Capítulo 26

Hola, hola!!! Buenas noches, ¿cómo les va chicas? Espero que todo bien y haya sido un buen día para ustedes!!!! Gracias, gracias y más gracias por ser tan como son!!! :D Un beso y mañana nos leemos!

Twitter: @Caparatodos

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—Entonces no malgastemos el tiempo. 

Capítulo 26:

Peter no quería irse. Se sentía como si tuviera unas pesas atadas a los tobillos mientras caminaba hacia la puerta. Mirándola a los ojos, suspiró con tristeza. Parecía tan joven, tan despreocupada, con el pelo alborotado alrededor de la cara. Llevaba una fina bata de color rojo y estaba descalza.

—Bueno, supongo que te veo el miércoles.

—Hasta donde sé, sí.

Él vaciló un momento antes de agarrar el picaporte.

—Y en cuanto a esas apuestas tontas…

—Te debo cincuenta dólares. Fui yo quien se lo dijo todo a la abuela, después de todo.

—En realidad, los términos de la apuesta eran que tú lo arruinarías todo sin querer. Si no hubieras elegido ser sincera, nadie habría sospechado nada, así que creo que soy yo quien ha perdido la apuesta.

—No voy a aceptar tu dinero.

—Y yo no voy a aceptar el tuyo. Todo era una broma, de todos modos. Dejémoslo en empate, ¿dale?

—Si es eso lo que quieres.

—Sí. Y en cuanto a la apuesta con Martín, voy a pagarle los cien dólares.

—¿Pero por qué? Ganaste la apuesta. No hay duda. Tal y como dijiste, nadie sospechó de nosotros. La abuela incluso me dio su anillo.

—Sí. La cosa es que no me parece bien convertir ese gesto tan dulce en una anécdota graciosa que contar. A ver, hay muchísimas otras cosas de tu familia sobre las que bromear, pero el hecho de que tu abuela te haya dado el anillo no es una de ellas.

Lali se mordió el labio inferior. Pensó en sus palabras. Peter, que no soportaba ver cómo estropeaba esos labios perfectos con los dientes, deslizó la yema del dedo sobre su boca.

—No te preocupes. Martín no querrá el dinero. Como te he dicho antes, las apuestas no eran más que una broma.

Estaba tan cerca de ella que quería besarla de nuevo, pero sabía dónde los llevaría ese beso. Dio un paso atrás.

—Será mejor que descanses un poco. Valentina se levanta a las seis.

—Sí. Buenas noches, Peter.

Él le dio un beso rápido en los labios.

—Buenas noches, Lali —fue hacia la puerta y se detuvo con la mano sobre el picaporte—. ¿Sabes? Un día podríamos… No sé. Comer una pizza, o ver una película o algo así, ¿no? Quiero decir que puedes conseguir una niñera para unas horas, ¿no? Incluso las mamás se toman algo de tiempo libre de vez en cuando.

Lali ya había empezado a sacudir la cabeza a mitad de la frase.

—No me gusta dejar a Valentina con una niñera. Ya tengo que dejarla en la guardería para ir a trabajar. Todo el tiempo libre que tengo ahora es para ella.

—Bueno, entonces tal vez podríamos comer la pizza y ver la peli aquí, cuando ya esté durmiendo.

—No es una buena idea. No me importa invitarlos a todos a comer una noche, pero en lo que respecta a ti y a mí, es mejor para todos si lo terminamos aquí y ahora.

—Sí. Muy bien. Solo era una idea, pero seguro que lo que tú dices es mejor —abrió la puerta—. Buenas noches, Lali. Nos vemos.

—Peter.

Él titubeó un momento. Tenía un pie fuera y otro dentro. No quiso mirarla a los ojos.

—Solo quiero que sepas que si no fuera por Valentina… Bueno… No te mandaría a casa esta noche. Y no me habría negado a comer una pizza o a ver una peli contigo. No es que no quiera pasar más tiempo contigo. Es que no puedo.

Él asintió y cerró la puerta. La respuesta no lo había convencido del todo. Era absurdo molestarse, o por lo menos eso se repetía Peter, una y otra vez. Subió al auto, dio un portazo y arrancó. Al activar la direccional, vio un reflejo dorado en su mano. Era la alianza de su abuelo…

Había olvidado dejar una luz encendida en el departamento. Entró en la oscura casa y fue directamente a su cuarto. Contempló el anillo durante unos segundos y lo guardó en su cajita. El golpe seco de un cajón al cerrarse reverberó en la silenciosa habitación.

         

         

A la tarde siguiente a Lali se le aceleró el corazón cuando sonó el teléfono. Miró la pantalla. Era Candela.

—Hola, Cande.

—En mi casa. A las cinco. Voy a hacer lasaña de verduras. No me digas que no puedes. Ya empecé a cocinar y ya sabes que odio cocinar. Ah… Y quiero que me cuentes todos los detalles.

—Pero…

—A las cinco —repitió su amiga—. Euge trae el postre. Compra un poco de pan. Le pondremos ajo y mantequilla y lo meteremos en el horno. Dile a Valentina que se traiga su biberón.

Lali sonrió con tristeza. Sabía que era inútil discutir.

—Genial. Allí estaré.

—¡Buenísimo! Te veo luego.

Candela colgó sin más. Lali comenzó a reír. A Valentina le pareció bien el plan.

Después de una parada rápida en su panadería preferida, Lali manejó hasta el edificio de su amiga. El departamento estaba en el tercer y último piso. Sujetando el pan con una mano, y apoyando a Valentina sobre la cadera, tocó la puerta de Candela.

—Hola, Lali.

Continuará…