Capítulo 84

 

Hola chicuelas!!!!!! ¿Qué tal estuvo su día? Espero todo bien y ya en las últimas para disfrutar unos días de descanso ;) Gracias por leer!!!!! Besos y mañana nos leemos!!!!

P.D.: Si pueden s http://mundodenovelaslaliters.blogspot.com/

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

Así que bajó la cabeza y le besó la frente a modo de despedida. Luego, endureció el corazón y se marchó del departamento, obligándose a no voltear cuando ella lo llamó.

Capítulo 84:

Esa noche, Peter entró en Bongo, un restaurante tipo-loft situado en la costanera, y se encontró a su familia, futuro cuñado incluido, instalada en una mesa al fondo del local.

Eugenia lo había llamado unas horas antes para comentarle que había invitado a Nicolás a cenar con ellos. Había vacilado un poco, como si le inquietara que a él pudiera ofenderle que hubiera incluido a Nicolás en su tradicional cena anual.

-No tienes que preocuparte por mí, Euge –le había dicho-. Nicolás y yo estamos bien.

-Ah bueno, así que de verdad conectaron –había tratado de tomarle el pelo-. Qué tiernos.

-Sí.

Después de eso, se produjo un largo silencio en la línea.

-¿Eso es todo? –había preguntado Eugenia-. ¿Ninguna respuesta sarcástica? –su tono adquirió de inmediato un tono inquieto-. ¿Qué te pasa?

-Nada. Solo estoy distraído con el trabajo –le había mentido-. Te veo más tarde, en el restaurante.

Y, a continuación, había cortado la llamada antes de que ella pudiera hacerle más preguntas. Todo lo que quería era acabar cuanto antes con esa cena, sin verse obligado a soportar una gran dosis de sufrimiento, para poder volver a casa e intentar olvidarse de aquel espantoso día.

Mientras iba acercándose a la mesa, esbozó una sonrisa y adoptó una pose casual.

-Lo siento, llego tarde. Había un tráfico horrible –se sentó en la silla vacía que estaba entre su padre y Nicolás, y tomó la carta-. Veamos qué tiene buena pinta.

Al percibir el silencio general, levantó la mirada por encima de la carta y se encontró con tres pares de ojos, observándolo con incredulidad.

-¿Vas a obligarnos a preguntar? –inquirió Juan Pablo.

Peter fulminó a Eugenia con la mirada desde el otro lado de la mesa. ¿Qué le contaste a papá?

Nada, le respondió ella con una ofendida mueca.

-Tu acuerdo con Twitter –lo orientó.

¡Es verdad! Se le había olvidado por completo que aún no había hablado sobre eso ni con su hermana ni con su padre. Los dos lo habían llamado apenas fue emitido el comunicado de prensa pero, en ese momento, estaba demasiado ocupado hablando con potenciales clientes y, luego, asistiendo a su cita con Lali.

Costaba creer que no hubiesen transcurrido ni veinticuatro horas desde entonces. La noche anterior había sido increíble y, luego, en cuestión de un segundo, todo había cambiado.

Es preferible conocer su postura.

Sí, bueno, o al menos eso era lo que trataba de decirse a sí mismo.

-La idea se me ocurrió cuando estaba en la cárcel –dijo Peter, en respuesta a su pregunta-. Cuatro meses tras las rejas es tiempo suficiente para pensar bastante  –tomó un sorbo de agua.

Juan Pablo no pudo evitar reír.

-¿Eso es todo lo que vas a decir? No sueles ser tan humilde.

Eugenia lo estudió con suspicacia.

-Nunca eres tan humilde.

Luego lo interrogó con la mirada. ¿Qué está pasando?

Él hizo una mueca. Gracias por el voto de confianza.

Sentado entre Eugenia y Peter, Nicolás arqueó una ceja, agudizando su instinto de policía.

-¿A qué vienen esas miradas?

