Capítulo 42

Holillas y buenas tardes a todas!!!! :D Gracias por sus comentarios, son geniales! Me pone feliz que les esté entreteniendo la maratón, está bueno como para amenizar el domingo y bajarle a la tensión ;) Besos y hasta en un rato!

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—No se preocupen. Les aseguro que tendré cuidado, pero no será de Peter. Alguien destruyó mi habitación, ¿recuerdan? Y ahora, si me perdonan, me voy.

Lali se fue con la cabeza en alto. Ana y Joaquín intercambiaron una mirada y sacudieron la cabeza con preocupación.

Capítulo 42:

La tarde del día siguiente, Lali caminó hacia la casa de Peter disfrutando del olor de la primavera. Recordó haberle dicho a Daniel que en Arcadia, el buen tiempo se daba por sentado. La vida era tan corta y tan insegura que dar algo por sentado lo consideraba un error. Tenía que recordarlo la próxima vez que viera a Patricio porque le había prometido que se haría cargo del negocio mientras ella arreglaba los destrozos de su casa.

Había pasado el día ordenando su casa en compañía de su hermana y había sentido la necesidad de arreglarse cuando Peter la había llamado para invitarla a comer. Estaba casi en la puerta cuando Peter apareció en la entrada con una bermuda y un polo. Parecía más un sueño que un loco.

—Estás preciosa —dijo él—. Pero me parece que se me escapa algo. ¿No íbamos a poner unas hamburguesas en la parrilla?

Lali se había puesto una falda blanca y una blusa de algodón rosa con rayas blancas. Desde su regreso a Arcadia, las sonrisas entre los dos habían sido tan escasas que las acumulaba para los días grises del futuro. Se puso en puntitas de pie y lo besó en los labios. Peter pareció sorprenderse por aquella muestra de afecto. Lali recordó la agria discusión que habían tenido el día anterior.

—Pensé que podíamos ir al a la cafetería de Mery.

—¿Por algún motivo en especial?

Peter estaba cansado de sentirse observado y no quería ir a ningún lugar público aunque fuera, en compañía de Lali.

—El primero es que Arcadia es pequeño y la gente habla mucho. Se me ocurrió que podíamos averiguar algo que nos ayude a resolver el misterio. Segundo, hay tanta gente que sospecha de ti que salir puede venirle bien a tu imagen. Les demostrará que no tienes nada que ocultar.

—Ahora escúchame —dijo Peter, poniéndole un dedo sobre los labios—. No quiero que sigas investigando cuando puede poner en peligro tu vida. No quiero que se repita lo de ayer.

—No hay de qué preocuparse —protestó ella—. Hoy mismo mandé a cambiar todas las cerraduras.

—Te equivocas, Lali —dijo él, irritado por su terquedad—. Si alguien se siente amenazado por tus averiguaciones, las cerraduras no lo detendrán. Puede intentar otra cosa cuando estés sola en la tienda o cuando vuelvas caminando a tu casa.

—En fin. No puedo pasarme la vida encerrada en una jaula.

—Ni yo voy a pedírtelo. Sólo te pido que dejes de investigar. No digo tampoco que no sea una buena idea. Sin embargo, creo que yo debería encargarme de ahora en adelante, ¿está bien?

Lali agradecía su preocupación, pero la desesperaban sus palabras. Peter quería que le hiciera una promesa, pero no podía hacérsela. ¿No se daba cuenta de que la única manera en que podrían vivir el presente era librándose y limpiando las heridas del pasado? ¿No se daba cuenta de que la gente jamás hablaría con él?

—No veo por qué eso tiene que impedirnos salir a comer.

Peter la miró sabiendo que no iba a hacer promesas. Después se encogió de hombros. Su expresión era tan preocupada que Lali deseó que Ana y su marido pudieran verla.

—Está bien, tú ganas. Espera que me cambie de ropa.

Llegaron temprano al restaurante. Sólo había una pareja de personas mayores y un grupo de adolescentes. Las dos cafeterías de Arcadia no servían mucho más que  tostados, jugos y café.

Peter se sentía incómodo ante la sonrisa de Lali. Tenía la sensación de que conseguía que hiciera cosas que no tenían sentido como dormir con ella, involucrarla en una investigación que podía poner en peligro su vida y hacerlo comer fuera. Frunció el ceño mirando el menú.

Alguien carraspeó y los dos levantaron la mirada. Mery estaba junto a la mesa. Era una mujer de baja estatura y pelo canoso. Lali rara vez la había visto sonreír, pero en aquel momento le sonreía a Peter.

—¡Peter Lanzani! —saludó ofreciendo una mano extendida—. Ya me preguntaba cuándo te vendrías por aquí.

 

—No podía resistir mucho —contestó Peter, saludándola.

—El mejor cocinero que tuve nunca. Escuché que ahora vives en Buenos Aires y escribes.

—Es verdad. Soy novelista. Y debería haberme quedado en Buenos Aires, pero tenía que volver. Debes de haberte enterado lo de mi madre.

—Claro, y lo siento mucho. También siento mucho cómo te trata la gente de aquí. Quiero que sepas que no creo ni una palabra de lo que dicen.

—Te lo agradezco, Mery —dijo Peter, mirando a Lali—. Significa mucho que la gente crea en ti.

—Bien, ¿qué quieren que les traiga? —dijo Mery, sacando una libreta de su delantal.

El gesto fue tan torpe que Peter dedujo que no tomaba los pedidos muy a menudo. Lali se sintió aliviada al ver que había desaparecido su gesto sombrío.

—Nunca me contaste que trabajabas aquí.

—Hay muchas cosas que nunca te dije. Tampoco sabrás que fui yo el que inventó el slogan del cartel «Coma en Mery’s». ¿Qué te parece?

Lali arrugó la nariz antes de comenzar a reír.

—Que te equivocaste de profesión. Tendrías que haber probado en el mundo de la publicidad. ¿Qué otras cosas no me has contado?

—Que cuando te ríes se te forma un hermoso hoyuelo aquí—dijo él tocándole la nariz.

—¡Quita esa mano!

—Es verdad. Y tampoco te dije que nunca he conocido a una mujer que tuviera unas piernas más estilizadas que las tuyas. Más largas, sí. Pero las tuyas ganarían el primer premio en cualquier concurso.

—Estás haciendo que me sonroje —murmuró ella, mientras cruzaba las piernas por debajo de la mesa.

—También me gusta la manera que tienes de sonrojarte —dijo él, apoyando los codos sobre la mesa—. Y yo no diría que es sonrojarse, sino más bien un delicado tono sonrosado.

La puerta del restaurante se abrió y ambos voltearon

Continuará…