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—No.
—Peter se le acercó y, al levantar la mirada, Lali se encontró con sus ojos
verdes. Sonreía desde lo más profundo—. Pero tenemos una despensa.
Capítulo 30:
La
información era poder y, últimamente, la información también era dinero. Cuanto
más secreta fuera la información, más poder te daba y más dinero valía. Era la
regla principal de la economía moderna, cortesía de Stanford.
«Así
que, —pensó el profesional—. No sé dónde está Mariana Espósito. Todavía. Pero
tengo las direcciones y las nuevas identidades de dos personas bajo el Programa
de Protección de Testigos. Esa información no le sirve a Isaías Fadul, pero
estoy seguro de que hay alguien, en algún lugar, dispuesto a pagar bien la
información».
De
pronto, al profesional se le ocurrió una idea; una idea brillante.
Ya
iba siendo hora de dejar aquel negocio. Al profesional no le cabía la menor
duda de ello. Con una veintena de buenos golpes bajo la manga, el profesional
se había ganado una buena reputación, pero el tiempo jugaba en el lado de la
policía. Antes o después, y pese a los preparativos más meticulosos, cometería
algún desliz. Era matemáticamente inevitable. Decididamente, era hora de
abandonar.
La
cabeza de Mariana Espósito le proporcionaría tres millones de dólares para
retirarse a gusto en una playa paradisíaca. Pero tres millones de dólares ya no
eran lo de antes. Ok, había metido ya un millón y medio en un fondo de
inversión decente; estaban invertidos en bonos de bajo riesgo. Con el dinero no
se juega; ya corría demasiados riesgos en la vida.
Pero
la mudanza y la compra de una casa de playa en primera fila se llevarían buena
parte de sus ahorros, por lo que se vería obligado a recortar gastos de otros
lados.
Necesitaba
más dinero.
En
el mercado actual, el precio de un golpe en sí era de unos doscientos mil para
arriba, pero había un límite de números de golpes al año y, de todas formas,
iba siendo tiempo de dejarlo.
Aunque
la información necesaria para dar el golpe como, por ejemplo, dónde estaba un
antiguo empleado que ahora era testigo del Estado, podía valer mucho dinero.
Dinero de verdad. Con una computadora en condiciones y un módem, se podría
obtener la información desde cualquier lugar del mundo, hasta en las islas del
Caribe, y podría enviarse a cualquier parte del mundo, sin ningún peligro. Y no
había límite en cuanto a número de golpes de información.
Daba
igual cuántos firewalls instalara el Departamento de Justicia para proteger sus
archivos, el profesional podía internarse en ellos sin problemas.
«Es
el negocio perfecto, —pensó el profesional—. Golpes virtuales a, por ejemplo,
cincuenta mil. Para siempre. Sin riegos». Stanford estaría orgulloso de su
capacidad.
—Estaba
buenísimo —dijo Rafael, limpiando el plato con la última galleta—. Muchas
gracias, señorita Rinaldi.
—Bueno,
chicos, son fáciles de complacer —dijo sonriendo—. Haz un par de trozos de
carne a la parrilla, calienta un par de papas y siéntate a disfrutar de la
lluvia de cumplidos.
«Ha
sido un poco más complicado que eso», pensó Peter. Lali se había paseado por la
despensa maravillada, bromeando acerca del tamaño y realizando un inventario de
lo que había allí. Luego, se las había ingeniado para aderezar la carne,
preparar un poco de mantequilla de ajo para las papas y hacer una ensalada como
guarnición en muy poco tiempo. Había hecho hasta galletas.
Era
una cocinera estupenda. Todo lo que preparó estaba delicioso pero, sobre todo,
se llevaba bien con todo el mundo. Mientras se movía a gusto por la cocina,
había mantenido una alegre conversación en tono suave y agradable.
Pablo
ya no tenía la mirada perdida que tenía últimamente y Rafael reía y correteaba
como el niño de siete años que era, en lugar de andar por ahí decaído y como si
cargara con el peso del mundo sobre los hombros.
Estaban
comiendo una comida deliciosa en un ambiente agradable y relajado.
En
la cocina de los Lanzani.
Con
una mujer.
Imposible.
La
maldición de los Lanzani desapareció durante un par de horas. Las comidas con
Melissa habían sido de todo menos alegres. Y Peter, gracias a Dios, no tenía ni
idea de cómo habían sido las comidas con Lucrecia, pues la había evitado con el
mismo cuidado y por las mismas razones por las que habría evitado a una
tarántula.
Mientras
Lali estaba ocupada devolviendo a la cocina el aspecto de un lugar agradable,
Peter hacía lo que podía por no pensar en sus curvas.
Se
esforzó mucho para no fijarse en los pechos y el trasero de Lali, e hizo un
esfuerzo aún mayor por no imaginársela debajo de él, con sus muslos apretándole
las caderas. Trataba de no pensar en cómo se sentiría dentro de ella; estaba
seguro de que sería pequeña y apretada. Y, por encima de todo, trató de no
pensar en estar con ella tan fuerte como quisiera porque, por cómo se sentía en
aquellos momentos, probablemente la matara de la fuerza.
