Capítulo 33

Buen día! Cómo empezaron el domingo?! Espero que a full y lo disfruten mucho! Ya empezó febrero y comienza la cuenta regresiva para que muchas volvamos a la “rutina”! Pasen un buen domingo y nos estamos leyendo ;)  

P.D.: Para las que querían saber cuánto falta para el final, les cuento que son 12 capítulos más y el epílogo! Así que ya no falta nada!

Twitter: @Caparatodos

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«Es a Lali a quien quiero». «Es a Lali a quien amo».

Y con la fuerza que da la claridad de mente se dijo que pelearía por lo que quería con toda su alma.

«Tengo que decírselo ya mismo», pensó.

Capítulo 33:

Su primer impulso había sido volar ese mismo día a Rosario, pero finalmente tardó más de una semana en viajar.

A pesar de los consejos de Bruno, decidió pensar bien las cosas.

Amaba a Lali, y quería casarse con ella, pero ella no quería casarse. Lo primero que haría sería mudar su oficina a Rosario durante un tiempo. De esa forma podría seguir el consejo de Bruno y conquistarla, con o sin rosas. Que ella se tomara su tiempo. No tenía que apurarla, sino hacer que ella se acostumbrara a la idea de que él la amaba.

Le pidió a la señora Torres que le alquilara una suite en un edificio especial para ejecutivos que pasaban allí temporadas largas. Trabajó mucho antes de irse para dejar encaminados varios proyectos en los que estaba trabajando, y gracias a los avances de la ciencia, con el internet y la computadora había logrado arreglar todo como para poder trabajar desde Rosario.

Soñaba con tener a Lali a su lado. Sabía que no caería en sus brazos el primer día, no era tonto, pero sabía que si seguía su estrategia terminaría cayendo.

Llegó a Rosario alrededor del medio día. En lo que deshizo las maletas y comió algo se le hizo la media tarde.

Entonces tomó aliento, y decidió llamar a Lali.

Le saltaba el contestador. Y en su estrategia no estaba el avisarle de su llegada. Colgó. Miró el periódico y decidió ir al cine.

Llamaría a Lali al día siguiente por la mañana.

Tendría que llamar a su madre también.

Los árboles estaban sin hojas, y el aire era frío. Peter se cerró la casaca. Lali estaría en algún lugar de la ciudad. Y él finalmente había aclarado sus sentimientos.

Al llegar al cine había cola. El aire estaba lleno de olor a pochoclos.

Las puertas del cine se abrieron. Mientras esperaba para comprar pochoclos, Peter se dedicó a mirar las caras de la gente que salía. Le gustaba ver en sus rostros cómo les había afectado la película. La gente fue desapareciendo, hasta quedar unos pocos. Entre ellos estaba Lali, con una mujer de pelo castaño a su lado.

El corazón se le aceleró.

–¿Qué desea, señor? Disculpe, ¿lo puedo ayudar en algo? –le preguntó la chica que atendía el mostrador.

–Lo siento, cambié de idea –contestó él, y se salió de la fila. Lali no lo había visto. Peter fue detrás de la gente hasta acercarse a ella.

–¡Lali! –le gritó ansioso.

Lali apretó el brazo de Cande. Conocía esa voz entre miles, Sintió pánico.

Era Peter. Como siempre, parecía más grande y más guapo, pensó ella.

–Hola, Peter.

Peter tenía el pelo despeinado, los ojos sonrientes.

Y ahora le sonreía con toda la cara.

–¡Estás guapísima! ¿Cómo te sientes? –Peter puso las manos sobre sus hombros y le dio un beso en la boca.

Ella sintió la calidez de su mejilla, la seguridad de sus labios. Y luego se separó de ella. Ella hubiera deseado pegarlos más a su cuerpo, jalándolo de la casaca, y besarlo hasta hartarse.

–Esta es Cande, mi mejor amiga.

Peter le dio la mano.

–Soy Juan Pedro Lanzan. –Los ojos de Candela se agrandaron. Y Peter pensó que seguramente Agustín le habría contado la historia–. Me mudé a Rosario por un tiempo.

–¿Te viniste a vivir aquí por un tiempo?

–Sí, llegué esta mañana–y observó la cara de incredulidad de Lali–. Déjenme invitarles un café –y les sonrió.

–¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Rosario? –preguntó

–Un par de meses, seguramente.

–Bueno...

Es decir que estaría allí cuando naciera el bebé, pensó Lali.

–¡Me muero por un té de hierbas! Agustín está con los niños, así que no tengo ningún apuro hoy. Podemos tomar algo. ¿Te parece bien, Lali?

No, no le parecía bien.

Peter tomó su silencio como un sí, y la agarró del codo. Ella estaba furiosa. Furiosa con él. Furiosa con su mejor amiga. ¿Qué se creía él? ¿Que podía aparecer por Rosario cuando le diera la gana y desaparecer como si nada, como si no hubieran pasado dos meses?

En cuanto tuviera la oportunidad le dejaría claras las cosas.

Lali subió las escaleras entre Cande y Peter como si fuera un preso escoltado.

El bar del cine estaba decorado delicadamente y había una mesa libre para tres en un rincón.

–Un té de hierbas, por favor –dijo Lali cuando el mozo se acercó a atenderlos.

–¿No vas a pedir ninguna torta?

–No puedo aumentar más de un kilo y medio más.

–Puedes comer un trocito de la mía, si quieres –dijo Cande, y en cuanto pidió Peter, se levantó.

–Voy al baño. Ahorita vuelvo. No te comas toda mi torta.

–Te llamé en cuanto llegué. ¿Quieres venir a cenar conmigo mañana por la noche? –le dijo Peter apenas vio a Candela alejarse.

Continuará…