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—Sé
que lo harás —Lali abrió los ojos de nuevo y respiró profundamente—, pero yo
seré capaz de resistir la tentación. Puedo hacerlo —dijo, más tratando de
convencerse a sí misma que a él.
Peter
no pudo evitar que una sonrisa traviesa se dibujara en sus labios.
—Bueno,
puedes intentarlo.
Capítulo 23:
—Pedro
¿te volviste loco? —exclamó Agustín al otro lado de la línea.
Peter
le pagó al dueño del puesto de periódicos del aeropuerto.
—¿Me
creerías si te dijera que me volví loco, que siento como si flotara y que estoy
completamente enamorado? —le respondió, levantando su maletín del piso.
—No
—contestó Agustín con sequedad.
—Bueno,
está bien, tienes razón —Peter miró los anuncios en las puertas de embarque y
las horas de salida y miró su reloj—: no es verdad. Estoy perfectamente cuerdo,
con los pies en el suelo, y casado con una mujer guapísima, sexy e inteligente
que resulta que es todo lo que buscaba en una esposa.
—Ah,
bueno, no sabía que estuvieras buscando a una cazafortunas —dijo su amigo con
sorna—. De haberlo sabido te habría recordado a cualquiera de las docenas de
ellas que han estado tirándose a tus pies durante los últimos diez años. ¿Cómo
te dejaste convencer?, ¿te puso algo en el trago?
Peter
apretó la mandíbula irritado mientras se dirigía a la cafetería donde había
dejado a Lali.
Había
imaginado que así sería como lo verían los demás, las conclusiones que sacarían
al saberlo, y se había dicho que no le importaba lo más mínimo, pero la verdad
era que le molestaba, y mucho.
—Por
supuesto que no. De hecho, podría hasta decirse que fue al revés.
En
ese momento vio que Lali salía de la cafetería, con un azafatita en una mano en
la que había un par de cafés y una bolsa de papel con facturas, y el maletín de
su laptop en la otra.
Se
detuvo para que no oyera su conversación con Agustín.
—Hey...
Peter, ¿de qué estás hablando? —le preguntó su amigo sin entender.
—Dejé
que tomara de más y no se acuerda de casi nada de lo que pasó esa noche.
—Déjame
adivinar —dijo Agustín con la misma aspereza de antes—: seguro que sí recordaba
que se había casado.
—Sí,
pero por desgracia no recuerda por qué accedió cuando se lo pedí, y me costó
bastante convencerla para que me dé una oportunidad. Estamos volviendo a Buenos
Aires, pero antes haciendo una parada en Mendoza para recoger sus cosas y va a
vivir tres meses de prueba conmigo.
—¿Me
estás bromeando? —preguntó su amigo con tal incredulidad que hasta se le escapó
un gallo.
Peter
no pudo evitar sonreír.
—No.
Ya sé que parece una locura, Agustín, pero sé que es la mujer correcta, y me
gusta muchísimo.
—¿Y
sabe lo de Belén?
—Sí,
se lo conté la noche que nos conocimos. Bueno, lógicamente a la mañana
siguiente no se acordaba, así que se lo volví a contar.
Durante
la charla que habían tenido esa mañana para refrescarle a Lali la memoria, ella
le había preguntado si había tenido alguna relación seria.
—No
puedo creer que ni siquiera me la hayas presentado. Quiero conocerla... ahora
que sé que no te llevó al altar a punta de pistola —dijo Agustín.
Peter sonrió
y empezó a
caminar de nuevo,
levantando una mano
para que Lali
lo viera.
Cuando
ella le sonrió también sintió un cosquilleo en el estómago.
—Ya
te la presentaré.
—Está
bien, pero quiero detalles, así que comienza desde el momento cero.
—Apenas
te fuiste con la camarera se presentó en nuestra mesa la «gimnasta» y me entró
con la que debe ser la peor frase para seducir de la historia.
—¿La
gimnasta? ¡Noooo!
Lali
llegó junto a él en ese instante, y debía haber oído la última parte, porque
enarcó una ceja, como divertida, y se puso en puntas de pie para decir por el
teléfono:
—No
soy gimnasta.
