrarse—. No.
—¿Y
cuál es el resto del precio?
—Tu
calefacción necesita primeros auxilios, hay que arreglar el segundo escalón de
la entrada, y eso es sólo el principio.
—Tienes
razón. —Lali le dedicó una sonrisa deslumbrante que hizo que Peter se quedara
sin respiración—. Dime, ¿Rafael sabe hacer de todo?
—Al
menos más que su padre, eso te lo aseguro. —Peter le sonrió antes de quedarse
de piedra. Estaba coqueteando con ella. Era una sensación tan nueva que perdió
el hilo de lo que estaban diciendo.
Esta
coqueteando con una mujer preciosa. En la cocina de los Lanzani. Imposible.
Desde
que tenía uso de razón, aquella cocina había sido un sitio frío e impersonal
donde los hombres reponían fuerzas rápidamente y volvían a trabajar lo antes
posible. Y eso incluía, sin duda, el sombrío periodo que duró su matrimonio.
Pero
ahora, con Lali ahí sentada bromeando amablemente con él, y Pablo, la cocina
parecía casi... acogedora.
—¿Peter?
—Pablo le miraba—. ¿Quieres que le arregle las tuberías?
—No
—respondió Peter; la idea de ver a Pablo con un martillo entre las manos lo
regresó a la realidad—. Lo haré yo. Eres un desastre con las herramientas o con
cualquier cosa que no se mueva o coma heno. Yo...
—¡Papá!
¡Papá! —Rafael entró corriendo como loco en la cocina y, antes de que la puerta
de entrada se cerrara, ya se había lanzado en brazos de su padre—. Papá,
Estrella del Sur ha tenido un potrillo, ¡y es genial! Tiene una estrella en la
nariz, como su madre, y tienes que ver cómo se mueve. Va a ser un campeón, ya
verás. Espera a que Peter lo entrene... ¡va a ganar todos los premios del
mundo!
El
niño saltaba emocionado.
—¿Ah,
sí? —Pablo sonrió a su hijo y lo abrazó—. Bueno, entonces parece que vas a ser
un niño muy ocupado estos días, entre cuidar del nuevo potrillo e ir a clases
un par de tardes con la señorita Rinaldi.
Rafael
giró la cabeza de golpe y los ojos se le agrandaron.
—¿Ah,
sí?
—Sí
—sonrió Lali—. Si te parece bien. Claro que, a cambio, vas a tener que ayudarme
a cuidar de mi perro.
—¿Un
perro? —Él rostro de Rafael se iluminó—. ¡Qué chevere! ¿De qué raza es?
Lali
miró a Peter.
—¿Peter?
¿De qué raza es Frodo?
—Mestizo.
—Mestizo.
Sí, supongo que eso engloba un poco todo. Bien. —Se frotó las manos—. Supongo
que debería...
—¿Papá?
¿Qué hay para cenar? —Rafael se frotó el estómago—. Me muero de hambre.
Pablo
se acarició la barbilla con el dedo y miró a Peter sin saber muy bien que
responder.
—No
he comprado nada estos días, Peter. ¿Quién está en el turno de cocina hoy?
—Debería
haber estado Luis —respondió Peter—, pero tuvo que salir a comprar unas cosas.
—¿Entonces
quién va a cocinar? —preguntó Rafael con tono quejumbroso.
Lali
se encontró de pronto con tres rostros masculinos y seis pares de ojos que la
miraban con una expresión patética tan parecida a la de Frodo la noche anterior
que tuvo que morderse los cachetes para no comenzar a reír.
—¿Quieren
que les prepare algo de comida?
Los
dos adultos vacilaron con educación, pero Rafael era demasiado pequeño como
para preocuparse de algo tan trivial como eran los modales.
—¡Genial!
Apuesto a que hace una comida riquísima, señorita Rinaldi.
—Bueno...
—respondió Lali—. La verdad es que no se me da nada mal, si tengo algo con lo
que trabajar. —Miró a Peter—. Aunque no pienso tocar lo que había en ese
recipiente. Y vi el cajón de las verduras y es asqueroso.
—¿Viste
qué? —preguntó Peter, y Lali suspiró.
—Da
igual. —Se levantó, inexplicablemente feliz de pensar en comer con Pablo y
Rafael. Bueno, y con Peter también. La idea de volver a su fría y solitaria
casa no le atraía en absoluto—. Estoy segura de que tienen un congelador bien
surtido. Nadie puede vivir en medio de la nada sin un congelador. ¿Dónde está?
—No
hay mucho dentro —respondió Peter.
—¿No?
—Eso la detuvo. Trató de imaginarse convirtiendo en comida algo, lo que fuera,
de lo que había visto en la refrigeradora, pero fue incapaz.
—No.
—Peter se le acercó y, al levantar la mirada, Lali se encontró con sus ojos
verdes. Sonreía desde lo más profundo—. Pero tenemos una despensa.
Continuará…
Maaass
ResponderEliminarMe encantaa
masssssssssssssssssss por favorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
ResponderEliminarmas acercamiento laliter por favorrrrr :)
ResponderEliminarmassssssssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarmassssssssssssssssssssssssssssssssss
masssssssssssssssssssssssssssss
masssssssssssssssssssssssssssssss
estan armando poco a poco una linda amistad =)
ResponderEliminarespero masss
otro
ResponderEliminarK remedio ,a tirar d despensa.
ResponderEliminarMe encanta!!! Me imagino el tamaño de la despensa je! Más!!
ResponderEliminarOtroooo :D
ResponderEliminarmasss
ResponderEliminarBueno Cami ya estoy de nuevo aquí y al día jajaja gracias a Don grande y Rafael y a esas dos brujas...Lore y Chari...
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