Capítulo 37

Hola, hola!!! Cómo les va?! Ojalá su día haya sido bueno o por lo menos llevadero ;) Y si no… a ponerle ganas así mejora para terminarlo! Gracias por sus comentarios y apoyo, por leer y estar ahí, del otro lado! Gracias, gracias y más gracias… Son increíbles y me encanta tenerlas de lectoras! Son un mimo y una alegría diaria, GRACIAS!!!! Nos leemos mañana, besos :D

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

–Conozco a un montón de gente en esta ciudad. ¿Por qué no nos subimos al techo de la casa y gritamos a los cuatro vientos que tú eres el padre de mi hijo?

–Buena pregunta, ¿por qué no?

Capítulo 37:

–Porque yo no quiero.

–¡No pienso irme, Lali!

–Para mí, el trato todavía tiene validez –dijo ella.

–Entonces estamos en un callejón sin salida –dijo suavemente Peter.

Ella hizo un esfuerzo por ponerse de pie, y tiró sin querer unos bulbos.

–Es un callejón sin salida porque tú lo quieres. Cuando dos personas hacen un trato, deben romperlo los dos. ¡No sé cómo hacértelo entender!

–El trato –dijo perezosamente, pasándose los dedos por la frente–. Ahora me doy cuenta de por qué lo hice. Es tan obvio, y sin embargo no me di cuenta hasta ahora. Elegí la vida, Lali, ¿no te das cuenta? He estado como un zombi durante dos años, medio muerto, y entonces llegaste tú con esa loca idea y la acepté. Mi subconsciente sabía lo que ocurría aunque mi cerebro no. He querido a este bebé desde el principio. Así fue.

Nada de lo que hubiera dicho él la hizo sentir mejor. Al contrario, sus palabras parecían ahogarla, quitarle la respiración.

–¡No quiero ni siquiera hablar contigo! ¡Por mi parte, el trato sigue en pie!

–¡No puede seguir en pie!

–¡Me fastidia estar discutiendo todo esto! ¡Me voy adentro! –exclamó Lali.

Peter la vio alejarse corriendo por el sendero de piedra que rodeaba la casa. Estaba desesperado. ¡Cómo odiaba que ella lo apartara así!

Entonces, de repente, escuchó a Lali gritar su nombre.

Corrió hacia ella. Había tropezado con una piedra y se había caído de rodillas.

–¿Lali, estás bien?

–El costado. Me duele. ¡Ay, Peter! ¿Le habré hecho daño al bebé?

–Por supuesto que no –dijo Peter, rogando que fuese cierto–. ¡Voy a abrir la puerta del auto, vengo enseguida!

En unos segundos estuvo de nuevo a su lado.

–Pon los brazos alrededor de mi cuello –y la levantó con todas sus fuerzas y la llevó a su auto–. Estás más pesada que de costumbre.

Ella no contestó nada. Tenía la cara hundida en su hombro.

La dejó en el asiento de adelante. Estaba pálida. Conocía bien la ciudad como para saber cuál era la forma más rápida de llegar al hospital.

Al llegar a emergencia la pusieron en una silla de ruedas y la llevaron a un consultorio, desde el cual llamaron a su obstetra por el interno.

–No ha sido tu culpa, Peter. Mi mamá siempre me decía que debía controlar mi carácter... –le dijo Lali susurrando.

–Yo fui el que empezó la pelea.

–No importa lo que pase, no es culpa tuya –dijo ella enérgicamente tomándole la mano–. ¡Mírame, Peter! –Peter tenía la mirada perdida, parecía atormentado–. Tienes que creerme. Yo sabía que esa piedra estaba floja. Llevaba tiempo pensando que tenía que pedirle a David que la fijara bien.

–Jamás me perdonaré si...

–Lali, ¿qué has hecho? –el doctor Gutiérrez era un hombre de unos sesenta años, y tenía el aspecto del médico sencillo en el que se puede confiar.

Lali se relajó, y le presentó a Peter como un amigo. Luego le contó lo ocurrido.

–¿Puede esperar un momento fuera, señor Lanzani? –le dijo el doctor Gutiérrez, sabiendo que no era un amigo de Lali.

–Que se quede, si quiere –dijo Lali con sinceridad.

Realmente no lo culpaba, pensó Peter. La madre de Jimena, en el funeral, había llegado a decir que si él hubiera estado manejado aquel día no habría sucedido. Pero Lali no lo estaba culpando de nada.

–Me quedo –dijo él.

–No hay más que un músculo contraído, Lali. No hacía falta que vinieras. Pero quiero que hagas reposo durante tres o cuatro días. Y no quiero que estés sola.

–Yo me quedaré con ella.

–Perfecto. Llamaré a la enfermera para que te limpie las heridas de las rodillas. Y después puedes irte a casa. Por favor, tómatelo con calma, aunque sé que el estar sentada sin hacer nada no te gusta en absoluto.

Lali se sintió aliviada. Y en pocos minutos salieron del hospital, ella del brazo de Peter, sabiendo que viviría con él los próximos días.

–Hazme acordar de eliminar los caminos de piedra del jardín –le dijo ella.

–No creo que te haga falta que te lo recuerden.

Peter la llevó a casa, y la ayudó a quitarse la ropa.

–El camisón está debajo de la almohada.

Era la primera vez que él estaba en una situación así, y se sentía un poco torpe. Ella se sentía extraña, y no lo disimulaba, como si fuera una joven tímida que jamás hubiera hecho el amor con él en esa cama.

–Lali, quiero que sepas algo. No he venido a Rosario para tratar de controlar tu vida o para complicártela. He vuelto porque te amo.

–¿Quererme? –preguntó ella sorprendida.

–Me di cuenta una mañana, en el subte de Buenos Aires –sonrió él–. Lamento haber tardado tanto en darme cuenta.

–Pero...

Continuará…