Al escucharlo, Juan Pablo levantó la mirada de su carta.

-¿Ya están otra vez con el truco de los gemelos? Cuando eran más jóvenes solían usarlo para intentar asustarnos a Claudia y a mí. Mantenían conversaciones como esa durante la cena –sacudió la mano, quitándole importancia-. Te acostumbrarás.

Después de eso, la conversación avanzó –afortunadamente- y Peter distrajo a su familia, relatándoles los detalles de su entrevista con el director general de Twitter. Después, Nicolás les habló sobre su ascenso y les explicó que, al convertirse en agente al mando de la división de Buenos Aires, iba a dejar de trabajar en misiones encubiertas. Cuando, acto seguido, le sonrió a Eugenia y le apretó la mano, Peter tuvo la impresión de que eso había sido un problema para ellos en algún momento.

-Es genial, Nicolás. ¿Eso significa que vas a convertir pronto a mi hija en una mujer honrada? –preguntó Juan inesperadamente.

Eugenia abrió los ojos como platos, horrorizada.

-Papá.

Peter observó divertido cómo se retorcía Nicolás sobre su silla. Alzó su copa hacia el agente.

-Bienvenido a la familia.

Juan se volvió hacia él.

-Ah, yo no me cantaría victoria si fuera tú. Eres el siguiente.

-¿Y ahora qué hice? –inquirió Peter.

-¿Quién es la morocha explosiva con la que has estado saliendo? –preguntó Juan Pablo.

Malditas revistas de chismentos.

-No deberías creer todo lo que lees en las revistas, papá –gruñó. Aunque esa noticia en concreto había sido muy cierta.

-Muy bien. ¿Y qué me dices de lo que veo en las revistas? Unas cuantas semanas atrás de la morocha explosiva fue la guapa ayudante del fiscal. Esa, a la que salías mirándole el pecho en la fotografía –señaló el mayor de los Lanzani deliberadamente-. Ahora eres director general, Peter. Puede que haya llegado la hora de que empieces a pensar en tomarte tu vida personal tan en serio como la profesional.

Peter respiró hondo mientras contaba mentalmente hasta diez. Era el mismo sermón que llevaba años escuchándole a su padre. Normalmente, llegados a ese punto, él habría sonreído y le habría dicho, por supuesto, papá, y al terminar la cena habría llamado a quienquiera que fuera la chica de la semana, de camino a casa.

Pero no aquella noche.

-Antes que nada –comenzó-, tengo que aclarar que no estaba mirándole el pecho a la guapa ayudante del fiscal. La estaba mirando a los ojos. Y, pensándolo en retrospectiva, probablemente debería haberme dado cuenta en ese momento de que estaba totalmente arruinado. Y en cuanto a tomarme mi vida personal en serio, tengo una sorpresa para ti: lo he intentado. Pensaba que podría tratarse de algo realmente maravilloso. Pero, ¿adivina qué? Ella no quiere tener nada serio conmigo. Lo he descubierto esta mañana. Así que si pudiéramos saltarnos, por una vez, el espectáculo “Metámonos un rato con el tonto de Peter”, se los agradecería de verdad.

La expresión de Juan Pablo se volvió automáticamente apesadumbrada.

-Lo siento, Peter. No lo sabía.

Eugenia se inclinó sobre la mesa, mirándolo con genuina simpatía.

-¿Qué pasó? Pensé que las cosas estaban yendo bien con Lali.

Peter sabía que la intención de su familia era buena, pero aquello resultaba todavía más difícil de soportar que el sarcasmo. Expresar sus emociones y ponerse en contacto con su lado más sensible no le había funcionado demasiado bien esa mañana, y lo último que quería era repetir la experiencia. Así que se puso de pie.

-¿Saben? Prefiero saltarme el postre. Así que sigan sin mí. Creo que voy a salir unos minutos, hay unas cuantas llamadas que debería hacer.

Continuará…