Capítulo 80

¡Feliz 28 para todas las peruanitas como yo! :D

 

Hola!!!! ¿Qué tal las trata el domingo? Espero que bien y descansando para recargar pilas para la semana ;) Les cuento que esta va a ser una maratón cortita… me di cuenta hace un rato que falta menos de lo que pensaba para el final! :S Lo bueno es que hoy termina “Finjamos” así que a leer y firmar que en un rato nos leemos de nuevo ;) besos

Twitter: @Caparatodos

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Estaba seguro de que podría cortejar a Mariana Espósito hasta en el más allá.

Capítulo 80:

A las nueve en punto del día siguiente llegó la primera docena de rosas. Eran preciosas, puras y blancas, y eran de Peter. Había garabateado su nombre en una tarjeta, por eso sabía que eran de él. Sólo su nombre. Lali no sabía qué significaban, pero no estaba como para leer entre líneas. Ya lo había hecho una vez. Había imaginado demasiadas cosas por la forma en que la había besado y por cómo le había hecho el amor, y había terminado pagándolo.

La segunda docena eran rojas. La tercera, rosas. Su fragancia llenaba la casa. Aun así, se negaba a imaginarse qué querían decir. Pero cuando se dio cuenta de que de nuevo esperaba su llamada como el día en que arrestaron a Ignacio, se puso un polo y un short y salió a correr.

No iba a esperar. Necesitaba aclarar las ideas. Necesitaba decidir qué iba a hacer porque creía que no podría pasar otra noche como la anterior. Verlo le dolía demasiado. Había creído ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a la otra mitad de su alma, pero no lo era. No podía mirar a los ojos al hombre que amaba sabiendo que él no la correspondía. Especialmente ahora que se había enterado de que la mañana que había hecho el amor con ella, había visitado antes a su novia. Saber que existía otra mujer había sido una puñalada más en su corazón herido. A aquella mujer le gustaría cocinar. Estaba segura de que no le importaría limpiar la casa y hacer de lavandera para Peter. Ese tipo de cosas que él había dicho que eran tan importantes aquel día en el depósito cuando la había empujado contra la pared y la había besado hasta que apenas pudo respirar.

Lali pasó por delante de una iglesia, a algunas cuadras de su casa. Las puertas estaban abiertas y la música salía a través de la entrada de madera de la vieja catedral. Lali se preguntó si Peter era católico, judío o ateo. Luego se acordó de que había dicho que había ido a un colegio parroquial, por lo que tal vez fuera católico. De todas formas ya no importaba.

Corrió después por delante de unas tiendas y varias vueltas alrededor del parque antes de regresar otra vez a su casa. De vuelta a una casa repleta de las flores que Peter había enviado. De regreso a la confusión que había sentido desde el día que lo conoció. En ese momento estaba más confundida que nunca. El aire fresco no había ayudado en absoluto a despejarle la cabeza, aunque sí sabía una cosa con seguridad. Si Peter llamaba, le diría que tenía que dejarla en paz. Nada de llamadas, ni flores. No quería verlo.

Creía que las posibilidades de que se encontraran accidentalmente eran pocas. Era un detective que investigaba robos, y no pensaba que le fueran a robar en el futuro. Pensaba abrir una tienda de aceites esenciales y no se imaginaba a Peter como posible cliente. No había ninguna posibilidad de que se encontraran otra vez.

Pero él la estaba esperando en la entrada, sentado en las escaleras con los pies apoyados un escalón más abajo que el cuerpo y los brazos descansados en los muslos, balanceando los lentes de sol con la mano que movía entre sus rodillas. La vio acercarse y se levantó lentamente. No importaba lo que se dijera a sí misma, ese corazón tan traidor que tenía se empapó de su imagen. Luego, como si creyera que ella iba a decir algo que no quería oír, levantó una mano para detenerla. Pero en realidad Lali no sabía qué decir, aún no había pensado nada coherente.

—Antes de que me eches —comenzó—, tengo algo que decirte.

Él se había puesto un pantalón beige y una camisa que había remangado hasta los codos. Estaba tan guapo que quiso extender la mano para tocarlo, pero por supuesto no lo hizo.

—Ya anoche escuché lo que tenías para decir —dijo ella.

—No sé qué pasó anoche, pero definitivamente no dije todo lo que tenía que decirte. —Cambió el peso de un pie a otro—. ¿Vas a invitarme a pasar?

—No.

Él clavó los ojos en ella durante unos segundos.

—¿Recibiste las rosas?

—Sí.

—Ah... Bien... Er... —Él abrió la boca, la cerró, luego volvió a intentarlo—. No sé por dónde empezar. Supongo que metiendo la pata de nuevo. —Hizo una pausa y luego añadió—: Siento haberte lastimado.

Ella no fue capaz de mirarlo y bajó la vista a los pies.

—¿Por eso me mandaste las flores?

—Sí.

En cuanto escuchó su respuesta se dio cuenta de que no debería haber preguntado. También se percató de que una diminuta parte de su masoquista corazón tenía la esperanza de que él hubiera enviado las flores porque la amaba de la misma manera que ella lo amaba.

—Se acabó. No quiero saber nada más.

Continuará…