Capítulo 31

 

Buenas, buena!!! Cómo les va chicas pericas?! Jajaja espero que bien! Gracias por sus mensajes por los 700 000 son LO MÁS! Y nada sería posible si ustedes no estuvieran ahí siempre, dispuestas a leer! ;) Espero disfruten el capi y nos leemos mañana! Besos

Twitter: @Caparatodos

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—Porque son mayores y tienen su propia familia. Pero tú estás solo y me preocupo por ti. Yo no estaré siempre acá, Peter. Necesitas a una mujer en tu vida.

Peter apenas pudo contener un suspiro.

—No empieces otra vez con eso. Me casaré cuando encuentre a la mujer indicada —entonces pensó en lo que acababa de escuchar—. ¿Por qué has dicho que no estarás siempre aquí? No estás enferma, ¿no?

Capítulo 31:

—No, no —respondió ella rápidamente—. En casa insinuaste que habías conocido a esa mujer, pero cuando tu papá y yo vinimos al pueblo con la esperanza de verla, sólo vimos a aquella mujer que salió corriendo antes de que pudieras presentarnos.

—Ya te dije que…

—Ya sé, ya sé, los dos están en una especie de comité —lo interrumpió su madre con impaciencia—. Pero, ¿es ella?

—Mamá, de nuevo estás sacando conclusiones adelantadas. Te prometo que si tengo algo serio con alguien, tú serás la primera en saberlo —se acercó a ella y le dio un beso en la frente—. Y no vuelvas a decir que no estarás siempre con nosotros. Ni siquiera tienes sesenta años. Aún nos queda mucho por aguantarte —añadió en tono cariñoso.

—Eso espero —dijo ella con una débil sonrisa.

Peter se inclinó y recogió las muestras.

—¿Qué te parece si llevamos todo esto a tu carro y te llevo a comer a Delica’s?

Los ojos de su madre se iluminaron al instante.

—¿Tienes tiempo? Me encantó la comida que nos sirvieron. Se lo he comentado a varias amigas.

—Estoy seguro de que Eugenia agradecerá el detalle —dijo Peter en tono irónico. El restaurante Delica’s estaba lleno casi todos los días.

Manejó hasta el restaurante, que ya estaba repleto de autos. Eugenia los saludó en la puerta, visiblemente agotada.

—Está claro que no forman parte de esta invasión de Sombreros Rojos —le dijo a Peter—. Buenas, señora Lanzani. Me alegro de volver a verla. Estamos llenos, pero si pueden esperar un par de minutos les prepararé una mesa en la zona del bar. ¿Les parece bien?

—Perfecto —respondió Peter—. Gracias, Eugenia.

Su madre paseó la mirada por la abarrotada sala.

—He oído hablar de esas mujeres de Sombreros Rojos —dijo—. Parece que se lo pasan muy bien, ¿no es así? Y me encantan esos sombreros rojos. Son un poco llamativos, pero muy alegres.

—Igual que ellas —corroboró Peter, oyendo las carcajadas que llenaban el local.

—He visto a varios grupos como éste en algunos restaurantes de Pilar —comentó su madre—. Casi todas las mujeres parecen tener mi edad o ser mayores que yo. Me pregunto qué harán.

—Tal vez Eugenia sepa —dijo Peter, justo cuando ella volvía para llevarlos a una mesa lo más lejos posible del bullicio—. Eugenia, ¿sabes lo que hacen las mujeres del sombrero?

—No sé si hacen algo en particular —dijo ella—. Sólo sé que vienen a comer una vez al mes y que parecen pasarla genial. Siempre he pensado que todo el mundo debería tomarse un respiro en sus agitadas vidas y reunirse con los amigos para conversar y reír. Rocío, Candela, Lali y yo lo hacemos de vez en cuando, pero últimamente no mucho.

Una joven se acercó corriendo.

—Eugenia, ¡hay un problema en la cocina!

—Voy para allá —dijo Eugenia—. Discúlpenme. Enseguida viene alguien a tomarles el pedido.

—No tenemos apuro —le aseguró Peter.

Entonces levantó la mirada y vio a Lali entrando por la puerta. Ella le sonrió al verlo, pero en cuanto vio a su madre pareció que el pánico se apoderaba de ella y comenzó a correr hacia la cocina.

—Ahorita vengo —le dijo Peter a su madre, y fue rápidamente detrás Lali.

Entró a la cocina detrás de ella y se encontró con Eugenia, Gastón y el chef moviéndose frenéticamente de un lado para otro mientras intentaban preparar la incesante cantidad de pedidos. Eugenia vio primero a Lali y después a Peter.

—Si necesitáis un lugar tranquilo para hablar, me temo que se equivocaron de lugar —dijo mientras servía ensalada en una hilera de platos—. Vayan a mi oficina.

—Sólo vine para recoger el pedido de Candela —dijo Lali, ignorando a Peter.

—Espera cinco minutos —le dijo Eugenia—. Y ahora lárguense de mi cocina los dos.

Peter salió al instante y sostuvo la puerta para Lali.

—Ya que tienes que esperar, es el momento ideal para saludar a mi madre. Tal vez puedan olvidarse de aquel desafortunado incidente de una vez por todas.

Lali frunció el ceño.

—¿Desafortunado incidente? —repitió en voz baja—. No voy a permitir que le restes importancia a lo que ocurrió, Peter. Tu madre intentó destruirme. Y lo habría conseguido si Isabella no hubiese sido mi jefa.

Peter se disponía a decirle que no fuera tan dramática cuando Claudia apareció a su lado.

—¿Está todo bien? —preguntó. Sus palabras iban dirigidas a él, pero tenía la mirada fija en Lali.

Por la expresión de su cara, como si hubiera chupado un limón, era obvio que la había reconocido.

—¡Tú!

Continuará…