Capítulo 45

Buenos días su señoria matatirutirulai! Cómo están muchachas?! Espero que hayan empezado el día con el pie derecho y lo sigan así o mejorando!!! Gracias por todos sus comentarios, me encanta que les guste y estén enganchadas con la nove! Eso me hace feliz y nada… sorry que ayer ya no les pude subir! Ahora les subo temprano y a la noche el epílogo quieren??? Y mañana, mañana ya tendríamos un problema porque todavía no sé cual voy a subir jajajaja :$ pero seguro nos leemos, vamos con fe! ;) Un besote y nos leemos más tarde! Tengan buen día!!!!

Twitter: @Caparatodos

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Necesitaba decírselo, y decirle que lo amaba, que lo quería a su lado. Que lamentaba profundamente haberlo apartado de su vida insistentemente.

Capítulo 45:

Peter estaba en Mendoza pasando el fin de semana, invitado a almorzar por Raúl Lozano.

Después de un día de trabajo bastante ajetreado, el sábado, volvió tarde al hotel, se dio una ducha y llamó a su casilla de voz para escuchar los mensajes de la contestadora. El tercero lo dejó paralizado en la silla. Era el mensaje de Lali. Y por un momento pensó que estaba soñando.

–Te amo... –decía–... hola, hola y hola el resto de mi vida...

Volvió a escucharlo.

No estaba soñando. Era la realidad.

Con mano temblorosa, llamó a Lali. Pero escuchó una serie de ruidos, y la interferencia en la línea. Finalmente llamó a la operadora, la cual le dio a entender que las líneas de Rosario estaban cortadas debido a la tormenta.

Llamó al aeropuerto. El último vuelo a Rosario salía en cuarenta y cinco minutos, aunque posiblemente aterrizaran en Corrientes debido al mal tiempo. Reservó un pasaje y pidió un taxi. Fue el último pasajero en subir al avión. Con una ansiedad agonizante, comió todo lo que le pusieron delante, bebió un café fuerte, y esperó a llegar con los dedos entrelazados nerviosamente.

El aterrizaje no fue fácil. El piloto estuvo sobrevolando el aeropuerto de Rosario durante unos quince minutos, antes de decidirse a aterrizar. Como tenía un pasaje en primera clase, fue el primero en bajar del avión. Caminó a toda velocidad por los corredores del aeropuerto.

Pensó en llamarla por teléfono, pero decidió ir a verla directamente. Hasta que no salió del aeropuerto no se dio cuenta de la gravedad de la tormenta.

–Le pagaré el doble, si consigue llevarme a esta dirección –le dijo al primer taxista.

–Veré lo que se puede hacer –contestó el hombre–. Las tormentas muchas veces toman por sorpresa a la gente. Hace un par de días cambié las llantas por unas mejores. Mi mujer me dijo: el año pasado no las pusiste hasta más tarde, Carlos, y perdiste clientela... Este año hice bien en hacerle caso...

–No sé qué pasará aquí –le dijo el taxista al ver el estado de las calles cuando llegaron al barrio donde vivía Lali.

Peter había pensado que al acercarse a la casa de Lali su ansiedad iba a disminuir, pero ahora se daba cuenta de que cada vez era mayor. No veía la hora de abrazarla, de tenerla entre sus brazos y escuchar sus palabras de amor saliendo de su boca. El niño no nacería hasta después de dos semanas, pero necesitaba ver a Lali esa misma noche.

–Tal vez sea mejor que me baje y vaya caminando. Creo que puedo llegar en unos diez minutos más o menos –dijo al taxista.

–¡Espere! Me parece que el agua está disminuyendo.

Entonces, Peter se dio cuenta de que las calles estaban completamente oscuras, y que las casas estaban iluminadas sólo por velas. Era el momento más inoportuno para que Lali estuviera sola, sin calefacción, sin luz y teléfono. ¡Gracias a Dios que él había recibido el mensaje¡

Las casas de los vecinos parecían vacías. Pero le pareció que había una luz de una vela en la casa de Lali.

Sacó la billetera, le pagó el doble al taxista y le dio una buena propina.

–Mira, Carlos. Seguramente no habrá necesidad de esto, pero, ¿podrías esperar unos minutos mientras me aseguro de que ella está bien? Está embarazada de nueve meses.

Peter tuvo que luchar contra la fuerza del viento incluso para abrir la puerta del taxi.

Tocó el timbre. No abrió nadie. Volvió a tocar. Entonces se dio cuenta de que estaría cortada la luz, y golpeó con fuerza la puerta con su puño. Había luz en casa de Lali. Así que tenía que estar adentro. Y no se habría ido a la cama dejando una vela encendida...

Volvió a golpear la puerta. Antes de ir hacia la puerta trasera de la casa, se le ocurrió intentar abrir la puerta de entrada. La puerta cedió; estaba abierta.

–¿Lali, dónde estás? –gritó.

Se sacudió un poco y fue hacia la sala. Lali estaba recostada sobre el sillón. Con una sola mirada, descubrió la pila de toallas, el recipiente con agua, la ropa del bebé. En un gesto de admiración hacia ella, por su coraje y su lucidez, sintió que ésa era la mujer que quería a su lado el resto de sus días.

–Lali, tengo un taxi esperando en la puerta. Te llevaremos enseguida al hospital.

Lali tenía el pelo empapado de sudor, y mientras él la miraba comenzó a jadear como un animal. Él le tomó las manos y ella le clavó las uñas hasta que la contracción cesó.

–Tengo contracciones cada cuatro minutos.

La puerta se abrió nuevamente, y Carlos, el taxista, entró gritando.

–¿Necesitan ayuda ahí?

Los dos hombres llevaron a Lali hasta el auto, y la colocaron dentro. Peter volvió a la casa, apagó las velas y cerró la puerta con llave. Carlos, que tenía un buen sentido de lo que era un melodrama, se abrió paso entre los autos tocando el claxon y haciendo juego de luces.

–Te amo, Peter, te amo. ¡No puedo creer que estés aquí! –le dijo Lali en el primer intervalo entre dos contracciones.

–Gracias al piloto y a Carlos. Yo también te amo, Lali. Apriétame, aquí –ella se sujetó de las muñecas de Peter, y se esforzó por respirar–. Grita, si eso te ayuda, grita si te hace bien –él hubiera dado cualquier cosa por no verla sufrir.

Después de un segundo, que a él le pareció eterno, ella aflojó la mano de su muñeca.

–Carlos, ¿tienes hijos? –le preguntó Peter.

–Sí, cuatro nenes. Mi mujer gritaba como una loca cuando los tuvo...

Lali atravesó la siguiente contracción.

–¿Cómo se va a llamar, Peter?

–¿Cómo quieres que se llame?

–Siempre me ha gustado el nombre Diego… Juan Diego –y luego apretando nuevamente las muñecas de Peter le dijo–: Dile a Carlos que se apure.

Unos segundos más tarde, llegaron al hospital. Carlos fue corriendo a buscar una camilla.

–Dile a tu hijo que se apure, ¡que ya está todo bien! –le dijo Lali y Peter apretó su cara contra la de ella. No era momento para sentirse embargado por el amor, pero no lo podía evitar.

A los tres minutos nació Juan Diego.

Peter jamás olvidaría la expresión de Lali cuando la enfermera se lo dio. Estaba radiante con el bebé.

Luego miró a Peter.

–Te amo.

–Yo también.

–¿Es una tontería que llore cuando soy tan feliz, no? –dijo ella entre lágrimas y guió las manos de Peter hasta la cabecita del bebé.

Continuará…