Capítulo 49

Hola, hola!!! Cómo les va?! Muchas gracias por estar siempre, soy repetitiva, lo sé! Pero es que día a día se los agradezco de corazón!!!!

Este capítulo va dedicado a Rita (Mueroxksiangeles) espero y te deseo todo lo mejor en esto que estás viviendo! Que ese sueño y deseo se cumpla en este fin de año y el prox te llene de momentos inolvidables junto a ese nuevo miembro de la familia ;) Un beso enorme y ya me contarás como va todo! 

Y chicas, mañana 12.12.12 pidan, de ser posible a las 12.12, algo que realmente deseen y pidanlo con el ♥... puede ser una pavada, pero quien les dice ;) Besos y nos leemos mañana!!! Las quiero!

Twitter: @Caparatodos

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Tal vez el estúpido plan de Nicolás hubiera funcionado, pensó Peter. Si Lali lo había extrañado aunque hubiera sido sólo un instante, si se había preguntado si él había perdido el interés, aquella horrible semana habría valido la pena.

Capítulo 49:

La casa dedicada a la venta de árboles tendría que haber sido la peor pesadilla de Lali, pero pasados unos minutos entre los pinos recordó las maravillosas navidades que había vivido en su infancia. Navidades con galletas, bastoncitos de caramelos y un árbol que decoraban ella y su hermano.

El aire era frío y cada paso sobre la alfombra de agujas de pino liberaba la fragancia fresca de los árboles.

—¿Tienes frío? —le preguntó Peter, rodeándole la cintura con los brazos.

Lali se apoyó contra él por un momento.

—No, es muy lindo —levantó la vista hacia él—. ¿No te parece que huele demasiado bien?

—Huele como los productos de limpieza que usan para limpiar mi oficina.

—Nada que ver. Huele como tiene que oler una mañana navideña.

Peter se encogió de hombros.

—En mi familia, los árboles siempre eran artificiales.

—¿Nunca tuviste un árbol de verdad? —le preguntó ella con incredulidad.

—No que yo me acuerde. Los decoradores insistían en que un árbol artificial era mucho más práctico.

—¿Decoradores? ¿No adornaban el árbol ustedes mismos?

—Los árboles —corrigió él—. Teníamos un árbol en cada habitación. Los decoradores necesitaban semanas para convertir la casa en una especie de parque de atracciones.

—Me cuesta imaginarlo. ¿Y los adornos? ¿Hiciste alguno?

—Hice algunos en el colegio, pero nunca se colocaban en los árboles. Mi mamá insistía en que la decoración era sagrada, y nos advertía a mis hermanas y a mí que no rompiéramos nada o tendríamos que pagarlo de nuestra propina.

—Qué feo —dijo ella. Esa confesión confirmaba la impresión que había tenido de la señora Lanzani—. ¿No tenían ninguna tradición familiar?

—Sólo la misa de Nochebuena. Ah, y las fiestas que empezaban a comienzos de diciembre. Mis hermanas y yo no pudimos asistir hasta que fuimos lo bastante grandes para saber comportarnos.

—Pero la navidad debería de ser mágica, especialmente para los niños —dijo Lali.

—Así fueron mis navidades —repuso él—. Nunca tuve otra cosa.

—Ahora entiendo por qué no significan mucho para ti —Peter nunca había conocido la magia de la navidad, mientras que ella había perdido esa magia por culpa de una tragedia. No sabía qué era peor.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Tus navidades fueron siempre agradables?

Lali dudó antes de responder, sintiendo cómo la invadía la nostalgia.

—Lo fueron cuando era pequeña.

—¿Por qué dejaron de serlo?— .Ella abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Si se lo contaba, perdería la bonita sensación que había disfrutado entre aquellos árboles. —¿Qué sucedió, Lali? —insistió él.

Lali suspiró y empezó a hablar lentamente.

—Tenía un hermano mayor… Joaquín. Era el mejor —cerró los ojos y se lo imaginó, alto y orgulloso con su uniforme del equipo de fútbol y una chica en cada brazo—. Había ganado una beca de atletismo para ir a la universidad. Mis padres estaban muy orgullosos de él, ya que ninguno de ellos había podido ir a la universidad. Mi padre trabaja en el campo y en el mismo lugar donde trabajaron su padre y su abuelo antes que él. Quería algo más para Joaco.

Peter se limitó a asentir y esperó a que ella siguiera. Los ojos de Lali se llenaron de lágrimas.

—Era Nochebuena —dijo, perdiéndose en los recuerdos de aquella fatídica noche que había cambiado su vida—. Yo tenía quince años y Joaquín acababa de cumplir dieciocho. Todos habíamos ido a la iglesia, pero él iba en su propio auto porque había recogido a su novia de camino a la iglesia. Al terminar la misa, dijo que nos vería en casa… —la voz se le quebró y tragó saliva.

Peter le tocó la mejilla, mirándola con compasión.

—¿Qué sucedió?

—Nunca llegó a casa —dijo ella. Se detuvo un momento para tomar aire—. Después de haber dejado a su novia, su auto patinó y se estrelló contra un árbol. La policía dijo que seguramente iba demasiado rápido. Murió al instante.

—Dios mío… Lo siento mucho, Lali —dijo Peter, limpiándole las lágrimas que resbalaban por sus mejillas—. No puedo ni imaginarme cómo debió de ser.

—Desde entonces, nunca más volvimos a celebrar navidad —dijo ella—. Al año siguiente quise sacar los adornos y mi mamá se derrumbó. Mi padre los volvió a guardar en el ático y no volví a intentarlo.

—No me extraña que odies esas fechas —dijo él—. Están inevitablemente asociadas a un recuerdo horrible.

—Irónicamente, no odio la navidad por la muerte de mi hermano —intentó explicarse ella—, sino por la manera en que su pérdida cambió a mis padres. Siempre habían sido muy cariñosos y atentos, pero desde aquella desgracia fue como si yo también hubiera dejado de existir —miró a Peter a los ojos—. No sabes lo sola e infeliz que puedes sentirte cuando dejas de importarles a tus padres.

—Mis padres siempre han estado encima de mí, atosigándome con un montón de responsabilidades y expectativas que nada tenían que ver con lo que yo quería. Lo soporté hasta que me gradué en la universidad como Abogado, pero desde ese momento hice las cosas a mi manera. Y fue entonces cuando empezó el verdadera lucha —sacudió la cabeza—. No, no sé lo que se siente el ser ignorado, pero imagino que debió de ser muy doloroso.

—Lo sigue siendo.

—¿Cuántos años pasaron desde aquel día?

—Casi veinte años, y nada ha cambiado. Hace unas semanas llamé a casa y mi mamá apenas me reconoció. Cuando le pregunté si podía hablar con mi papá me mandó cualquier excusa, y ni siquiera creo que le dijera que había llamado. Siempre es igual, pero de todas formas lo sigo intentando. Mantengo la esperanza de que algún día se acuerden de que tienen otra hija. Una hija que está viva y que los necesita.

Tembló y Peter se apresuró a quitarse la casaca para abrigarla. Lali ni siquiera intentó decirle que nada podía aliviar su escalofrío interno. En vez de eso, dejó que su calor la envolviera y aspiró el olor a limón de su colonia. No era suficiente para borrar los recuerdos, pero al menos era una sensación muy agradable.

Continuará…