Capítulo 41

Hola chicas!!! ¿Qué tal su día? Espero que bien y dándole, mi semana desde el lunes cada vez va de mal en peor, así que cruzando los dedos para que termine YA! Gracias por leer y quedan pocos capítulos, así que pronto dejarán de sufrir ;) jijiji Besos y hasta mañana!

Capítulo dedicado a Marian, ¡FELIZ CUMPLE! Espero que la pasaras lindo y estés empezando el año con todo y por arriba!!! :D

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

Un hombre capaz de dar y retirar su afecto con la facilidad con que se acciona un interruptor... Un hombre capaz de alejarse sin mirar atrás... Un hombre capaz de dejar a una mujer, y después de solo unos días casarse con otra. Era justo la clase de hombre que se había jurado que evitaría, se dijo Lali. Era como si su subconsciente estuviera programado para buscar precisamente a un hombre así y por eso se había casado con él a las pocas horas de conocerlo.

Capítulo 41:

Todas las señales habían  estado  ahí,  pero  los  había  ignorado.  Señales  por  todas  partes,  carteles enormes de advertencia con las letras en rojo. Le vino a la mente el recuerdo de la primera cena con Nico y Gime, ese momento incómodo en que el silencio de ella prácticamente le había gritado que había algo más, algo que no sabía. Sin embargo, en vez de escuchar a su instinto, había desechado esa preocupación.

Y lo había hecho porque no quería quedar como una paranoica. ¡Ja! Lo que no había querido era enfrentarse a la verdad.

Irritada consigo misma, cerró la caja de cartón que había estado llenando de cosas, y las aseguró con un trozo de cinta adhesiva. Luego, con un plumón, escribió en la parte de arriba de la caja la dirección de su apartamento en Mendoza.

Puso la caja encima de otras dos y miró a su alrededor, observando la casa que había creído que era su hogar. Se había pasado la noche desmenuzando en su mente la vida que había comenzado a construir allí, dividiendo sus pertenencias en dos categorías: su vida, y su vida con Peter.

Solo se quedaría con las que pertenecían a la primera. Y de esas solo podría meter unas pocas en la maleta; iba a tomar un vuelo en un par de horas, se volvía a Mendoza. En cuanto al resto... llamaría a Peter cuando ya estuviera allí para que se las mandara.

Aunque en ese momento no quería volver a saber de él ni a hablar con él, sabía que no podía irse y sacarlo de su vida de golpe y porrazo. Al fin y al cabo estaban casados, y era un matrimonio legal. Tendrían que hablar, arreglar los papeles del divorcio. Pero no sería allí, ni ese día.

Sintió una punzada de culpabilidad al pensar que cuando Peter volviera se encontraría con que se había ido. Se pondría furioso. Se sentiría traicionado. Sin embargo, Peter sabía demasiado bien cómo manipularla, y por eso iba a irse antes de que volviera, para no darle la oportunidad de hacerla cambiar de opinión.

Se había ido. Las nueve de la mañana y ya se había ido. La casa estaba en silencio y solo se oía su respiración jadeante. Había ido de una habitación de la casa a otra, buscándola.

Había creído que esperaría. Había creído que, siendo una persona sensible y respetuosa, no se iría sin hablar con él, sin decirle a la cara que se había terminado.

Sin embargo, aunque era sensible y respetuosa, Lali también era inteligente. Demasiado inteligente como para darle la oportunidad de convencerla de que se quedara.

Estaba tan furioso que sentía deseos de ponerse a tirar cosas contra la pared, de destrozarlo todo.

Con los puños apretados salió del estudio. Aquello no había terminado.

Lali se había ido, sí, pero sabía dónde había ido. Iría tras ella. La haría entrar en razón.

Haría que volviera con él.

Utilizaría el sexo para convencerla si fuera necesario. Comenzaría con un beso apasionado, la arrinconaría contra la pared, porque sabía que eso la volvía loca...

Y  cuando  la  tuviera  gimiendo  y  jadeando,  con  las  manos  enredadas  en  su  pelo  y  las  piernas rodeándole la cintura, aprovecharía el momento para decirle: «No puedes abandonarme. No te dejaré ir».

Era el eco de las palabras del hombre al que más detestaba, su padre, palabras que le había escuchado decir a su mamá más de una vez. Era igual que él, pensó, sintiendo que la sangre se le helaba en las venas. Por mucho que se jurara que no iba a ser como él, el ADN de ese bastardo formaba parte del suyo.

¿Cuántas veces había intentado su madre alejarse de él? ¿Cuántas veces había intentado poner fin a su relación y empezar una vida lejos de aquel hombre que nunca la haría parte de la suya?

Recordó aquella mañana, años atrás. La pequeña figura de su madre, demasiado quieta, acurrucada en la cama. Y cómo él supo, antes incluso de estirar la mano para intentar despertarla que...

Se preguntó si las cosas habrían sido distintas si su padre hubiese respetado los deseos de su madre, si la hubiese dejado ir. ¿Habría rehecho su vida?, ¿habría encontrado en su interior el deseo de seguir viviendo?

Abrió la mano derecha, que aún tenía cerrada en un puño, y bajó la mirada al anillo de diamantes en su palma.

Era la segunda vez que Lali se lo devolvía. La segunda vez que él había ignorado por completo lo que ella quería. Se pasó una mano por el pelo y volvió a apretar el puño. Él no era como su padre.

Se  había  pasado  toda  la  vida  demostrándoselo  a  sí  mismo  y  a  cualquiera  que  se  atreviera a relacionarlo con él por el apellido Lanzani, que le había dado después de que su madre se suicidara, después de decidir que debía hacerse cargo de él.

El día que había cumplido los dieciocho años había ido a ver a su padre al trabajo. Había ido a su oficina y le había dicho que no quería su dinero, ni el puesto que le había ofrecido en su empresa.

No quería nada del hombre que había arruinado la corta vida de su madre con su egoísmo. Una sensación de angustia lo invadió. No quería ser como su padre; tenía que dejar ir a Lali.

Continuará…