Capítulo 86

Hola, hola!!!! Al fin viernes, y con este, arranca el finde!!!!! Aparte ya no falta nada para navidad :D ¿Cómo están ustedes? Ojalá que todo bien!!! Un beso enorme y mañana nos volvemos a leer!!!!

Twitter: @Caparatodos

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-Le pagué para que viniera cuando me viera meterme las manos en los bolsillos. Sabía que Eugenia y tú no podrían mantenerse alejados durante mucho tiempo.

Capítulo 86:

Al otro lado de la ciudad, Lali se encontraba sentada junto a Javier en un bar que había a unas cuadras de su departamento. Era el primer momento que encontraban en todo el día para poder hablar. Por suerte, después de que Peter la hubiese dejado plantada en la puerta de su casa, no había tendido tiempo para pensar. En lugar de eso, había vuelto a entrar, le había dicho a Javier que lo llamaría más tarde, y se había ido a preparar para su audiencia.

Apenas llegó al bar, Lali se había asegurado de dirigir la conversación. Le había explicado a Javier, en bueno términos, que su relación estaba definitivamente terminada. Esta vez él la había escuchado y, aunque parecía molesto, dolido, e incluso puede que algo frustrado, por fin parecía haber aceptado lo que le decía.

-Así que la cagué. Definitivamente –se pasó una mano por la boca-. Y supongo que este es el precio que tengo que pagar por haber sido un egoísta hace siete meses.

Lali lo observó.

-Javier, no me malinterpretes pero, ¿qué es lo que te pasa en realidad? Sé que debería sentirme halagada porque hayas regresado para tratar de recuperarme pero… ¿puedo serte sincera?

Él sonrió con ironía.

-Siempre lo eres.

-Todo esto suena más a un momento de desesperación que a algo auténtico. Pareces perdido.

Él hizo girar su copa de vino y, por un momento, no dijo nada.

-No lo sé. Solo sé que siento que he perdido algo. Italia estuvo bien durante el primer par de meses pero luego dejó de ser emocionante. Supongo que pensaba que si tú y yo podíamos recuperar lo que tuvimos, parte de mi vida volvería a ser lo que era –miró a Lali a través de la copa-. Lo siento, de verdad. Nos iba excelente y lo arruiné.

Resultaba tentador echarle la culpa. Y, sin duda, se lo merecía, de alguna forma. Pero, allí sentada, mirando al hombre junto al que una vez había creído sinceramente que deseaba pasar el resto de su vida, Lali descubrió, por primera vez, que ella también era responsable de una parte del deterioro de su relación.

-No fuiste tú solo, Javier.

Él ladeó la cabeza.

-¿Qué quieres decir?

Suspiró.

-Algo no iba bien. No creo que, en ese momento, ninguno de los dos fuéramos conscientes de ello y, sinceramente, no estoy segura de que sea buena idea meter el dedo en la yaga. Aparentemente, parecíamos felices, pero algo debía de ir mal. De lo contrario, tú nunca habrías deseado irte a Italia sin mí, y yo… habría tratado de hacer que te quedaras.

Él lo consideró un instante y luego le dedicó una media sonrisa.

-Y ambos sabemos lo insistente que puedes ser cuando quieres algo.

Lali se rió con suavidad, dándose por aludida.

-Eso es cierto.

Después de eso, siguieron hablando durante un buen rato sobre los viejos tiempos, sobre Italia, y sobre la nueva vida de Lali en Buenos Aires. Luego, salieron del bar y se despidieron en la vereda.

-¿Entonces vas a volver mañana a Roma? –preguntó Lali.

Javier asintió.

-Por lo menos, por un tiempo. Me tomé una semana libre, con la esperanza de poder pasarla contigo –se encogió de hombros-. Tal vez utilice ese tiempo para tratar de aclarar las cosas. Y para decidir lo que quiero hacer con mi vida cuando lo descubra.

-Sea lo que sea lo que estás buscando, espero que lo encuentres –repuso Lali con sinceridad-. Quiero que seas feliz.

-Lo mismo digo, La –Javier le acarició la mejilla como despedida, y luego se subió en un taxi para regresar al hotel donde se había registrado para pasar la noche.

Lali permaneció en la vereda, viéndolo marcharse. Recordó una despedida similar, siete meses atrás, junto al departamento que compartían en Rosario. Solo que esa vez, el taxi lo había llevado directamente hasta el aeropuerto y hacia su nueva vida en Italia.

Una vez que perdió de vista el taxi, recorrió las pocas cuadras que la separaban de su departamento, recordando todo lo que había sucedido esa mañana.

Varias semanas atrás, le había dicho a Candela que nunca había considerado la posibilidad de irse a Roma con Javier, porque hacerlo habría sido una locura y ella no cometía locuras. Pero no era del todo cierto. El último par de meses, con Peter, había estado haciendo un montón de cosas que carecían de sentido desde el punto de vista práctico. Por él, había estado dispuesta a saltarse las normas, a actuar en contra de lo que parecía exigir la lógica, a limitarse a hacer lo que le dictaba el corazón.

Y, sinceramente, eso la asustaba un poco.

Desde el momento en que había conocido a Peter, había tenido claro que le causaría toda clase de problemas. Lo había visto venir desde su primera sonrisa. Al volvérselo a encontrar, se había dicho a sí misma que estaba siendo cautelosa, y que solo se divertían juntos. Pero las últimas semanas habían ido más allá de la diversión y le habían demostrado lo asombroso que podría ser tener a Juan Pedro Lanzani en su vida.

Esa mañana, cuando Peter le había comentado que se avergonzaba de él, la había hecho sentirse… mal. Porque, aunque verse a escondidas resultaba emocionante, sabía que él se merecía algo mejor. Pero el tema la había tomado desprevenida en aquel preciso instante.

Así que, había llegado el momento de tomar una decisión. Podía dejar que Peter saliera por segunda vez de su vida y resguardar su perfecta reputación como Labogada Lali, la ayudante estrella de la fiscalía, que nunca cometía ningún tropiezo en el trabajo y que tanto se había esforzado para ser tomada en serio en su profesión. O podía asumir el riesgo de que su imagen se viera perjudicada ante su jefa y sus compañeros de trabajo, cuando revelara que estaba saliendo con el Terrorista de Twitter, su antiguo testigo y el ex-convicto más famoso procesado en la historia reciente de su oficina.

Reflexionando acerca de todo eso, Lali entró a su departamento y dejó la cartera y las llaves sobre la mesa de la cocina. Fue hasta su dormitorio y se despojó del sastre gris y de los zapatos que había tenido puestos durante todo el día. Se acercó al ropero y colgó el sastre junto a los demás, en una ordenada hilera de sacos: negro, azul marino, gris, beige, marrón…

Luego, instintivamente, su mirada se desvió hacia la caja de zapatos que se encontraba en el estante superior y guardaba la camisa de franela de Peter.

Recordó lo que le había dicho esa noche, después de besarlo.

Se me ocurrió dejarme llevar, para variar.

La cuestión era hasta dónde estaba dispuesta a llegar.

Continuará…