Capítulo 17

Hola, hola!!!! ¿Qué tal las trata el domingo? Recargadas para empezar la semana, supongo! ;) Espero hayan disfrutado del fin de semana y empiecen con todo la semana!!! Besos y hasta mañana!!!

Twitter: @Caparatodos

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—No espero que recuerdes los nombres de todos.

Ambos reían cuando entraron en la cocina

Capítulo 17:

Era evidente que la cocina era el alma de la casa de la abuela Riera. La primera impresión que se llevó Peter fue muy buena; colores cálidos, superficies relucientes, pisos impecables, ventanas brillantes, electrodomésticos funcionales y empapelado retro en las paredes. Sus otros sentidos se vieron abrumados por deliciosos aromas, el ruido de ollas y conversaciones femeninas.

Roberto era el único hombre presente. Organizaba la comida mientras su esposa, su cuñada y su suegra le daban órdenes sin parar. Casi parecía estarla pasando bien.

La abuela de Lali estaba sentada en una silla, frente a una mesa redonda de madera en un rincón. Tenía un andador de acero con ruedas y unas pelotas de tenis amarillas al alcance de la mano. Llevaba puesto un elegante vestido morado que no hacía sino enfatizar su fragilidad. Peter podía anticipar, casi con total seguridad, que la abuela Riera se perdería la siguiente reunión familiar. Lali fue a darle un beso en la mejilla. La señora acarició la pierna de Valentina con una mano temblorosa.

—Siempre me ha parecido que esos ganchitos con brillos son una tontería, porque es evidente que un niño no tiene suficiente pelo para sujetar un gancho así en la cabeza. Patricia también se las ponía mucho a sus hijas, y eran calvas como bolas de billar. Pero esta pequeñina es una belleza con ellos, ¿no que sí? Es igual a ti cuando tenías su edad, Lali.

—Yo creo que ha sacado la sonrisa de su papá —dijo Majo rápidamente, sonriéndole a Peter de oreja a oreja.

Este dio un paso adelante y se aclaró la garganta. Miró a Lali con toda intención.

—Abuela, este es Juan Pedro Lanzani. Peter, mi abuela, Norma Riera.

Peter esbozó su mejor sonrisa compradora, la que siempre le funcionaba con los niños y gente mayor.

—Un placer conocerla, señora Riera.

La anciana lo miró a través de sus lentes.

—Puedes llamarme «abuela» —le dijo con un poco de ironía—. Todo el mundo lo hace, cuando están por aquí.

—Sí, y Peter va a estar por aquí un tiempo —dijo Majo, dándole una palmadita en el brazo mientras miraba a su hermana.

Teresa frunció el ceño.

—Si vas a servir lo que trajeron, Majo, será mejor que lo saques de la refri. No sé si los demás lo están, pero yo estoy lista para empezar a comer.

—¿En qué puedo ayudarlos? —Peter miró a Roberto.

—No te preocupes por nada —dijo Majo, tocándole el brazo de nuevo.

Peter ya empezaba a sentirse como una mascota.

—Nosotros nos encargamos de todo. Quédate con Lali y con la abuela hasta que los llamemos a comer.

Miró hacia la mesa. Lali se había sentado junto a la abuela y esta contemplaba a la pequeña Valentina con una sonrisa. Parecía quererla cargar, pero seguramente no confiaba mucho en sus manos artríticas. Se conformaba con estirar el brazo de vez en cuando y darle una palmadita en la pierna o en el brazo. Sujetando su mono de juguete contra el pecho, Valentina se chupaba un dedo y observaba a su bisabuela con mucha curiosidad. De vez en cuando esbozaba una sonrisa.

—Sí. Es una niña muy buena —decía Lali cuando Peter fue a pararse detrás de su silla—. No da ningún problema.

La abuela asintió.

—¿Todavía sigues con ese trabajo de la terapia?

—Sí. Y me encanta mi trabajo.

—Me han dado algo de terapia últimamente para las manos. Ayuda un poco.

—Me alegro. Tengo unos cuantos pacientes artríticos. Puedes preguntarme lo que quieras, si tienes alguna duda.

—A lo mejor se me ocurre algo después. ¿Quién cuida a Valentina mientras estás trabajando? ¿Peter?

—Peter tiene su propio negocio, abuela. Valen se queda en una guardería. Está muy contenta allí.

—Hmm. Las guarderías están llenas de gérmenes. Espero que le des muchas vitaminas.

—Está muy sana.

De pronto el mono de juguete fue a parar al piso. Peter se inclinó para recogerlo. Ya empezaba a creer que Valentina tiraba el muñeco a propósito, solo para ver como lo recogía. Esos ojitos, pícaros y muy parecidos a los de su madre, brillaban más de la cuenta.

—Te tengo entre ceja y ceja, chiquitina —le advirtió con una sonrisa.

Apretando el juguete contra su pecho, Valentina se rio. La abuela Riera volvió a mirarlo.

—Majo acaba de decirme que trabajas en un negocio de diseño de paisajes, Peter. ¿Cómo va la cosa?

—Muy bien. Gracias. Mi socio y yo estamos satisfechos con el crecimiento de la empresa en el último año.

—¿Cómo se llama?

—Lanzani-Battezzati Paisajes. No es un nombre muy original, pero por lo menos tenemos todo el protagonismo de la zona —añadió, riéndose.

La señora se limitó a mirarlo. Todavía no había sido capaz de arrancarle una sola sonrisa. La audiencia era exigente.

—¿Cómo conociste a mi nieta?

—Mi hermana nos presentó —dijo Peter sin vacilar—. Candela también es fisioterapeuta. Lali y ella trabajan juntas.

—¿Te llevas bien con su hermana?

—Cande es una de mis mejores amigas.

—Mmm… Eso es bueno. Por lo menos ves a su familia con frecuencia, aunque no veas mucho a la tuya. Y no es que te culpe por ello —murmuró la anciana.

Miró a sus dos hijas con cara de pocos amigos. María José y Teresa discutían sobre las ensaladas. Todos se quedaron mirando hasta que Roberto arregló el asunto y empezó a llevar platos al comedor. Teresa y Majo fueron detrás de él, llevando más cosas.

La abuela Riera sacudió la cabeza, decepcionada.

—Esas chicas llevan toda la vida peleándose, desde que nació Teresa —le dijo a Peter—. A estas alturas ya deberían haberse dado cuenta de que ninguna va a ganar, pero no les hagan caso. Majo ha entrenado a Roberto hasta convertirlo en uno de esos perritos que llevan las chicas con dinero dentro de sus carteras. Espero que no se harte pronto. Es el mejor de esa larga lista de hombres que ha traído a casa.

Peter no sabía muy bien qué decir ante semejante afirmación. Por suerte, el mono de peluche golpeó nuevamente el piso, así que no fue necesario hacer ningún comentario. Lo recogió y se lo devolvió a Valentina con un guiño. La niña se rio y empezó a sacudir el muñeco con entusiasmo.

Continuará…