Capítulo 3

Hola, hola!!! ¿Qué tal todo? ¿Cómo empezaron la semana? Espero que este lunes las esté tratando bien y las impulse a remarla hasta el viernes ;) jajajja gracias por estar ahí, leer, comentar y ser tan geniales!!!! Un beso y mañana nos leemos de nuevo! 

P.D.: Un polo es esto, para las que tenían dudas!

Twitter: @Caparatodos

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Jimena y ella comenzaron a reír, y Lali se puso roja como un tomate y bajó la mirada a la mesa deseando que se la tragara la tierra, o que su vaso vacío se rellenara por arte de magia.

Capítulo 3:

—Puede que ahora no lo veas así, pero estás mejor sin ella.

Molesto, Juan Pedro Lanzani se enderezó en su asiento y removió el whisky con hielo de su vaso con un giro de muñeca mientras escuchaba a su mejor amigo, Agustín Sierra, al que conocía desde hacía años.

—Ya. Intentaré recordármelo.

—Belén y tú han estado casi un año juntos; es normal que estés dolido.

¿Dolido? Peter apretó la mandíbula. Eso no era lo que esperaba cuando Agustín lo animó para ir a Las Vegas para que se olvidara de todo.

—Sería un golpe al ego de cualquier hombre —continuó Agustín—, y con un ego como el tuyo...

Peter resopló molesto.

—Si vamos a hablar de egos, tú tampoco te quedas atrás.

—Sí, bueno, es verdad. Lo único que estoy diciendo es que hace dos semanas estabas dispuesto a casarte con ella, así que no te creo cuando dices que te da igual el hecho de que te haya dejado, como intentas hacer ver.

Peter sonrió.

—Estoy bien, Agus, en serio. Belén era una chica maravillosa, pero cuando me dijo lo que tenía que decirme... me sentí más aliviado que otra cosa.

Por el gruñido que soltó Agustín era evidente que no le creía. Y, bueno, hasta cierto punto podía ser que tuviera razón, pero no en el sentido que imaginaba.

No estaba destrozado porque se hubiera terminado su relación. No podía estarlo porque no había dejado que su corazón pasara a ser parte de la ecuación. Podía parecer cruel, pero era la verdad. Y era algo que Belén había sabido desde el principio.

Lo del amor no iba con él. Conocía muy bien lo destructivo que podía llegar a ser, porque lo había experimentado en carne propia. Lo que él quería era formar una familia. La clase de familia de la que él no había podido ser parte, aunque era lo que siempre había deseado. La clase de familia de la cual su padre no lo había hecho parte porque era un hijo bastardo.

Había  muchas  cosas  de las  que  había  carecido  en  su  infancia,  cosas  que  se  había  enfocado en conseguir ya de grande: dinero, respeto, su propia casa... y el negocio que dirigía con mano dura.

Sin embargo, para formar una familia necesitaba una compañera. Creía haberla encontrado en Belén, que tenía estudios, pertenecía a una buena familia, era una mujer con la cabeza en su sitio y no tenía esa dependencia emocional que mostraban otras mujeres. Parecía la elección perfecta.

O eso había pensado hasta el día en que, cuando estaban comiendo, había doblado su servilleta, la había dejado junto al plato, y le había dicho sin alterarse que quería un matrimonio basado en algo más de lo que había entre ellos. Había pensado que podría conformarse con lo que él le ofrecía, pero se había dado cuenta de que no era así.

Él lo había aceptado. La honraba que hubiese tenido el buen juicio de decírselo a tiempo, antes de que pronunciaran sus votos.

Así que no, no le había roto el corazón. ¿Estaba decepcionado? Pues sí. Pero se sentía inmensamente aliviado de no haberse casado con ella.

—Creo que te sientes solo, que estás triste —continuó diciendo Agustín.

Peter terminó su copa y notó como el alcohol le quemaba la garganta y ese calor descendía hacia su estómago. Necesitaba otra copa.

 —Recuerda que hay otros peces en el agua —añadió Agustín.

¿Dónde estaría la mesera?

—Como las tres chicas de esa mesa, sin ir muy lejos. ¿No las escuchaste? Parece que una de ella es una gimnasta. Seguro que es muy flexible en la cama —dijo Agustín con una sonrisa lobuna.

Peter enarcó una ceja y giró un poco la cabeza.

—¿Cuál de ellas?

Peter se rio.

—No sé; te lo dije para estar seguro de que me escuchabas. Me preocupo por ti.

Peter lo sabía. La amistad de Agustín había sido la única constante en su vida desde el día en que había dejado atrás la pobreza entre la que se había criado y había sido enviado al internado más exclusivo a los trece años. El ser un hijo ilegítimo lo había convertido en un muchacho resentido, y Agustín había tenido la mala suerte de ser su compañero de cuarto. No le había dado muchos motivos para caerle bien, pero por alguna razón le había caído bien, y se habían hecho amigos.

—Lo sé —dijo esbozando una sonrisa—. Bueno, ¿dónde está esa gimnasta?

Dos rondas y unos cuarenta minutos después, Peter se había quedado solo en la mesa porque Agustín, que había estado coqueteando con la mesera, había terminada yéndose con ella.

Sacó su billetera del bolsillo, dejó unos cuantos billetes en la mesa y puso su vaso vacío encima.

Todavía quedaba mucha noche por delante, y no tenía ganas de volver al hotel. Podría ir a una de las mesas en las que estaban jugando cartas, o comer algo, o buscar compañía. O no. Estaba de lo más reticente y...

—Disculpe.

Continuará…