Capítulo 17

Hola chicuelas!!!!! MUCHAS GRACIAS a todas por sus saludos, sus buenos deseos y lindas palabras! Pero sobre todo por compartir un cumple más conmigo!!! Muchas el año pasado ya me leían en fotolog así que por eso ;) ajajjaa pero aún más y con mayor razón GRACIAS por el aguante que me tienen y por siempre estar ahí! Son lo más, en serio!!!! Besos y nos leemos mañana!!!! 

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—Ok —respondió Lali, aunque no confiaba del todo en la lista de invitados que le había dicho Rocío. Tenía el presentimiento de que también invitaría a Peter Lanzani, aunque sólo fuera para comprobar si la descripción que le habían dado era cierta.

Y tal vez para que ella también pudiera tratar de meterse en su vida amorosa.

Capítulo 17:

María pasó junto a Teresa y entró a la oficina de Peter Lanzani justo antes de la hora de almuerzo, sin previa cita. Su plan era preguntarle algo sobre los preparativos para navidad y luego buscar la forma de invitarlo a comer.

Pero al cruzar la puerta se detuvo bruscamente y se volteó para mirar a Teresa.

—No está aquí.

—Eso mismo te habría dicho si te hubieras esperado un segundo —dijo Teresa con un atisbo de satisfacción en los ojos.

—¿Dónde está?

—Tenía una reunión fuera.

—¿A qué hora vuelve?

—No sabría decirte. ¿Quieres que le diga que viniste?

María pensó qué hacer. Si no le explicaba a Teresa por qué había ido a ver a Peter, cualquiera con dos dedos de frente sabría que su interés era por algo más. Sabía muy bien que todo el pueblo la veía como una buscona. En realidad, sólo había habido un hombre por el que había hecho cualquier cosa, y era Nicolás Riera. Pero después de haberlo perdido dos veces porque el eligiera a Eugenia, era hora de renunciar a ese sueño en particular. Lo único que le había causado era dolor.

En cuanto a Sebastián, se había casado con él por descarte, y no había un solo día en que no se lamentara por ello. No había sido ninguna sorpresa que el matrimonio durara diez años. Lo que sí la había sorprendido era que hubiera sido el mismo Sebastián, tan dulce, simple y despreocupado, quien le pusiera terminarlo. Ella había tenido una hija a la que adoraba, un buen trabajo e independencia económica. Casarse con Sebastián le había traído la respetabilidad que había querido desde niña. Si fuera por ella, podría haber seguido casada durante mucho más tiempo.

—¿Y? —le preguntó Teresa, trayéndola nuevamente a la realidad.

—¿Y qué?

—¿Quieres que le diga a Peter que has venido a verlo o no?

—No —respondió rápidamente—. Gracias, Teresa. Ya lo veré en otro momento.

Teresa murmuró algo incomprensible, pero adoptó una expresión inocente cuando María la fulminó con la mirada.

—Que tengas un buen día —le dijo Teresa.

—Lo mismo digo —respondió María con la misma hipocresía.

Al salir de la oficina, estaba a punto de cruzar la calle cuando vio a Peter saliendo de su auto. El rostro se le iluminó al instante.

—¡Hola! —le dijo—. Te estaba buscando.

Por un momento él la miró confundido, pero enseguida pareció reconocerla.

—¿María?

—Tienes una memoria asombrosa —dijo ella—. Supongo que al principio debe de ser difícil mudarse a un nuevo lugar. Claro que yo no tengo idea de cómo saberlo, he vivido aquí toda mi vida. Conozco Monte Grande como la palma de mi mano, y también los secretos de todo el mundo.

—¿Ah, sí?

María se ruborizó al recibir una mirada vagamente reprobatoria.

—No es que haya muchos secretos… Lo que quiero decir es que conozco muy bien a todo el mundo. Podría ponerte al día, si quieres. Y si tienes tiempo me encantaría invitarte a comer. Sobre todo a Delica’s. ¿Ya probaste la comida ahí?

—Sí —respondió Peter—. Es buenísima, y agradezco tu invitación, pero hoy tengo mucho trabajo y apenas tengo tiempo para comerme un sándwich en mi oficina. Es más, espero que Teresa ya lo haya pedido.

