Capítulo 30

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—Gracias por hablar con nosotros, señora Calderón.

La dejaron sentada al sol, rodeada por las sombras del pasado.

Capítulo 30:

—¿Estás segura de que quieres comer aquí con toda esta gente? —preguntó Peter, mientras estacionaba el auto en lo que parecía ser el único lugar libre del lugar.

Lali salió del auto antes de contestarle. Por lo general, evitaba a los turistas y la felicidad que los acompañaba. Pero la visita a Martha había sido tan deprimente que necesitaba un poco de trivialidad.

—¡Vamos! ¿Qué clase de citadino eres tú? No creo que esta gente sea nada comparada con la estampida humana de Buenos Aires. Además, ¿cuántas veces vinimos acá?

Peter descubrió que no podía ignorarla. Lali tenía un aspecto angelical con el pelo suelto, las piernas desnudas y una sonrisa suave en los labios. Tenía la impresión de que quería un rato distendido con él. Olvidó su desconfianza y salió del vehículo.

—En Buenos Aires te acostumbras a las multitudes. En este lugar son algo inesperadas. Aunque tampoco esperaba venir contigo.

Lali lo agarró de la mano. Caminaron en silencio. Lali se sentía como una adolescente. Sentía cosquilleos por todo el cuerpo sólo por ir de la mano de Peter. Se detuvieron a mirar un puesto de cuadros. La mayoría eran acuarelas de la ciudad pintadas pensando en el dinero de los turistas. Los ojos expertos de Lali descubrieron al instante que carecían de emoción.

—Las tuyas son mucho mejores —dijo Peter.

Hacía mucho tiempo que no veía sus cuadros, pero el sentimiento intenso que brotaba de ellos no se había borrado de su recuerdo. Cambiaron de vereda para pasear por una zona menos concurrida.

—Todavía no logro entender por qué dejaste de pintar. ¿Nunca pensaste en retomarlo?

Lali le soltó la mano y cruzó los brazos sobre el pecho. Le gritó sin darse cuenta de su tono de voz.

—No se trata de un tenedor que puedas dejar y tomar.

—¿Y por qué no? A mí me parece que nunca te diste una oportunidad. ¿Dónde estaría yo si me hubiera deshecho de mi máquina de escribir? ¿Dónde estaría George Clooney si se hubiera retirado después de su primer papel?

—Ok, ya quedó más que clara tu opinión. Ahora cambiemos de tema.

Lali se dirigió a un restaurante italiano del que había oído hablar. Se sentaron en silencio en el pequeño pero repleto comedor. La bulla hacía notar aún más su silencio en vez de disimularlo y Lali se removió inquieta en su silla. Peter tenía una expresión fria y poco familiar.

—¿Qué hacemos aquí, Lali? —preguntó alzando la voz para que pudiera escucharlo—. Es irónico que no quieras hablar de tu arte. No lo entiendo. Tampoco es que seamos amigos. ¡Caramba! Ni siquiera sé lo que somos. A veces, sigo enojado contigo pero…

—¿Qué les puedo servir, señores? —interrumpió el mozo.

—¿Qué intentabas decir? —preguntó ella, cuando el camarero se fue con el pedido.

—La verdad es que no lo sé —suspiró él—. Supongo que por un lado me siento mal por haber hecho este viaje. Pobre señora Calderón. Sigo viéndola sentada bajo el sol, sufriendo por una pérdida que jamás podrá superar. Continúo pensando que ha sido un error venir a reavivar sus heridas. Quizá sea mejor dejar que el pasado siga enterrado.

Lali entrecerró los ojos. Parecía que Peter se refería a algo más que a Martha.

—No estoy de acuerdo. Estamos hablando de un crimen en el que los dos jugamos un papel. No lo hemos cometido, pero tal vez seamos culpables por no haber intentado resolverlo. Quizás seamos los únicos capaces de hacerlo. Ahora ha desaparecido otra inocente y no deberíamos ignorarlo. De repente tengas razón y sea una locura, pero no perdemos nada con intentarlo.

—Mira, Lali. No somos Sherlock Holmes y el doctor Watson. Sólo hemos logrado levantar el polvo viejo. ¿De qué sirve hacer sufrir a Martha? Es el mismo rompecabezas de hace doce años.

—Hemos averiguado algunos detalles. Hasta hoy, no sabíamos nada de Jimena, la prima de Erika. Tal vez, si la fuéramos a visitar, podríamos añadir otra pieza al rompecabezas.

Peter la miró como si la viera por primera vez. Al fin, sus labios se tensaron mientras que su mirada se endurecía.

—Lali, pregúntate a ti misma por qué es tan importante para ti. ¿Es porque quieres averiguar lo que le sucedió a Erika o porque te sientes culpable por lo que me hiciste?

—Me siento muy culpable. No he podido pensar en ti en todo este tiempo sin sentirme culpable.

El mozo les sirvió dos platos de humeante pasta. Lali la probó. Parecía jebe y no la delicia italiana que recordaba. Peter meditaba. Una parte de él quería que se sintiera culpable, pero otra parte no quería que ese fuera el motivo de que quisiera ayudarlo.

—¿Quieres escucharme decir que lo siento? —dijo Lali—. Sabes de sobra que es así. No puedo cambiar el pasado, pero haría lo que estuviera a mi alcance. Nunca quise que te fueras de Arcadia de la manera en que te marchaste. Es más, nunca quise que te fueras.

—Ya te dije ayer que será mejor que dejemos esta discusión. No es tan importante.

—Entonces, ¿por qué me miras con tanta rabia cuando crees que no te veo? Si de verdad no es tan importante, ¿por qué actúas como si me odiaras?

Peter estrujó la servilleta sin darse cuenta. Era cierto que desconfiaba de ella pero, ¿de verdad había actuado como si la odiara? Vio que Lali se mordía el labio inferior para evitar que temblara y se sintió como un canalla. No importaba lo que Lali hubiera hecho en el pasado, intentaba ayudarlo y él no se la estaba poniendo fácil.

—No te odio, La. Ya ni siquiera te conozco. Cuando me fui eras poco más que una niña. Ahora eres toda una mujer.

—Soy una mujer que quiere conocerte mejor. ¿No podemos ser amigos?

Lali sabía que no era completamente sincera. La amistad estaba bien para empezar, pero no quería detenerse ahí.

Peter deseó que pudiera ser tan simple. Una vez habían sido amigos y aquella amistad había florecido en amor. Si dejaba que Lali se aproximara demasiado, podía enamorarse otra vez de ella. Supo que no podía hacerle ninguna promesa.

—Nos hemos metido en esta investigación juntos, ¿está bien? Antes de que hayamos terminado me conocerás mucho más de lo que hubieras deseado.

Lali dudaba que alguna vez pudiera llegar a conocerlo tan bien, pero no estaba dispuesta a admitirlo después de que él hubiera ignorado su pregunta. Tenía que enfrentarse al hecho de que él no quería renovar su relación con ella. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con él, más deseaba que lo hiciera.

—¿Con esto quieres decir que vas a ir conmigo a ver a Jimena? —preguntó aferrándose a la única ventaja con la que contaba.

—Lo acabo de decir. Estamos juntos en esto.

Continuará…