Capítulo 28

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—Peter, trabajo en una tienda. La gente habla. Apuesto a que conozco un poco de la vida de todo aquel que haya vivido en Arcadia alguna vez.

—¿Nunca te has cansado de vivir en un lugar donde no hay secretos?

Capítulo 28:

—Hay dos maneras de verlo. O la ciudad está llena de chismosos o la gente se preocupa mucho por ti. Personalmente creo que es una mezcla de ambas cosas. Sin embargo, en Arcadia hay secretos. Todavía no sabemos lo que le sucedió a Erika.

Los comentarios de Lali sobre la situación financiera de la familia tuvieron más fuerza cuando estuvieron cerca. La madera de la entrada estaban partida, la pintura descascarada. La casa no tenía timbre y Lali usó el pesado llamador de bronce. De repente, su misión le pareció arcaica y tan pesada como el llamador. Se había puesto un vestido de color turquesa aquella mañana soleada. Pero en la puerta de la mujer cuya niña había desaparecido hacía tiempo, el conjunto le parecía frívolo.

—¿No llamaste para avisar que veníamos? —preguntó Peter, cuando nadie abría la puerta.

—La verdad es que no. Iba a hacerlo, pero tuve miedo de que no quisieran recibirnos.

La puerta se abrió de par en par antes de que Peter pudiera expresar su disgusto. Apareció una mujer pequeña con la cara cubierta de profundas arrugas y el pelo negro poblado de mechones canosos. Lali sabía que se trataba de Martha, pero su aspecto había cambiado tanto que no la hubiera reconocido si se la cruzaba por la calle.

Había sido una mujer de pelo negro y curvas generosas. Martha no tuvo dificultades en reconocerla.

—Lali Espósito. ¡Qué sorpresa! Me alegro mucho de verte.

Su voz sonaba más áspera que antes. De pronto, notó la presencia de Peter que se había quedado a un lado. Su rostro palideció visiblemente.

—Hola, Peter.

La preocupación también se hizo visible en la expresión de Peter.

—Buenas, señora Calderón. No deberíamos de haber venido sin avisar. Ahora me doy cuenta de que no ha sido lo correcto. Si verme le molesta, me iré inmediatamente.

Martha era delgada, pero se mantuvo firme y pareció sacar fuerzas de fragilidad. Todavía eran visibles en ella las huellas del sufrimiento por la desaparición de Erika y el fatal ataque al corazón que había sufrido su marido el año anterior. Sin embargo, Martha era una sobreviviente.

—No seas tonto. No me molestas. Es sólo que verte… despierta muchos recuerdos. Es una tarde hermosa y pensaba sentarme en la terraza. ¿No les importa acompañarme en vez de pasar?

Lali y Peter siguieron el ejemplo de Martha y se sentaron en sillones de mimbre. Martha no había preguntado a qué se debía su visita y Lali dudaba de que llegara a hacerlo. Una anfitriona educada y chapada a la antigua tenía que esperar a que sus invitados expresaran las razones de su visita. Martha se limitó a manifestarle a Peter sus condolencias por la muerte de Claudia y se sentó a esperar.

—Debe preguntarse por qué hemos venido a visitarla —empezó Lali sin más preámbulos.

Pero al mirar a Peter se dio cuenta de que se sentía incómodo por la posibilidad de que la conversación hiriera a Martha y la hiciera sufrir aún más. Lali se sorprendió de la madurez de su actitud. Atrás había quedado aquel muchacho que disfrutaba de ser el sinvergüenza impenitente y despreocupado que todos creían. Lali intentó asegurarle sin palabras de que pretendía ser lo más delicada posible.

—Señora Calderón, sé que esto le va a hacer recordar cosas que quizás preferiría olvidar. Pero Peter y yo necesitamos su ayuda.

Martha se inclinó hacia delante y fijó los ojos en el horizonte. Su mirada parecía estar muy lejos de los horribles misterios que había enterrados en Arcadia.

—¿Y cómo puede ayudarlos una vieja como yo? —preguntó Martha sin dejar de mirar el paisaje.

—Señora Calderón, ha ocurrido algo terrible —dijo Lali con toda delicadeza de que fue capaz—. Otra niña pequeña ha desaparecido. Su nombre es Luz Fonsi y su familia vive pocas casas de donde vivía usted. Tenía que pasar la noche en casa de una amiga, pero cambió de idea y volvió caminando a su casa. Hay sólo unas cuantas cuadras, pero no llegó.

Martha continuó sentada tan inmóvil que Lali pensó que no la había escuchado. Poco a poco, su cara adquirió una expresión de infinita tristeza.

—¿Cuántos años tiene?

—Ocho —dijo Peter tan dolorido como Martha.

Erika lo había adorado como el hermano mayor que nunca había tenido. Erika había desaparecido a los siete años.

—¡Ay, Dios! —exclamó la mujer, llevándose la mano a la boca.

—Todo Arcadia cree que fui yo, señora Calderón. Siguen sin confiar en mí. Mucha gente continúa pensando que yo fui el responsable de la desaparición de Erika.

—¡Por supuesto que tú no tuviste nada que ver! —exclamó Martha—. Sólo un tarado podría pensar una cosa así.

—¿Y por qué cree usted que no fue Peter quien lo hizo? —preguntó Lali.

Dos pares de ojos sorprendidos se clavaron en ella. Los de Peter eran más penetrantes porque la pregunta le parecía absurda viniendo de alguien que conocía la verdad.

—Porque es verdad, por eso.

—No me refería a eso —insistió Lali—. Ya sé que Peter no lo hizo; lo que pregunto es cómo lo sabe usted. ¿Por qué está tan segura de que no tuvo que ver con la desaparición de Erika?

—Cuando tengas mi edad sabrás algunas cosas sobre las personas. Sé que Peter no la secuestró porque no es la clase de persona que va por ahí haciéndole daño a la gente. Y mucho menos a Erika. Yo siempre supe que era la niña de sus ojos.

—En eso, señora Calderón, tiene usted una razón —comentó Peter.

—Además —continuó Martha, mirando a Lali fijamente—, Claudia y yo estábamos al tanto de que Peter desaparecía todas las noches para verse contigo. Hubiera apostado mi vida a que estaba contigo aquella noche.

Lali abrió mucho los ojos. Miró a Peter, pero éste también estaba sorprendido y trataba de digerir la información. Para él era nuevo saber que su madre supiera las razones que tenía para no querer volver a Arcadia.

Continuará…