—Otra vez será, entonces —dijo María—. ¿Cómo te va con tu búsqueda de casa? Osvaldo me dijo que estuviste mirando. Con mucho gusto te enseñaría algunas que tengo. Puedo enviarte la información, si quieres.

—Gracias, pero no sé cuándo podré ir a visitarlas —dijo él—. Te llamaré, ¿te parece?

María reprimió un suspiro. Había jugado todas sus cartas, sin éxito, pero esbozó una alegre sonrisa y mantuvo su dignidad. Era lo que llevaba haciendo toda su vida.

—Cuando quieras —le dijo, y se alejó con la cabeza en alto y el orgullo casi intacto.

—¿Ya te clavó el diente María del Cerro? —le preguntó Teresa a penas vio entrar a Peter.

—¿Qué? —preguntó él, distraído—. ¿María? Acabo de encontrarme con ella en la calle. No tengo ni idea de lo que quería.

—A ti —respondió Teresa, siguiéndolo a su oficina—. ¿No te lo advertí el otro día? Te lo aseguro, ya he visto ese brillo en sus ojos. La última vez fue detrás de Nicolás Riera, pero Eugenia se encargó de frenarla.

Peter levantó la mirada.

—Teresa, no me interesan los chismes.

Obviamente, había sido consciente del interés de María. Lo había invitado a comer, y su ofrecimiento para ayudarlo a buscar casa había parecido una idea del momento. Pero no quería compartir aquella información con Teresa.

—Su único interés es venderme una casa.

Teresa puso los ojos en blanco.

—¡Hombres! —murmuró con un bufido—. Te dejé tu sándwich encima de la mesa. Jamón y queso en pan blanco. También tiene lechuga y tomate, así puedes decir que es comida sana.

—Gracias. No me pases ninguna llamada durante quince minutos, ¿está bien?

—También es mi hora del almuerzo. Dejaré activado el contestador automático.

Mejor todavía, pensó Peter. Probó el sándwich y el jugo que Teresa le había dejado y llamó al Beleco Spa para preguntar por Lali. Tenía un verdadero motivo para llamarla y una nueva estrategia para poner en marcha. Y estaba ansioso por hacerlo.

Lali parecía agotada cuando atendió la llamada.

—¿Estás ocupada? —le preguntó él—. Soy Peter.

—Estoy en mitad de un tratamiento. ¿Te puedo llamar en un rato?

—¿Lo harás?

—Claro —dijo ella, aparentemente ofendida—. A menos que me estés llamando para pedirme una cita. Si es así, te digo ahora mismo que no y nos ahorramos tiempo los dos.

Peter comenzó a reír.

—Me encantaría invitarte a salir, pero no creo que mi ego pudiera soportar otro rechazo. Quería hablar contigo sobre el asunto de los vendedores para navidad.

—¿En serio? —le preguntó con tono desconfiado.

—Te doy mi palabra. Osvaldo querrá saber sobre mis progresos y deseo estar preparado.

—¿Quieres que nos juntemos para hablar de negocios… en tu oficina? —no parecía muy convencida, pero sí un poco decepcionada.

Justo lo que él esperaba.

—O donde tú quieras —sugirió él despreocupadamente—. Puedo ir al gimnasio o podemos ir a tomar un café. No creo que eso entre en la categoría de citas. De todas maneras, eliges tú.

Ella se quedó en silencio durante tanto tiempo que Peter pensó que se había cortado la llamada.

—¿Lali?

—Estoy pensando —dijo ella—. Puedes venir a las seis. Tomaremos un té en el jardín. Está muy tranquilo a esa hora.

—¿Vas a dejarme entrar en al spa? —le preguntó él con fingido asombro.

—Olvídalo. Tendrás que rodear el edificio y nos encontraremos en el jardín. Ningún hombre va a entrar aquí por mi culpa.

—¡Lástima!… estuve tan cerca —dijo él, con una decepción no tan fingida—. Entonces, nos vemos a las seis.

—Muy bien —dijo ella. De nuevo parecía distraída.

—Lali… Estoy ansioso por verte.

—¡Son negocios! —gritó ella cuando Peter se estaba por colgar.

—Lo que tú digas, chiquita —murmuró mientras colgaba—. Lo que tú digas.

Continuará…