El
caparazón de hielo con el que se había cubierto desde que tenía uso de razón
empezaba a derretirse; a la larga era bueno, claro. Pero ahora mismo
significaba que tenía que apretar los puños para no tumbar a Lali en el suelo
de la cocina, desnudarla y poseerla con fuerza durante horas.
No
debía pensar en ese tipo de cosas cuando una profesora de primaria muy guapa y
agradable hacía lo que podía por ayudar al hijo de su mejor amigo y estaba,
incluso, haciendo que su cocina se convirtiera en un lugar cálido y relajado
por primera vez en las cuatro generaciones de Lanzani.
Así
que Peter se sentó, la observó y escuchó, sonriendo cuando los demás reían,
comiéndose aquel delicioso manjar, disfrutando con las sonrisas de Rafael y
frunciendo el ceño cuando Pablo coqueteaba.
Todo
ello sin dejar de pensar en tener a Lali desnuda bajo él o, ¡Dios mío!, sobre
él. No podía apartar esa imagen de la cabeza; Lali encima, sonriéndole mientras
se unían íntimamente. Su masculinidad cobró vida bajo sus pantalones al pensar en
ello y se puso rígido en la silla, agradecido de que la mesa ocultara su
reacción.
Si
estuviera sobre él, podría observar ese precioso rostro. Así descubriría sus
más preciados secretos. Fuerte y rápido o suave y lentamente. Aunque poco
importaba cómo le gustara porque, en aquellos momentos, no lograba imaginar
poseerla más que frenéticamente y durante toda una semana sin parar.
Normalmente
se controlaba muy bien durante el sexo y era capaz de dar las embestidas que la
mujer quisiera. No era bueno con las palabras, pero tenía el lenguaje corporal
dominado. Una mujer no necesitaba decir qué quería, podía verlo en la forma en
que movía las caderas cuando la penetraba, en la forma en que sus manos se
aferraban a él, en la forma en que respiraba.
A
Daniela Rinaldi probablemente le gustara hacerlo despacio, suave y con
romanticismo. Tenía ese tipo de cara. Todo en ella era tan delicado. Seguro que
quería que la cortejaran, que le dieran un montón de besos, que la desnudaran
lentamente y un montón de preliminares. Probablemente querría que la penetrara
despacio, poco a poco. Estaba bien dotado, así que tendría que tener cuidado y,
una vez dentro de ella, probablemente prefiriera enviones largos y lentos.
Probablemente esperara que fuera un caballero.
Ni
de broma.
Se
sentía exactamente igual que Apolo, su semental negro, cuando montaba a Leyla,
la maravillosa potranca árabe. Los caballos copulaban con violencia; así los
había diseñado la naturaleza. Normalmente se impedía que los propietarios lo
vieran, porque todos tenían una visión romántica de sus sementales y les
atribuían una nobleza y caballerosidad que, sencillamente, los sementales no
tenían. Apolo era un semental de 590 kilos de pura masculinidad, uno de los
animales más fuertes sobre la faz de la tierra. Mientras cubría a Leyla, Apolo
le había mordido el cuello con tanta fuerza que le había hecho una herida, y
sus negros cascos le habían hecho rasguños en los flancos.
Si
Lanzani no tenía cuidado, así era exactamente como tomaría a Daniela Rinaldi.
La
idea lo espantó y trató de apartar la imagen de su cabeza, trató de ignorar el
calentón que le estaba provocando esa imagen. Trató de recordar que, a
diferencia de Apolo, él debía comportarse como una persona civilizada.
Lanzani
hizo lo que pudo por no fijarse en Lali. Llevaba un polo y, si se fijaba bien
(sin que se notara lo bien que se estaba fijando), podía ver el suave contorno
de sus pechos, pequeños y delicados, y probablemente sabrían a cereza.
En
cuanto a su trasero... Dios, no podía apartar los ojos de ahí cuando se
inclinaba para comprobar las galletas que tenía en el horno. Perfecto. Estaba
seguro de que sus manos se acoplarían perfectamente para sujetarla con fuerza
mientras...
—¿Qué
opinas, Peter? —preguntó la voz infantil de Rafael.
«Creo
que acostarme con Daniela Rinaldi es la mejor idea que he tenido nunca».
Lanzani
parpadeó, horrorizado.
¿Lo
había dicho en voz alta? De ser así, tendría que salir a pegarse un tiro. Miró
a su alrededor con frenesí.
peter XD q calenton jajja
ResponderEliminarjajjajaja me muero!! Nah seguro que no lo dijo!
ResponderEliminarQuiero más!
Lore
Peter esta on fire! JAJAJA
ResponderEliminarEsta en llamas!! Más me encanta!
ResponderEliminarJajaj otrooo :))
ResponderEliminarJajajaja,ya se la imagina d todas las formas .
ResponderEliminarNi prestó atención a la conversación.
jajajaja pero miralo!!! suponiendo como le gusta a Lali jajaja
ResponderEliminarPD: te imaginas que lo haya dicho en voz alta? lo dudo, pero ojala que si jajajaja
espero mas noveeeeeeeee TQ!
Necesito mas novelaaaaa!!!! Me tiene intrigadisima, quiero maraton plis!!
ResponderEliminarBesos, Fatima