Capítulo 50

Holillas!!! ¿Cómo les va a todas? Espero que hayan empezado con el pie derecho la semana y felices por un día más junto a los que quieren ;) Es lo importante de la vida, disfrutar con los que amamos! Gracias a ustedes por estar y leer!!! Son G-E-N-I-A-L-E-S y me pone feliz tenerlas ahí, del otro lado!!!! Un beso a todas y mañana nos leemos! Se viene capítulo gracioso y… jajajaja

Twitter: @Caparatodos

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—¿Qué haces?

Sobresaltada, miró a Peter y bajó bruscamente la falda. Él bajó las cejas hasta que formaron una sola línea.

Capítulo 50:

—Me miro la marca. ¿Cómo sabías que la tenía?

Él se rió suavemente y se acuclilló delante del lavatorio.

—Sé todo sobre ti —contestó y comenzó a revisar el mueble del baño.

Abrió la boca para decirle que dudaba que las marcas de nacimiento fueran parte de un expediente policial, pero la puerta del cuarto se abrió y reconoció la voz de Ignacio.

—¿Qué quieres? —preguntaba.

Lali se quedó sin aliento y su mirada encontró la de Peter en el espejo de encima del lavatorio. Él se levantó lentamente y se llevó un dedo a los labios.

La voz femenina que contestó a Ignacio no pertenecía a su novia.

—Quiero enseñarte algo —contestó la voz de Marcela.

—¿Qué es? —Hubo una larga pausa antes de que Ignacio hablara otra vez—. Muy bonito —dijo.

—China me habló de esta habitación. Y de los espejos.

—¿Quieres verlos?

—Sí.

Peter cogió la mano de Lali y la llevó con él hacia la puerta corrediza.

—¿Estás segura? China podría enterarse.

—No me importa.

Hubo un sonido como de ropa que caía sobre la alfombra.

—Entonces ven aquí y saluda al Señor Feliz —dijo Ignacio.

Sin hacer ningún ruido, Lali y Peter salieron a la terraza y cerraron la puerta detrás de ellos. Una brisa fresca le removió el pelo y la falda del vestido. Los últimos rayos anaranjados del sol atravesaban el cielo y las luces de la ciudad parpadeaban debajo de ellos. En cualquier otro momento, Lali se hubiera parado para disfrutar de la vista, pero esa noche apenas se fijó. Su corazón latía con fuerza, además ahora sí que tenía mucha más información sobre Ignacio de la que deseaba tener. Como que engañaba a su novia con su mejor amiga o que llamaba a su pene Señor Feliz.

—¿Crees que Ignacio nos oyó? —preguntó en un susurro.

Peter caminó hasta la baranda y miró por encima.

—No. Parecía bastante ocupado. —Se enderezó y fue hacia la esquina izquierda de la terraza—. Podemos saltar desde aquí.

—¿Saltar? —Lali se movió al lado de Peter y miró hacia abajo. La parte trasera de la casa de Ignacio estaba a unos cuantos metros del piso. El suelo debajo de ellos estaba escalonado en una sucesión de terrazas de aproximadamente un metro, reforzadas con pequeños muros de contención para impedir el derrumbe—. Cuando firmé el acuerdo, no incluía saltar desde la terraza de Ignacio y partirme el cuello.

—No te vas a partir el cuello. Son sólo tres metros, como mucho tres metros y medio. Todo lo que tenemos que hacer es pasar por encima de la baranda, descolgarnos por el borde y dejarnos caer. Así será una caída de poco más de un metro.

Su hombro rozó el de ella al asomarse un poco más. Lo hacía parecer muy fácil.

—A menos que quieras saltar a la siguiente terraza, entonces agregarías un metro y medio más. —Ella miró su perfil, bañado por las primeras sombras de la noche.

—Tiene que haber otra opción.

—Claro. Siempre podemos entrar e interrumpir a Ignacio. Imagino que las cosas se habrán puesto realmente calientes en este momento. —La miró por encima del hombro.

—Tal vez podríamos esperar un poco y luego salir por la casa.

—¿Y qué le vas a decir a Ignacio cuando nos pregunte por qué nos demoramos tanto en buscar tu cartera? Pensará que estuvimos haciendo el amor en el baño todo este tiempo.

—Puede que no piense eso —dijo ella, pero no lo creía.

—Sí, lo hará, y tendría que hacerte un buen chupetón en el cuello y mojarte el pelo sólo para asegurarme de que piense justo eso. —Se apoyó sobre la baranda—. Depende de ti. Pero si saltamos es mejor que lo hagamos antes de que oscurezca más. No quiero quedarme sin luz. —Se enderezó, la miró y sonrió ampliamente, como si estuviera muy entretenido—. ¿Lista? —preguntó como si no le hubiera dado a elegir entre un chupetón o saltar hacia la muerte.

—¡No!

—¿Tienes miedo?

—¡Sí! Cualquier persona con dos dedos de frente estaría asustada.

Él sacudió la cabeza, y pasó una pierna y luego la otra sobre la baranda.

—No me digas que tienes vértigo. —Estaba parada sobre el borde exterior de la terraza de cara a ella agarrado a la baranda metálica.

—No. Tengo miedo de saltar derechito a la muerte.

—Lo más probable es que no mueras. —Peter miró al suelo y después otra vez a ella—. Aunque puede que te rompas una pierna.

—Eso no me hace sentir mejor.

Su sonrisa se hizo más amplia.

—Era una broma.

Ella se inclinó un poco más hacia delante y miró hacia abajo.

—No es un buen momento para bromear.

—Tienes razón. —Le colocó una mano bajo la barbilla para que lo mirara a los ojos—. No dejaré que te pase nada, Lali. No dejaré que te hagas daño.

Ambos sabían que no podía prometer tal cosa, pero mientras miraba sus intensos ojos, casi creyó que él tenía el poder de mantenerla a salvo.

—Confía en mí.

«¿Confiar en él?» No se le ocurría ni una sola razón por la que debería confiar en él, pero ahí apoyada en la baranda por encima de la ciudad, mirando la altura desde la terraza descubrió que confiaba en él.

Continuará…