Capítulo 53

Buenas, buenas!!!! ¿Cómo estuvo su día? Ojalá que todo bien por sus lares ;) Me alegra que les gustara y acá el segundo! Un beso a todas y gracias por sus comentarios, leer y estar!!!! :D ahora sí, nos leemos mañana!!! 

Chari!!! Que lo hayas pasado lindo y el finde sigas festejando! 

Twitter: @Caparatodos

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—¿Qué quieres apostar?

—Veinte pesos.

—¿Veinte? Que sean cuarenta y cerramos trato.

Capítulo 53:

Peter miró la pequeña toalla que ella le había dado y la puso sobre el sillón. Le gustaba la libertad que daban los boxers. Le gustaba que los calzoncillos dejaran espacio para sus muchachos, pero no iba a quitárselos para ponerse una toalla y correr el riesgo de que sus bienes más preciados se alzaran bajo ella formando una tienda de campaña.

Cambió el peso de pie y apoyó las manos en las caderas. Ni siquiera debería estar en la casa de Lali. Debería estar en la suya durmiendo. Tenía una reunión a las ocho de la mañana para informar sobre las antigüedades robadas que había visto en el cuarto de invitados de Ignacio. Necesitaba estar descansado y tener la cabeza despejada cuando hiciera el informe para conseguir la orden de allanamiento. La redacción debía ser clara, breve y tan difícil de manosear como a una virgen la parte trasera de un auto. En caso de que no fuera así corría el riesgo de que cualquier prueba que aportara fuera descartada más tarde en el juicio. Además, tenía que hacer más cosas esa noche. Por ejemplo, lavar la ropa, y llamar a Alessandra para decirle que mañana no la podría ver. Había pasado por su local esa mañana antes de ir a trabajar para desayunar con ella. Era una chica simpática y tenía que anular la cita.

Sin embargo, en vez de hacer cualquiera de esas cosas, estaba en casa de Lali observando cómo ella vertía aceite en un pequeño hornito y encendía las velas que había puesto alrededor, casi como si estuviera preparando un sacrificio. En lugar de irse, ladeó la cabeza y miró el feo vestido sin forma, lo que lo llevó a recordar el suave interior de sus muslos. Puso freno a sus pensamientos y se forzó a regresar de la tierra de la fantasía.

Ella apagó las luces. Apretó el interruptor que estaba a un lado y una lámpara, con luz tenue, iluminó el lugar. Observó cómo se amarraba el pelo con una cinta y discutió consigo mismo si debía contarle o no que el ajedrez de marfil del dormitorio de Ignacio, con aquellos escandalosos peones tan bien dotados, había sido robado el mes anterior.

Desde que la vio bajar de la terraza, había pensado en decirle la verdad. Había pensado sobre ello en el auto camino a su casa, mientras hablaba con Valdés por teléfono y después de colgar. Lo había pensado mientras estaba parado en la entrada de la casa de Lali con las llaves en la mano mirando sus inocentes ojos. Y seguía pensando en ello al aceptar que le diera un masaje que sabía, con absoluta certeza, que era una mala idea.

El jefe no quería que le informara a Lali sobre nada, pero Peter creía que merecía saber la verdad sobre Ignacio y sobre los muebles llenos hasta el tope con muchas de las antigüedades que figuraban en el archivo policial.

Hasta hacía una hora, Peter habría estado completamente de acuerdo con Valdés. Pero eso había sido antes de que ella hubiera hecho guardia mientras él revisaba el cuarto de invitados. Antes de que la hubiera mirado a los ojos y le hubiera pedido que confiara en él. Antes de que hubiera saltado sobre la baranda de la terraza porque confiaba en él. Hasta hacía una hora no había estado seguro de su inocencia, ni le importaba. No era cosa suya. Hasta ahora.

—Iré por la mesa de masajes para que te pongas cómodo.

—Prefiero sentarme en una silla. Una de las sillas del comedor estará bien. —Una silla dura e incómoda que no dejara que se relajara lo suficiente como para olvidar que era su colaboradora y no una mujer a la que quería conocer en profundidad.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Cuando la había visto subir a la baranda, claramente aterrada, algo había cambiado dentro de él; había cambiado su opinión sobre ella, lo que sentía en lo más profundo del corazón. Al verla acuclillada sobre su cabeza mostrándole su ropa interior, el corazón se le había subido a la garganta. Cuando la vio colgar por encima de él, había sabido que lo pasaría realmente mal si se caía y había sabido, como que existía un cielo, que no la dejaría caer. Y en ese momento se había convertido en mucho más que su colaboradora, se había convertido en alguien a quien quería cuidar. Alguien a quien proteger.

También había sentido otra cosa. Al abrazarla y besarla en el cuello, estando ya fuera de peligro, había sentido una aguda opresión en el pecho. Tal vez fuera lo que quedaba del miedo, o la tensión latente. Sí, tal vez, pero fuera lo que fuera, no pensaba analizarlo. En lugar de eso prefería centrar su atención en Lali que, en ese momento, arrastraba la silla de madera del comedor para ponerla cerca del sillón.

Si bien creía que debía saber lo de Ignacio, no podía decírselo porque todo lo que ella pensaba se notaba en la cara. Todo lo que sentía se reflejaba en sus ojos. No podía mentir sin esperar que un rayo la golpeara. Por eso no debía contarle nada y, por eso, no debía quedarse.

Él retrocedió un paso y analizó consigo mismo si era inteligente dejar que Lali lo tocara. El debate no duró mucho tiempo. Ella ladeó la cabeza y lo miró.

—Quítate el polo, Peter —dijo, y su voz fluyó a través de él como si fuera el aceite que se calentaba en un pequeño hornito. Supuso que no tenía por qué irse. Tenía treinta y cinco años, y sabía controlarse.

Era un masaje. No sexo. Después de que le dispararan había recibido masajes con bastante frecuencia como parte del tratamiento. Por supuesto, su masajista tenía cincuenta años y no se parecía en nada a Mariana Espósito.

Bueno, podía quedarse. Siempre y cuando recordara que Lali era su colaboradora y que involucrarse con ella arruinaría su trabajo. Y eso no iba a pasar. De ninguna manera.

Continuará…