Capítulo 29

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Siete con los que se había casado... Así que había habido unos cuantos más. Peter no podía ni imaginarse lo que debía haber sido para una niña pequeña que sus padrastros entraran y salieran de su vida como si fuera una puerta giratoria. Tampoco entendía cómo su madre podía haberle hecho algo así, pero sabía muy bien cómo eran las mujeres que no podían controlar su corazón, ni siquiera por el bien de sus hijos o de sí mismas. Aunque al menos la madre de Lali había sido capaz de reaccionar y no se había quedado paralizada cuando le habían roto el corazón.

Capítulo 29:

—Cuando se casó con Eduardo yo apenas hablaba con él —le confesó Lali—. Sé que no estaba bien que lo tratara así, pero solo hacía dos meses que se había ido el hombre con el que había estado mi madre antes de él, y yo no quería... encariñarme con él, supongo.

—Te entiendo —asintió Peter.

—Pero  Eduardo  quería  ganarse  mi  confianza,  hacer  que  su  relación  con  mi  madre  funcionase.  Me contaba chistes y cuentos, me llevaba a pescar... Y también conversaba conmigo y me escuchaba, me escuchaba de verdad. Me hizo sentirme... especial. Era como si para él no fuera solo la hija que entraba en el paquete con la mujer con la que se había casado. Claro que ahora, en retrospectiva, me pregunto si no sería más bien que quería encontrar algo que lo uniera a mi madre, con quien en realidad tenía poco en común —le explicó Lali—. Cuando se marchó creí que sería... distinto a los demás. Creía que se despediría de mí, o que a lo mejor me llamaría para decirme que me extrañara y que lamentaba haber tenido que irse. Pero no lo hizo, y supuse que era porque mi madre, cuando acababa con uno de sus novios o se divorciaba, no quería volver  a  saber  nada  de  esos  hombres. Y,  aun  así,  como  él  me  había  dicho  que  me  quería,  seguí esperando, esperando... Y quizá nunca perdí del todo la esperanza de que le importara de verdad, porque esta tarde, cuando lo vi en el supermercado... Dios, Peter..., me comporté como una tonta.

—No, Lali, eso no es verdad.

Que pensara siquiera eso... Peter maldijo en silencio a su madre y a aquel Pete por haberla hecho sufrir de ese modo, por no haberse dado cuenta del impacto que tendría la irresponsabilidad de sus actos. Y encima aquel tipo le había hecho creer a Lali que la quería para luego salir de su vida sin mirar atrás, a una niña a la que le habían roto el corazón una y otra vez.

Si Lali lo dejaba, le daría la felicidad que merecía, se juró a sí mismo. Sería constante en su cariño, sería un hombre con el que pudiese contar.

Lali se despertó sobresaltada y se incorporó como un resorte. Sus ojos recorrieron el hueco vacío a su lado en la cama y el resto de la habitación, intentando centrarse en la realidad del presente, intentando olvidar la pesadilla que aún flotaba en su mente.

En ella se había visto corriendo, perdida en una densa niebla. Iba buscando a Peter, y aunque en la pesadilla se había dicho que aquel matrimonio era un error, había sido incapaz de detenerse y había seguido buscándolo.

De repente  Peter  había  aparecido  a  su  lado,  sus  cálidos  brazos  la  habían  rodeado,  y  la  había calmado susurrándole al oído cosas que no comprendía. Y entonces, al levantar la mirada para preguntarle qué estaba diciendo, se había encontrado con que era la cara de Eduardo, aunque hablaba con la voz de Peter.

«No te preocupes», le había susurrado. «Vamos a ser buenos amigos tú y yo».

Desesperada, había mirado a su alrededor, y había visto a Peter a lo lejos y lo había llamado. Él le había sonreído, y había dicho: «Lo siento, no te recuerdo».

Hizo a un lado las sábanas y se dijo que aquella pesadilla no era más que su mente intentando procesar el mal rato que había pasado el día anterior, pero el pánico que la había invadido no parecía pasar. Tenía que ver a Peter; necesitaba...

—¡Hey!, te despertaste.

Lali se giró hacia la puerta, Peter estaba ahí de pie con un polo y un jean que insinuaba el musculoso cuerpo que se ocultaba debajo de ellos. La sonrisa en sus labios, Lali sintió una punzada en el pecho por lo que estaba a punto de hacer.

Tragó saliva al ver que la sonrisa desaparecía, llevándose consigo la calidez de su mirada, como si hubiera adivinado lo que estaba pasando por su mente.

—No... —murmuró Peter con aspereza.

—Lo siento —murmuró ella levantándose y dando un paso vacilante hacia él—. No puedo hacer esto.

—Mentira —le dijo él. La furia lo había invadido como si hubiera estado esperando el momento para hacerlo—. ¡Ni siquiera lo has intentado!

—Eso no es verdad —replicó Lali—. Sí lo intenté, llevo un mes intentándolo, pero es inútil. No quiero acostumbrarme a una vida que tarde o temprano se derrumbará. Yo no... —se quedó callada y rehuyó la mirada acusadora de Peter.

—¿Tú no qué, Lali? Si esto va a acabar aquí, di lo que tengas que decir.

Lali apretó los puños y trató de ignorar el dolor que sentía en el pecho.

—No confío en ti.

—No, claro que no, ¿por qué ibas a confiar en mí? —le soltó él con sarcasmo—. Al fin y al cabo solo he sido completamente sincero contigo desde el principio —dijo alejándose de la puerta y pasándose una mano por el pelo.

Lali  lo  observó  angustiada  mientras  iba  de  un  lado  a  otro  de  la  habitación,  como  un  león enjaulado.

—No es por ti —le juró—; es por mí.

Él le lanzó una mirada fulminante y soltó una risa áspera.

—¿Eso crees? Y supongo que no hay nada que yo pueda hacer, ¿no?

—No —musitó ella.

Ya había hecho demasiado. Había sido demasiado perfecto. Demasiado perfecto como para que pudiera creer que era real.

Peter se cruzó de brazos y se quedó mirándola fijamente.

—Nunca se te pasó por la cabeza de que este matrimonio podría funcionar. Desde el principio has estado buscando excusas para poder justificar tu ida sin haber arriesgado... nada.

Ella lo miró boquiabierta. Eso no era cierto. Ella... ella... De repente estaba enojada, muy enojada

Consigo misma, con Peter, con Eduardo y con su madre.

—¿Cómo esperas que lo arriesgue todo con alguien que no es real?

—¿De qué estás hablando?

—¡Nada te hace reaccionar, Peter!, nada te molesta, nada te frustra. Da igual lo que te haga, lo que diga, es como si lo único que te importara fuera llegar a la línea de meta: asegurarte de que voy a seguir siendo tu esposa. Todo lo demás te da igual. Siempre te muestras tan calmado, tan encantador, tan razonable, tan racional... Siempre encuentras la solución perfecta a cualquier problema, y me es imposible creer que seas así de verdad porque nadie es tan perfecto, Peter. Por eso no puedo confiar en ti. ¡Por eso tengo que irme!

Continuará…