Capítulo 73

Holillas!!!! ¿Qué tal todo por esos lares? Espero que bien y felices como yo por estos días de descanso, Dios mediante, que se nos vienen!!!!! Gracias por sus comentarios, DISFRUTO leyéndolas disfrutar de la nove!!!! Un beso enorme y hasta mañana!!!!!

¡¡¡¡¡¡Feliz, muy feliz cumple a Rita!!!!!!! Te quiero y bueno, aunque ya te hicimos festejo whatsappero, por acá también toca saludarte, así que el capítulo es dedicado a ti ;)

Twitter: @Caparatodos

____________________________________________________

—Tengo que contarte algunas cosas —le dijo en voz baja, secándose los ojos en los hombros de él.

—Sí. —Sintió que asentía con la cabeza—. Te escucho.

Capítulo 73:

—No soy... no soy quien crees que soy. —Lali se enderezó un poco, pero sin levantar la cabeza de su hombro; ese amplio y fuerte hombro sobre el que no podría quedarse mucho más tiempo. En cuanto le contara la verdad, tendría que empezar a recoger sus cosas. En un par de horas habría desaparecido de su vida. A lo mejor para siempre. Lali cerró los ojos unos segundos.

Le dolía el corazón.

Ahora mismo, en aquel preciso instante, sería Daniela Rinaldi por última vez en su vida. Y la mujer de Juan Pedro Lanzani; la amiga de Eugenia Prado, y de Nadia y de Beatriz y de todos los demás. La madre de Frodo. A lo mejor Peter se quedaba con Frodo por ella.

O a lo mejor no.

A lo mejor Peter se enojaba tanto porque le hubiera mentido que la empujaría de su regazo sin miramientos y saldría de su casa. De su vida.

—Me llamo... —Se le quebró la voz. Se mordió el labio y esperó hasta asegurarse de que no iba a llorar—. No me llamo Daniela Rinaldi. No soy de Mendoza, ni soy profesora de primaria. —No se movió más que para apretarla aún más en sus brazos—. Mi verdadero nombre es Mariana Espósito y vivo... vivía en Buenos Aires. Soy editora. O, mejor dicho, lo era. Ahora ya no sé lo que soy. Sólo sé que estoy muerta de miedo.

Lali ladeó la cabeza para verle la cara. Era totalmente inexpresivo, como siempre. La observaba con sus ojos verdes, fija y pacientemente.

Ahora venía la parte difícil.

—Vi... vi algo horrible —dijo por fin—. En marzo. Estaba haciendo un curso de fotografía y paseaba por el centro en busca de algo que fotografiar, algo que fuera realista. Me tropecé con un depósito abandonado. Habían quitado la puerta, así que me metí. Llevaba una de esas cámaras automáticas que tienen los fotógrafos de moda, y paseé por ahí, haciendo una foto detrás de otra. Hasta que llegué al patio interior y... —Se mordió el labio y trató de controlar los temblores que le sacudían el cuerpo al recordar. Podía verlo todo de nuevo: el paisaje industrial grisáceo, el hombre aterrorizado, la pistola negra sobre su cabeza, el asesino gigantesco de gesto cruel, el tiro mortal—. Presencié un asesinato, y está todo grabado —dijo sencillamente, y oyó que Peter tomaba aire con fuerza. Se le tensaron todos los músculos del cuerpo—. Era algún tipo de ajuste de cuentas. Pude... pude identificar al asesino, un tipo llamado Isaías Fadul, de entre una línea de sospechosos. Al parecer es un pez gordo de la mafia que la policía lleva tiempo intentando atrapar. En teoría, tengo que testificar en su juicio, pero me han dicho que ofrece una recompensa por mí. Una grande, al parecer. Un millón de dólares. Entretanto, mientras esperamos a que salga el juicio, me han puesto en el Programa de Protección de Testigos. Pero ha debido de pasar algo con la seguridad...

—¡Malditos!

Peter la levantó de sobre sus piernas y se levantó. Lali lo miró completamente sorprendida, de repente su cara ya no era impasible e impenetrable. Peter estaba enojado y todo su cuerpo se tensaba de rabia. Lali sintió algo. No era miedo, eso no... no exactamente.

Pero presentía que iba a pasar algo, algo que ya no estaba en sus manos. Muy en el fondo de su ser, había querido contarle sus problemas a Peter y, ahora que lo había hecho, junto con el alivio se sintió aturdida porque ahora Peter parecía cargar con ello. Era una figura gigantesca y terrorífica; una fuerza incontrolable de la naturaleza.

Un guerrero.

—¿Peter?

Pero no la escuchaba. Se puso junto al teléfono, lo colgó, volvió a cogerlo y marcó el 69.

—¿Quién demonios eres, Lavalle? — le soltó al oír a alguien decir «Héctor Lavalle» al otro lado de la línea

Peter lo oyó tomar aire.

—¿Con quién hablo?

Peter agarró el teléfono con más fuerza, recordándose que no debía perder el control.

—Soy Juan Pedro Lanzani. Lo llamo desde Fiambalá, Catamarca, desde el teléfono de... —Miró a Daniela... no, a Mariana... que estaba hecha un ovillo en el sillón. Estaba pálida y lo miraba fijamente. Parecía pequeña y vulnerable como un niño pequeño. La idea de alguien pudiera hacerle daño lo volvía loco. Se giró un poco, para no distraerse—... Lo llamo desde el teléfono de Mariana Espósito. Se lo voy a preguntar una última vez: ¿quién es usted?

—No estoy autorizado para facilitarle esa información. —La voz de aquel hombre era distante, impersonal.

—Escúchame, hijo de puta. Si eres del Departamento de Policía, llevan la seguridad de los testigos mucho peor de lo que imaginaba. Había oído hablar de que el Departamento estaba de capa caída, pero esto es mucho peor que eso. No pueden enviar hasta aquí a una mujer inocente a la que le pisan los talones unos asesinos sin enviar siquiera a un agente para vigilarla. ¿Qué protección es esa?

—Ah... eeeh... —Peter vio que el hombre no sabía qué decir—. Hemos tenido recortes de personal y la oficina de...

—¡Me importa un comino los recortes de personal! —gruñó Peter—. ¿Qué les pasa? No pueden soltar a un testigo en algún lugar y confiar en que esté a salvo. Le han puesto precio a su cabeza. Necesita toda la protección que no le están dando. ¡Desde ya!

—Bueno, pues desde ya no es de su incumbencia. Han filtrado información y vamos a sacarla de allí.

—De eso nada —dijo Peter, suavizando de pronto la voz con la amenaza—. Inténtelo.

—¿Peter? —Lali le tocó el hombro y éste se giró—. ¿Qué dice, Peter?

Peter tensó la mandíbula, sin contestar.

—¿Peter?

Cubrió el auricular con la mano.

—Dice que quieren sacarte de aquí.

—Ya lo sé, ¿cuándo vienen? —Apoyó la frente en su hombro unos segundos y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Parecía pequeña y asustada. Peter apretó el auricular con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—No vas a ir a ninguna parte.

—¿Qué? No entiendo...

—Que no te vas. Te quedas aquí, conmigo.

Continuará…