Peter
se rio y sonrió al verla sonrojarse cuando la besó en la sien.
—Está
bien, es verdad —le confesó a Agustín—, no es gimnasta y no era una frase para
seducir...
Lali
se despertó con los rítmicos latidos del corazón de Peter bajó su oído, con el
peso de su brazo alrededor de su cintura, y un torbellino de pensamientos.
Después
de dos días en Mendoza durante los que no habían parado ni un segundo, por fin
habían terminado de embalar todo lo necesario en su departamento.
Se
habían reído muchísimo mientras negociaban las condiciones de esos tres meses:
si dormirían juntos o no, los viajes y obligaciones sociales, los compromisos
profesionales de cada uno...
Con
tanto por planear, no habían llegado a la casa que Peter tenía en Buenos Aires
hasta pasada la media noche y cinco minutos después habían caído rendidos en la
cama.
Soñolienta,
parpadeó para terminar de despertarse, y una sonrisa tonta se dibujó en sus
labios cuando de improviso acudió a su mente la frase «hoy es el primer día del
resto de tu vida».
Se
bajó de la cama con cuidado de no despertar a Peter, bajó las escaleras, y fue
prendiendo las luces por donde pasaba para familiarizarse con la casa y tomando
nota de los detalles que pudieran darle
pistas sobre el hombre con el que se había casado.
Entonces,
sin saber por qué, recordó lo que le había dicho su madre al despedirse de ella
cuando la había llamado por teléfono el día anterior: «Vas a tener que avivarte
y esforzarte más si no quieres perder a este...».
Lali
sacudió la cabeza. Su madre... ¡siempre igual!, pensó con un suspiro. A través
de las mamparas de la sala se veía que la oscuridad de la noche se estaba
diluyendo en la claridad del amanecer.
Dio
un paso hacia allí, queriendo apartar de su mente las palabras de su madre y
los recuerdos que siempre la acompañaban, perderse en aquella belleza que
estaba destapando la salida del sol, pero los fantasmas del pasado ya se habían
apoderado de ella.
Recordó
a todos los «papás» que habían pasado por su vida, aquellos hombres por los que
su madre, María José Riera, había estado dispuesta a hacer lo que fuera y a ser
lo que creía que ellos esperaban que fuera con tal de mantenerlos a su lado.
También
recordó los cambios en la personalidad de su madre y en las metas que había
anunciado cada vez la llegada de un hombre nuevo a su vida. Su determinación de
no encariñarse demasiado con ninguno, por muy simpático o divertido que fuera,
porque aquellas relaciones de su madre nunca duraban demasiado.
Su
madre creía que si se esforzaba lo suficiente, si hacía hasta lo impensado, no
la dejarían, pero todos habían terminado en hacerlo. Ernesto, Iván, Marcelo,
Rubén, Leonardo, José y Darío. Siete maridos que habían entrado
y salido de
su vida, y
su madre todavía
no había entendido
que una relación dependía de dos personas y no solo
de una, y que intentar aferrarse a un barco que se hundía era prolongar lo
inevitable.
¿Estaría
repitiendo los errores de su madre aunque se había prometido cien veces que a
ella no le pasaría?
Continuará…
masssssssssssss
ResponderEliminar@x_ferreyra07
Me encanta!! Ahora se viene lo mejor!! más!
ResponderEliminarOtroooo :)
ResponderEliminarUn poco mas de novelaaaa
ResponderEliminarMe encanto!!! y aora se viene la mejor parte la convivencia!!!
ResponderEliminarEspero el proximo!!
Quiero más!
ResponderEliminarLore
se viene lo mejor :D
ResponderEliminarYa por fin viviendo juntos! Maaas nove
ResponderEliminarCon lo k vivió con su madre,es entendible su miedo
ResponderEliminarme encamto!!!!!!!!!!, seguilaxfa, me podes avisar al twwiter???: @lectura_laliter
ResponderEliminarseguila
besos
jajajajaja agustin se pasa
ResponderEliminarbesos